Cd.
Victoria, Tam. Mis hijos cursaban primaria
cuando ya la cultura digital era un hecho consumado. Me pesaba entonces (como
me duele ahora) ver cargar sobre sus espaldas esas mochilas de 10 kilos (o más)
que lastimeramente evocan al legendario héroe insurgente denominado “el Pípila”.
Ya existían en ese tiempo las laptops y empezaban las
tablets. También ya para entonces, al igual que mucha gente, me parecía
lamentable que la SEP derrochara una cantidad tan grande de recursos en
millones de libros que al siguiente curso, literalmente, van a la basura.
Los textos gratuitos son, en efecto, desechables. Para
felicidad de las compañías privadas que los fabrican, su vida útil termina con
el año y, de nueva cuenta, hay que volverlos a imprimir para la generación
siguiente.
Reflexioné desde aquel tiempo, como lo hago ahora, sobre
el peso que la vieja cultura del papel descarga sobre las espaldas de los
estudiantes, de primaria a preparatoria.
Recordando además que en los niveles medio básico y
medio superior la gratuidad se extingue, desaparece, para convertirse en un
costo muy oneroso que deben solventar las familias. No se diga en la etapa
universitaria.
Inesperadamente, el tema saltó de nuevo a la palestra
por una vía distinta, la del ahorro. Esto es, las políticas de austeridad
impulsadas por el gobierno de la Cuarta Transformación que encabeza ANDRÉS
MANUEL LÓPEZ OBRADOR.
De pronto la Comisión
Nacional de Libros de Texto Gratuitos descubre que lleva un retardo importante
en las tareas para la emisión correspondiente al ciclo escolar que arranca en
agosto próximo.
Entre las distracciones propias del cambio sexenal y
los diversos recortes presupuestales, los niños del país podrían ver mermada la
distribución de dichos textos.
El caso es que hoy asoma una demanda sustantivamente
mayor a la capacidad de la SEP, debido a desvaríos burocráticos.
REPENSAR EL MODELO
No obstante, igual ocurre que son situaciones de este
tipo las que abren las puertas de la innovación, propuestas de cambio como la
alternativa citada arriba: el libro de texto gratuito electrónico.
Obras de estudio cuyo mejoramiento ya no requiere
reimpresión alguna, se descargan online o bien se hacen llegar a las escuelas
en memorias digitales.
La pregunta, entre varias, es si el sistema educativo
nacional, sus escuelas y aulas, tendrían la capacidad para garantizar el acceso
a todo su alumnado de dichas ediciones electrónicas.
Si hay (para decirlo más directo) suficientes máquinas
(desktops, laptops, tablets) no solo en número, también en condiciones de funcionar
con la eficiencia debida.
Por citar un caso, los laboratorios de cómputo instalados
en las escuelas durante la primera década de este siglo y que permitían a los
políticos presumir de vanguardistas, hoy (2019) son verdaderas piezas de museo,
en hardware y software.
Venturosamente, las bibliotecas digitales crecen y se
multiplican en todos los idiomas, primero en formato doc. (docx.) para programas
como Word (Microsoft); después en PDF (Adobe) y hoy en el más flexible formato
EPUB.
Suena bien, pero todo esto no servirá de mucho si el sector
más amplio del estudiantado carece de las herramientas necesarias para hacerlo
suyo.
¿Textos gratuitos digitales?, muy bien, excelente, nomás
que nos digan en qué teclados, en qué pantallas y con qué programa de
suministro y mantenimiento para que descomposturas y fallas puedan ser
subsanadas sin afectar el rendimiento del grupo.
CAMBIO CON VISIÓN
Con el añadido de que un paso de dicha importancia y profundidad
jamás deberá ser instrumentado como un parche de última hora ante las
insuficiencias del antiguo modelo.
Requiere de todo un plan, una estrategia para que los
resultados sean dignos de su beneficiario principal, la niñez mexicana.
Ello implica etapas graduales de capacitación, programas
inteligentes de instrumentación, medición de resultados y control.
No es cualquier cosa abandonar la tecnología milenaria
de tinta y papel para reemplazarla, así nomás de golpe, por el aprendizaje
virtual.
Se requiere, pues, una gobernanza inspirada en planes
y no en ocurrencias. Propósitos generales que además se desglosen de manera
inteligente en metas específicas de corto, mediano y largo plazos.
Aquí no cabe el voluntarismo. O se hacen las cosas
bien o no se hacen.
Porque si apenas van a ver de qué manera podría
funcionar el asunto, echando malas y aprendiendo sobre la marcha, mediante el viejo
y grosero modelo de ensayo y error, pues hombre, mejor quédense con la tinta y
el papel.
Otra generación mejor capacitada se encargará de
hacerlo.