Cd. Victoria, Tam.- Se antoja de poca monta la acusación contra MARGARITA VÁZQUEZ MOTA que forzó su renuncia a un cargo menor en la PGR por no reunir el perfil profesional adecuado.
La hermana de la candidata panista fue acusada en un portal informativo de ejercer una responsabilidad en la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres sin tener título de abogada, al parecer, requisito necesario.
El caso es que la pillaron y la dama hubo de abandonar el cargo, se presume que para no afectar a JOSEFINA en su campaña.
Acaso el asunto hubiese pasado desapercibido si la abanderada albiazul no insistiera tanto en la honestidad prístina entre sus divisas principales.
Igual le pudiera ocurrir a cualquiera de sus competidores si recurriesen demasiado a dicha cantaleta sin dar el ejemplo, en lo personal, en sus familiares y colaboradores cercanos.
Difícilmente alguien se salva de una revisión escrupulosa. El mismo ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR de tiempo en tiempo se ve obligado a responder ante los cuestionamientos ciudadanos por personajes que en su momento llenaron de fango su entorno inmediato como RENÉ BEJARANO, CARLOS IMAZ, GUSTAVO PONCE o el propio CARLOS AHUMADA.
ENRIQUE PEÑA NIETO carga en su costal de vergüenzas el historial escandaloso del ex-dirigente tricolor HUMBERTO MOREIRA y el lodazal que dejó a su paso por el gobierno de Coahuila.
Desde luego, no se trata de aconsejar el cinismo, el silencio cómplice o el disimulo, pero sí de valorar mejor el aspecto propositivo dentro del trabajo proselitista, por encima de los señalamientos ingratos, acusatorios.
La desventaja de emplear como estrategia de campaña la condena moral al adversario (por justa y cierta que fuere) es que inevitablemente tendrá un “efecto bumerang”.
Más rápido incluso: yo diría que un “efecto espejo”. Todo rebota de inmediato, lo que alguien recrimine o condene de otros será señalado en quien lo diga y en los suyos.
Parecería cínico pero desde hace buen tiempo que los especialistas en marketing recomiendan no emplear demasiado la moralización como bandera de campaña, aunque sea un excelente propósito de gobierno.
Si el candidato desea emprender una limpia contra funcionarios corruptos es cosa que debemos ver al día siguiente de que asuma el cargo, aunque no se anuncie demasiado en la víspera ni se haga vanagloria de ello.
Por elemental estrategia, quien presuma de honestidad inmaculada en campaña despertará en los equipos contrarios una disposición feroz para demostrar que miente.
Suele pasar, incluso, que cualquier mancha resalta más en quien se asume impoluto, límpido, irreprochable.
Desde luego que la honestidad es un valor fundamental, pero esta se aplica sin mayor dilación ya estando en el poder. No es aconsejable ufanarse de ella con tanta anticipación.
Entre otras cosas porque un candidato (por honrado que fuere) no puede responder por la rectitud de la treintena de colaboradores inmediatos, familiares, amigos, empresas e, incluso, ayudantes secundarios.
Hasta el más pintado guarda por ahí algún esqueleto en su closet.
Precisamente por ello resulta harto riesgoso enfundarse el cucurucho de TORQUEMADA imprimiendo a las campañas un sesgo persecutorio contra los adversarios.
Lo deseable es que la gente elija entre diversas ofertas políticas, diferentes opciones de orden propositivo.
A la inversa, resulta vergonzante el que la gente tenga que elegir la candidatura menos recubierta de estiercol.
Las guerras de lodo como la que vivimos en 2006 y la que empieza a prefigurarse en este 2012 dejan por precedente infeliz el que la gente diga estar votando por el “menos malo”.
Insistir en señalar las lacras del contrario quita tiempo a la atención pública que debiera estar centrada en conocer lo que verdaderamente cuenta: los programas de gobierno, rubro por rubro y al detalle.
Valga subrayar la idea de que no se trata de convocar al cinismo o al olvido. Unicamente de marcar prioridades.