Cd.
Victoria, Tam.- Fui su lector, antes de entablar con
él una relación de trabajo que luego se convertiría en fructífera amistad.
Su llegada a Victoria a finales del gobierno
manotuista había refrescado al columnismo regional con un estilo irreverente y
mordaz de ejercer la crítica. Humor cínico, cáustico, ilustrado.
Un amigo mutuo, PEDRO ALFONSO GARCÍA, nos puso en
contacto, gracias a lo cuál recibí la invitación de sumarme a la plantilla editorial
del MERCURIO.
Así nació INTERIORES, nombre raro cuyo origen (suelo
pensar) tiene algo que ver con un filme de WOODY ALLEN.
Hombre solitario, ni esposa ni hijos, NARVÁEZ vivió
apegado a libros y columna (DIAGNÓSTICO POLÍTICO) primero en escondrijos del
centro y luego en su casona al norte de la ciudad.
Conversador sustantivo, riguroso, exigente, acometía
la problemática del momento con la misma firmeza con que ponía punto final, en
forma tajante, a sus visitas.
Inmensos los pinos del patio, lugar de caminatas
diarias donde alguna vez hubo conejos y pavorreales.
Espacio que en los últimos años observaba el
abandono propio del cansancio vital y unas finanzas inclinadas a mermar cuando
la clase política se pobló de hombres y mujeres con la mitad de sus años.
-“Acaba uno rodeado de fantasmas”, solía evocar con
sonrisa distante y voz resignada cada vez que moría un amigo, escritor,
periodista, político de su generación.
Recuerdos, referentes, amistades irrecuperables. Aquella
capital de los ochentas y noventas, cuando ocupó un lugar estelar en la opinión
pública tamaulipeca.
Mundo que, de manera implacable, se empezó a alejar
de él con el nuevo siglo y el rostro mutante del periodismo.
Tecnología, computadoras, Internet, correo
electrónico, redes sociales. Utilerías que lo hacían sentir al mismo tiempo incómodo
y ajeno.
Había cumplido 80 años el pasado 23 de diciembre,
aquejado por una colección de dolencias propias de la edad.
La más reciente, azúcar, causó la debilidad por la
que fue internado este viernes en la clínica del ISSSTE.
Lúcido todavía, pensante, publicó ese día su
postrer trabajo (“Caballos de acero”) y, según me cuentan, empezaba a elucubrar
el texto del lunes.
Le faltó tiempo. El sábado al mediodía falleció en
dicho nosocomio este abogado tampiqueño que consagró su vida al periodismo de
opinión y a quien no pocos políticos de las últimas décadas le habían concedido
el rango de gurú.
Título que, por cierto, le disgustaba. Su opción
deliberada por la soledad parecía encapsularse en una de sus frases favoritas:
“conmigo poco, bueno y a sus horas.”
Hombre de paradojas, la admiración que se ganó a
pulso estuvo siempre a prueba por sus arrebatos de misantropía.
Desconfianza perenne, enemiga del aplauso, inmune
al halago.
Empeñado siempre en demostrar (y demostrarse) que
no necesitaba mucho de la gente. Quien quisiera su amistad tendría que
aceptarlo tal cuál.
Las listas de amigos (decía) como las buenas
bibliotecas, se obtienen luego de varias purgas. Y no era broma.
Llegó al final con la misma planeación meticulosa
que le caracterizó en vida. Dejó instrucciones claras de no ser velado ni
sujeto de homenaje alguno. Cremación rápida y entrega inmediata de las cenizas
a su familia.
En lo personal, durante largo tiempo me intrigó por
qué hicimos clic desde el primer saludo, al calor del primer café.
Lo supe hasta muchos años después, releyendo un
libro clave de mi adolescencia, “El Lobo Estepario” de HERMAN HESSE.
Ahora pienso que pude entender sin dificultad a don
RUBEN, sin acobardarme ante su rudeza ni temer a sus dentelladas, porque tenía la
experiencia previa, bien asimilada, de leer y releer las excentricidades de HARRY
HALLER.
Lectura cuya marca aun conservo y hoy asocio de
manera inseparable con el temperamento lobuno de RUBEN NARVÁEZ. Descansa en
paz.