Cd. Victoria,
Tam.- Aunque la clase política ha sido por décadas generadora
principal de violencia contra el gremio periodístico, necesario es advertir que
ya fue superada por un verdugo más contundente y letal. El crimen organizado.
Lo cuál no exime de culpa a los gobernantes. En
muchos casos son cómplices silenciosos. Fallan en la investigación, no ofrecen
resultados ni (mucho menos) castigo.
Hoy la prensa nacional está de luto nuevamente tras
la ejecución del sinaloense JAVIER VALDEZ CÁRDENAS, corresponsal de LA JORNADA en
Culiacán.
Se repite un patrón de conducta. La autoridad sabía
que JAVIER había recibido amenazas de muerte, nada hizo para impedirlo. Recibió
12 balazos.
Lo peor de todo es que al paso del tiempo la ineficacia
policial se haya impuesto como inercia dominante.
La observación aplica por igual a nuestra gente de
los medios que a la muy cercana tarea de quienes (por vocación o apremio) se
han convertido en peticionarios recurrentes de justicia. Activistas como la recién
fallecida MIRIAM RODRÍGUEZ.
La impunidad (lo sabemos) es una invitación a
reincidir. Y las fallas de la justicia son a menudo fuente directa de mayor
criminalidad.
RARO PERDÓN
El mejor ejemplo es otra activista de nombre
MARISELA ESCOBEDO en Chihuahua, cuyo caso se extiende entre los años 2008 y
2010.
Al igual que MIRIAM la búsqueda de una hija
desaparecida la convirtió en detective ciudadana, buscadora de la verdad.
Dos madres desesperadas, la tamaulipeca y la
chihuahuense suplieron, cada cuál por su cuenta, la tarea que le tocaba hacer a
la policía.
En el caso de MARISELA no solo descubrió al homicida.
Logró que confesara su crimen amen de revelar dónde enterró a la muchacha.
Recuperó el cadáver para darle cristiana sepultura
y el asesino fue llevado a juicio, logrando así una tarea de investigación redonda.
El caso conmovió a la sociedad chihuahuense de
aquellos años ya que el homicida sería luego declarado inocente por “falta de
pruebas” y puesto en libertad.
En respuesta, la valiente dama apelaría a dicha sentencia
absolutoria, logrando una revisión del caso y una nueva orden de aprehensión. Para
entonces el asesino había escapado.
Dicha grieta en la administración de la justicia
abrió camino al siguiente crimen. Meses después la propia MARISELA moriría de un
balazo.
INCOMPETENCIA
En el caso de la tamaulipeca MIRIAM RODRÍGUEZ,
sabido era que avisó a tiempo y con gran claridad del peligro que corría.
De nada sirvieron los “rondines” policiales. Cuando
se asesina por venganza, el autor no actúa regido por la casualidad ni espera
toparse a su víctima cualquier día en la calle.
La acecha en espera del momento oportuno. No
habiendo vigilancia permanente, el verdugo de MIRIAM tuvo ventaja.
Y mire usted, si hiciéramos un recuento en
Tamaulipas desde los tiempos de ERNESTO FLORES TORRIJOS a la actualidad, los
casos sancionados o medianamente esclarecidos son la excepción.
La regla es la impunidad. El caso FLORES TORRIJOS,
el sacrificado editor del diario matamorense “El Popular”, data de 1986 (17 de
julio, para ser exactos).
Hace 31 años, en efecto, una nota del semanario
PROCESO publicada por el reportero ELÍAS CHÁVEZ daba cuenta de la ineptitud
oficial (“En Matamoros todos conocen a los asesinos pero se esfumaron”) y
también del presentimiento que sobrecogió a la victima en la víspera.
-“Rara vez taciturno, ERNESTO -recuerda su viuda-
presagió su muerte: -Me van a chingar.”
Así empezaba el escrito de CHÁVEZ que el lector
interesado puede consultar en la hemeroteca de dicho medio, copiando o haciendo
clic en el siguiente link abreviado: https://goo.gl/SpbQa3
Historia antigua de un mal vigente. Hay horrores
que no cambian, el de los informadores, uno de ellos.