martes, 10 de enero de 2017

Heberto, vigente

Cd. Victoria.- Activista ciudadano, fundador de partidos y organizaciones sociales, ingeniero civil por la UNAM, catedrático, científico, el veracruzano HEBERTO CASTILLO consagró su vida a la defensa del patrimonio petrolero, de cuya administración fue un crítico implacable.
Desde las más diversas tribunas, en diarios, revistas, semanarios (PROCESO, el más socorrido) CASTILLO solía insistir en que México jamás debía conformarse con el papel de simple extractor y exportador de un producto primario como es el crudo.
Su frase favorita era “la mayor riqueza del petróleo le queda a quien lo transforma”, quien le añade valor con su trabajo, para producir fibras sintéticas, plásticos, poliéster, lubricantes, pinturas, barnices, solventes, fertilizantes, insecticidas, detergentes y, desde luego, gasolina y diesel.
Con antelación vaticinó en los primeros años ochentas que PEMEX se iría al traste si no consolidaba un complejo exitoso capaz de suministrar al mercado interno y exportar los principales derivados del petróleo.

AQUEL VATICINIO
Pero también CASTILLO advirtió el peligro de que Petróleos Mexicanos quedase a merced de una burocracia rapaz, en alianza con el sindicalismo charro y contratistas ladrones.
El común denominador de esta trinca fatal fue y ha sido la grosera ambición por la ganancia rápida, cuantiosa y sin asomo de escrúpulos.
Para decirlo en términos campiranos, durante décadas unos y otros ordeñaron la vaca sin darle de comer.
Expoliaron la industria del “oro negro” sin mejorar sus activos, ni reponerle los suministros mínimos, sin refaccionarla ni darle el mantenimiento necesario.
A nadie extrañe, pues, que hoy las refinerías de Salamanca, Salina Cruz, Minatitlán, Madero o Cadereyta estén convertidas en un montón de fierros viejos.
El colmo de los colmos, que nuestro país (petrolero por antonomasia) haya pasado de exportador a importador de gasolina.
Sencillamente, en otros países tienen procesos de vigilancia más eficientes que en México donde contratistas, proveedores y líderes venales han aplicado en esa gran industria el menú completo de trapacerías que se acostumbra en otros ámbitos de la vida nacional.
Desde la subcontratación hasta la facturación espuria y los pagos cuantiosos a empresas fantasmas.
En tiempos de JORGE DÍAZ SERRANO fue noticia mundial la presencia de petróleo mexicano a la venta en el mercado negro del Mar del Norte (como hoy ocurre con el venezolano) sin dejar registro contable en el país de origen. Negocio de saqueadores.

DESLINDE PARCIAL
Sobre la actual crisis del sector, la explicación más conservadora es que la hacienda federal retiene buena parte de las ganancias generadas por la paraestatal. Argumento que luego se emplea para pedir a gritos su privatización total.
Aunque el verdadero problema de PEMEX no es su condición de empresa pública sino la sobreabundancia de intereses parasitarios que vampiriza sus utilidades y adelgaza su margen de operación, antes aún de que el gobierno aplique algún impuesto.
Y cuando, de tiempo en tiempo, se emprenden guerras santas contra la corrupción petrolera, las caras sucias de siempre son los sindicalistas, contra los cuales se dirige toda la inquina de la opinión pública.
Muy de vez en cuando se castiga a un ejecutivo (DIAZ SERRANO) y esto como mero ajuste de cuentas político, nunca por afán moralizador.
Y, bueno, alguna gracia divina protege a los mastodontes del empresariado energético que hicieron sus fortunas con las mismas mañas.
Ellos están blindados no solamente de la ley sino hasta de la exposición pública, mediática. Y si alguna vez asoman en los periódicos, será para recibir un reconocimiento público, medalla al mérito, diploma legislativo, aplauso y premio.