miércoles, 16 de agosto de 2017

¿Elegir o imponer?

Cd. Victoria, Tam. – La lucha por la dirigencia estatal del PRI observa claroscuros interesantes. Entre otros, la terquedad de algunos aspirantes poco favorecidos entre el voto local, pero inflados por su jactancia de ser los presuntos consentidos del olimpo nacional.
Lo cual deriva de un escaso respeto por la competencia. El reclamo o la presunción de privilegios, implica una confesión de incompetencia.
De ahí la razón que un sector mayoritario de consejeros esté pidiendo al presidente del CEN ENRIQUE OCHOA REZA que la contienda sea real y no una mera pantalla para encubrir alguna suerte de dedazo.
Libertad de elegir, pues, y respeto a los resultados que arroje la voluntad mayoritaria, en cumplimiento fiel a la convocatoria y a los propios estatutos.
Valorar con ello la responsabilidad crucial que cargará a cuestas quien resulte ganador. Deberá conducir las tareas de dicho partido en la elección del 2018 donde se renueva la Presidencia de la República y la totalidad del poder legislativo federal.
Piden, en suma, que no haya dados cargados en favor de nadie, en aras de la credibilidad propia del proceso.
Evitar, pues, que bajo pretexto de alguna candidatura de unidad, se adultere el trabajo y (peor aún) pierda su carácter de contienda abierta.
En este sentido, la unidad es una simplificación válida solamente cuando surge en forma libre y sin presiones entre los aspirantes.
No es recomendable si se impone o establece de manera obligada. El clamor es garantizar el suelo parejo, sin excepciones.
En un ambiente partidista tan competitivo como el que se vive en el México actual, forzar voluntades desvirtuaría el espíritu de la convocatoria y mancharía la elección.
Sobre todo, si algún aspirante ha sido visto tocando puertas en Insurgentes norte y otras instancias de la capital mexicana, para inclinar la balanza a su favor.
Ni el CEN, ni SEGOB ni Los Pinos ni el Campo Marte son espacios de gestión para andar buscando padrinazgos ajenos y externos a la instancia decisoria que es (por definición) eminentemente estatal, regional.
De aquí la responsabilidad que tendrían hombres como LUCINO CERVANTES y el delegado JOSÉ MURAT en la transparencia del relevo.
Particularmente ahora, cuando la derrota ha desalentado la participación tricolor, provocando fugas hacia otros partidos, como el PAN y MORENA.
Violentar la voluntad de los consejeros votantes empañaría el (de por sí difícil) panorama que hoy enfrenta el PRI estatal tras su contundente derrota de 2016.
Comicios donde el partido tricolor fue superado ampliamente por Acción Nacional en las tres urnas. Gobernador, alcaldes y curules.
Máxime si consideramos que son dos los aspirantes que parecen concentrar la mayor parte del apoyo: SERGIO GUAJARDO y OSCAR LUEBBERT. El 90% entre ambos, según versiones.
Por ello, si algo unifica la voluntad de ambos contendientes, amén de la amistad, es su condición de punteros y, por ende, la exigencia de que el voto defina al ganador de la manera más nítida posible.
De ahí su interés en que el próximo dirigente sea una carta local y no una decisión grosera del centro. Queda claro que se trata de dos escenarios muy distintos. El primero otorga validez a la nueva dirigencia, el segundo le resta legitimidad.
Como partido opositor en Tamaulipas y ante la magna tarea del 2018, el PRI no está en condiciones de burlar la voluntad de sus consejeros imponiendo algún recomendado.
Peor aun cuando existe la sospecha de que quienes andan mendigando en la capital mexicana los apoyos que les faltan en Tamaulipas, no portan en sus alforjas proyecto de trabajo alguno.
Solo ambicionan el cargo como trampolín para asegurar seis buenos años de beca senatorial, sin importar que en Tamaulipas su partido se caiga a pedazos.