viernes, 18 de mayo de 2012

Narcóticos: el modelo americano


Cd. Victoria, Tam.- En el umbral del cambio sexenal, la presión estadounidense se multiplica contra los nexos institucionales de eso que llaman delincuencia organizada.
Y no debemos equivocarnos. No son las bandas criminales lo que molesta a la Casa Blanca, sino la modalidad bárbara que han observado en estos doce años de gobiernos panistas.
Una modalidad ciertamente disfuncional para el mundo de los negocios, el libre mercado, la lógica, pues, de toda economía capitalista.
Pregunta indispensable: ¿El PRI sabe como hacerlo porque tiene experiencia en el arte de negociar con las cúpulas delictivas?
Buen tiempo para aclarar este punto. Se trata de una fantasía panista cultivada primeramente por VICENTE FOX y después por FELIPE CALDERÓN.
Los gobiernos de la revolución (si así llamamos a las siete décadas que van de general CALLES al doctor ZEDILLO) jamás inventaron nada, ni el agua tibia, ni el hilo negro, ni la forma de controlar a los narcos mediante presuntos arreglos a trasmano. Esta es una falacia total.
Los regímenes priístas solamente adoptaron, en forma mimética, el esquema de trabajo instrumentado por nuestro principal socio comercial, la primera potencia militar del mundo con la cuál compartimos tres mil kilómetros de frontera: los Estados Unidos.
Y dicha estrategia esta fundada en un conjunto de certezas de orden pragmático a las que llegaron los gobernantes estadounidenses después de la primera guerra mundial. Las resumo en cuatro, a saber:
(1) Las dimensiones del mapa americano, sus dos inmensas fronteras con México y Canadá, así como sus extensos litorales al Pacífico y al Atlántico, hacían utópico el freno al tráfico de enervantes. Podrían gastarse millones en ello, sin afectarlo mínimamente.
(2) Tampoco consideraron viable una estrategia de legalización que emulase a la que se aplicó con el alcohol después de la ley seca, porque el efecto alienante que ocasionan las drogas sobre el comportamiento humano es sustantivamente más severo que el de las bebidas embriagantes.
(3) Por ello llegaron a la conclusión de que la verdadera lucha contra los narcóticos sería de largo plazo, por la vía de la educación y el tratamiento a las adicciones, buscando alternativas sanas a la ansiedad y el estrés propios de la vida moderna. Aunque esta reeducación del ánimo social solamente se logrará al paso de varias generaciones.
(4) Sin embargo, la aceptación de que el narcotráfico era invencible en el plazo inmediato los llevó a fortalecer sus corporaciones civiles y militares de seguridad. 
Sin escatimar esfuerzos, sabrían pintarle la raya a cualquier acción delictiva que quisiera avanzar más allá de sus nichos naturales (droga y prostitución) y pretendiera tomar por asalto la renta nacional, mediante delitos como la extorsión, el cobro de piso, la venta de protección, el secuestro, el asesinato, el asalto a peatones, automovilistas, negocios o residencias. 
Ahí donde cualquier organización criminal quisiera poner en riesgo la seguridad ciudadana, la tranquilidad familiar o la paz de los negocios, se encontraría con el puño duro e inflexible del Estado.
Leyendo estos cuatro incisos (algo esquemáticos, disculpe usted) quizás podamos entender como fue que al paso de los años, las mafias norteamericanas aprendieron a acoplarse a las condiciones impuestas desde el gobierno y moldearon sus estrategias de trabajo para que el próspero negocio de la droga operase de manera fluida evitando afectar a la sociedad para no chocar con el gobierno.
Nadie tuvo que negociar con ellos, el gobierno jamás platicó con los capos para decirles lo que podrían o no hacer. 
Fue condicionamiento simple en términos conductuales, que a la larga florecería en las poderosas reglas no escritas que hoy se observan en los negocios ilegales del vecino país.
Los giros negros tienen por límite la paz ciudadana. Y esto no tuvieron que aprenderlo en ningún pizarrón los gobiernos mexicanos del PRI. Tan sólo imitaron el modelo americano.