lunes, 21 de mayo de 2012

A lomo de bestia


Cd. Victoria, Tam.- El dato escolar nos dice que la frontera sur mexicana con Guatemala y Belice es una línea zigzagueante de 1,234 kilómetros entre el mar Caribe y el océano Pacífico, involucrando a cuatro entidades del lado nuestro: Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas.
Puerta trasera más grande de lo que usualmente se piensa, pues equivale al 39% de la frontera norte y sus 3 mil 152 kilómetros entre Matamoros y Tijuana.
Vienen a mi mente estos apuntes elementales mientras veo los reportes de la televisión sobre los migrantes que cruzan de sur a norte el territorio nacional buscando llegar a Estados Unidos, trepados en el lomo de un legendario tren carguero al que denominan “la bestia”.
El flujo de guatemaltecos, salvadoreños, hondureños o nicaragüenses pobres es copioso y continuo los 365 días del año, con una tendencia creciente que debiéramos tomar más en serio.
En sus países de origen, el fin de las dictaduras castrenses (la instauración de gobiernos democráticos) es algo que no cambió sus condiciones de vida.
O peor aún, a la pobreza de siempre se añade ahora la violencia extrema prohijada por gobiernos débiles, sin el menor asomo de responsabilidad social.
Unos huyen de la miseria, otros de la muerte. Abundan los testimonios de adolescentes urgidos a escapar de las bandas delictivas que buscan reclutarlos a la fuerza como aprendices de sicarios.
Pero tal amenaza no acaba con la salida. El extenso mapa mexicano está sembrado de horrores, desde los retenes montados por la delincuencia hasta el maltrato policial.
Según datos del consulado guatemalteco, al menos 200 mil indocumentados centroamericanos cruzan cada año México con rumbo a Estados Unidos.
No todos llegan a su destino. Muchos fracasan en el intento, incluso se sospecha que habría migrantes entre las víctimas de masacres recientes como la de Cadereyta, Nuevo León.
Otros se quedan a vivir en México, buscando un espacio entre los más pobres, viviendo del subempleo y con la posibilidad real de incorporarse finalmente a la delincuencia.
Al norte y sur del Río Suchiate, la hipocresía de gobiernos que se presumen democráticos ha reducido su intervención a lo meramente reglamentario.
Ejemplo de ello es la despenalización al migrante autocelebrada por FELIPE CALDERÓN como si fuera un triunfo mayor de su política humanitaria.
Aunque no veo como un simple cambio en el papel pueda modificar el panorama de quienes, día con día, mes con mes, viajan encaramados en los techos de “la Bestia”.
Ciertamente, el acceso a mano de obra barata e indocumentada presta grandes beneficios a la economía norteamericana. 
El fenómeno no es muy distinto al de los migrantes árabes y africanos que hoy atraviesan el mar Mediterráneo buscando trabajo en Madrid, Paris o Berlín.
Voces críticas del continente europeo estiman hoy que la migración del sur pobre al norte civilizado solamente podrá ser paliada con algo parecido a un “Plan Marshall”, evocando el programa de rescate emprendido por Estados Unidos en las regiones devastadas por la segunda guerra.
Al respecto se piensa que la costa norte de África podría dar cabida a una “cortina de maquiladoras”, planes de microcrédito, acciones de vivienda, comunicaciones y servicios elementales que permitan formar el tejido social necesario para que ahí se detenga la ola migrante que viene del sur.
No es muy distinto el panorama que hoy se observa en México y Estados Unidos.
Sólo que en el continente americano la lectura se torna más compleja cuando dicha migración alcanza proporciones tumultuarias, de escándalo.
Su impacto es visible en la estadística delictiva, involucrando en ello el asunto que (sin duda) mayormente inquieta al vecino país del norte en estos tiempos: su seguridad nacional.
Solamente un rescate integral de la zona fronteriza entre México y Centroamérica podría moderar y, a cierto plazo, revertir esa tendencia migratoria francamente explosiva y que, peor aún, asoma como antesala de un caos todavía mayor.