Cd. Victoria.- Llamativa, al menos, la hiperactividad del alcalde
cuerudo OSCAR ALMARAZ y su presencia permanente en los cuatro puntos cardinales
del municipio.
Importa conocer
su punto de vista, aunque también escuchar otras voces porque la cabecera de
Victoria se observa rebasada por las problemáticas mismas del crecimiento urbano,
sin encontrar respuesta adecuada.
Y esto va desde
el apretujado primer cuadro donde a nadie parece importar el destino de esa
arquitectura antigua cuya primera clasificación hecha por el INAH data del
manotuato, sin que ello haya evitado su demolición o su deterioro.
Crecen las avenidas
rápidas pero sin obras complementarias que aseguren su viabilidad a futuro.
Pese a su reciente modernización, la avenida Tamaulipas (el viejo Ocho, entre
Berriozabal y Naciones Unidas) estaría condenada a su saturación en el mediano
plazo si no se emprenden líneas contiguas que desfoguen el creciente tráfico de
la zona dorada.
Ni la paralela
al poniente de la calle Nueve ni el eje al oriente que corre entre
Tenochtitlán, Teocaltiche y Bugambilias parecen incluidos en algún plan vial
que trace vías alternativas hacia Naciones Unidas. Un tapón, entre otros: el
carácter cerrado del fraccionamiento Campestre.
Volviendo al
centro, otras capitales han desarrollado fideicomisos para la adquisición y
reutilización de propiedades en su primer cuadro, lo cuál permite abrir
espacios, devolver verdor y reinyectar vida al viejo centro histórico. No
ocurre en Victoria.
Por igual interminables,
los absurdos que se cometen por caprichos de munícipes despistados. Cito el
ejemplo de un edil que venía de una familia donde todos los hermanos varones
fueron de alta estatura y complexión espigada. En la escuela les decían “los
tubos”.
¿Qué hizo este alcalde
el día que se le ocurrió levantar un Monumento a la Familia?... Véalo usted, en
el 16 Berriozabal: ¡Tubos!
LA LOCURA
Ofensas así, contra
el más elemental sentido común, se acumulan sin encontrar, en respuesta, algún voto
de castigo o (al menos) voces propositivas en foros gremiales de arquitectos,
ingenieros, historiadores.
Por la capital
del Estado, de sur a norte, del centro a la periferia, la avenida Sulaimán es
un monumento al surrealismo urbano.
Mire usted, la gestión
de los cruces citadinos es un ejemplo elemental aunque muy ilustrativo del
papel mediador que ejerce la autoridad. Señales, letreros, símbolos, por igual administran
las oportunidades de paso.
Avenidas con
mayor flujo vehicular tienen preferencia sobre calles y estas, a su vez, sobre
callejones. Para eso se inventaron esos octágonos rojos con letras blancas llamados
“altos” y también los semáforos, cuando dos avenidas mayores compiten en
importancia.
Por todo ello, cualquier
decisión de semaforizar un cruce de caminos exige (como mínimo) que las rutas
involucradas observen un flujo vehicular equivalente.
Lo chistoso es
que entre los dos libramientos, el Fidel Velázquez y el Naciones Unidas (el viejo y
el nuevo) fueron instalados sistemas de semáforos en seis cruces (sobreviven
cinco) sin que regidor o partido alguno hayan señalado el absurdo.
Concurrencias de
calles y callejuelas que ni lejanamente compiten con Sulaimán en presencia
vehicular. Citados de sur a norte: Juan Bautista, 20 de Noviembre, Leyes de
Reforma, Jovita Aguilera y Artículo 16.
El único punto
que (a mi ver y entender) justifica la semaforización es la esquina con Hombres
Ilustres (Carlos Avilés).
En esto y en
tantas cosas, se antoja larga la lista de pendientes. Quizás tendríamos que
convocar a los habitantes de cada colonia para redondear el anecdotario de sinsabores
perpetrados desde el 17 Hidalgo.
Desde luego, más
allá de la crítica y la autocrítica, merecerían espacio (sobre todo) las
propuestas.