Cd.
Victoria.- Reza el sentido común (y cualquier
manual de autoayuda lo confirmaría) que nadie está exento de sufrir episodios aciagos,
incidentes funestos o, al menos, incómodos.
La diferencia (añaden) es la forma en que
reaccionamos ante ellos. De esto depende que el mal rato se acorte o se
alargue, se resuelva o agrave.
Al subsecretario estatal de Medio
Ambiente ROBERTO SALINAS le acaba de ocurrir una situación muy desagradable.
Percance vial que (por fortuna) solamente
arroja daños materiales y contusiones menores para el interfecto. Sin pérdidas
humanas que lamentar.
¿Pudo ser peor?, desde luego, si
consideramos que el Ford Fusion blanco propiedad estatal que ROBERTO conducía
se accidentó dos veces de manera aparatosa y su aspecto es muy cercano al de
pérdida total.
Habrá que esperar el diagnóstico del Jeep
Patriot asignado a Protección Civil Municipal que participó en la primera
colisión.
De la palmera ya ni hablamos, aunque por
ahí algún colega memorioso recordó que fue de las que sembró PASCUAL RUIZ en
los primeros días de su mandato.
NOCHE
DE MARTES
Se diría que fue un choque de poder a
poder sobre el libramiento Naciones Unidas, por ahí de las veinte horas,
minutos más, minutos menos.
Encontronazo de vehículos, estatal y
municipal, incluyendo Jeep y palmera en esta segunda categoría, en calidad de
parte agredida.
Es en este punto donde aplicaría el útil
consejo citado en el primer párrafo. Cuando decimos que un problema se
simplifica o multiplica según nuestra manera de responder al mismo.
Si el primer siniestro entra en el
terreno de lo imprevisible, el segundo ya es decisión de cada quién, es decir,
parte cabal del libre albedrío.
Y es aquí donde la marrana torció el rabo
porque si el caballero hubiera afrontado de manera civilizada la colisión inicial,
habría evitado cómodamente la segunda.
Hasta casi podemos decir que un acuerdo
rápido (como tantos que hay cada día en la ciudad) ahorraría a las dos partes la
presencia de autoridades y la prensa misma. Y, de paso, se habría salvado la
palmera de PASCUAL.
Hay daños, pues, en dos vehículos
oficiales, uno de ellos muy costoso, el Fusion blanco con el consabido logotipo
de Tamaulipas, en letras azul y verde.
Misma leyenda y colores que lucía al
bajar el atolondrado conductor en su camisa (también blanca y oficial) que lo
identifica, a primer golpe de vista, con la administración actual.
ANDANDO
FRANCO
Sobre esto último cabría recordar una
vieja práctica observada en las corporaciones policíacas y (sobre todo) en el
ejército.
El “andar franco” (por igual, gendarmes y
soldados) significa, en su raíz germánica (frank) deambular “libre, exento de
responsabilidades”, en asueto o reposo.
Los señores de las corporaciones lo saben
bien porque es regla que andando “franco” deben vestir de paisano, no portar
uniforme, ni placa, ni insignia ni vehículo de la dependencia.
De esta manera, en merecido goce de su
descanso, pueden atender a sus familias o bien tomarse unas cervezas con los
amigos, sin que nada los identifique con la institución a la que pertenecen.
Esta es otra razón por la cuál se le
complicaron las cosas al funcionario arriba mencionado.
Mire usted, con copas y uniformado, en
vehículo oficial, huyendo y chocando de nuevo, son demasiados descuidos para
una sola noche. Con lo fácil que sería traer un “conductor designado” para
casos así. Chofer, incluso.
Aunque mejor sería que en momentos así,
de ostensible ingesta etílica, los señores funcionarios (y funcionarias)
optasen por conducir vehículos de su propiedad.
No solamente pondrían a salvo el
patrimonio del Estado sino que (por añadidura) evitarían que el logotipo
oficial se viera involucrado en asuntos de nota roja.