jueves, 14 de junio de 2012

Renombrar la guerra


Cd. Victoria, Tam.- Un video que data del 4 de junio pasado muestra al magnate televisivo RICARDO SALINAS PLIEGO proponiendo combatir al narcotráfico con una medida un tanto cuanto extravagante: que las instituciones de salud obsequien cocaína a los adictos para que deje de ser negocio.
En marzo pasado el Presidente FELIPE CALDERÓN dijo en una entrevista televisiva que su gobierno ha estudiado toda suerte de alternativas, desde la legalización hasta la propuesta de que Estados Unidos convierta algún punto de su geografía en puerto libre donde la droga ingrese directamente sin atravesar la república mexicana.
VICENTE FOX de tiempo en tiempo retoma la propuesta de legalizar todas las sustancias estupefacientes, tesis que antes defendió el gurú del neoliberalismo MILTON FRIEDMAN.
Todo ello en el marco de la llamada guerra contra las drogas declarada por CALDERÓN, cuyo conteo de muertos ha sido bandera recurrente de sus adversarios.
Si en verdad el tráfico de narcóticos fuera el núcleo del problema, cabría preguntar por qué en Europa o Estados Unidos no se presenta con ese perfil sanguinario que constatamos en México o por qué las organizaciones delictivas no toman por asalto la renta nacional (los ingresos de la población) como ocurre en nuestro país.
¿Es realmente un asunto de drogas?
De no ser así habría que renombrar esta guerra para que su enfoque y metas se ajusten a lo que verdaderamente quiere la población: la defensa irrestricta de la seguridad pública, la paz de las familias y los negocios, en calles, carreteras y caminos vecinales, lejos y cerca, en el medio rural y en el urbano.
Sobre todo cuando sabemos que el negocio de las sustancias prohibidas cobró forma en México desde los años del porfiriato, como nos cuenta al detalle LUIS ASTORGA en su ya clásica investigación “El siglo de las drogas” (México, Random House Mondadori, 2005).
Si la crisis que hoy llena de espanto a los mexicanos tuviese que ver con la inseguridad a secas (con o sin droga) entonces habría que buscar sus causas en las fallas de orden estructural que hicieron retroceder al estado de derecho, en términos, incluso, de geografía física. Cediendo territorios.
Ciertamente provienen del narcotráfico las bandas delictivas que hoy asolan a la población, aunque no necesariamente existe una relación causa-efecto entre ambos fenómenos, al menos no de manera automática.
En otras zonas del globo existe lo primero sin que desborde lo segundo.
Y esto lleva necesariamente a preguntarnos en qué fallaron los gobiernos durante las décadas finales del siglo 20, sus instituciones de seguridad y justicia, corporaciones policíacas y aparatos castrenses.
Situaciones equiparables de anarquía o anomia han ocurrido en todos los tiempos, sin que ello estuviese ligado a la producción, distribución, venta y consumo de enervantes.
A la inversa, hoy en día operan en Europa y Norteamérica florecientes emporios fincados en el comercio con estupefacientes cuyo éxito no parece ir aparejado con el debilitamiento del Estado ni con retrocesos graves en la seguridad pública o la tranquilidad ciudadana.
Y, bueno, aunque FELIPE CALDERÓN se ha retractado de sus propias estimaciones y niega de tiempo en tiempo que exista algo parecido a una “guerra contra las drogas”, en los hechos demuestra lo contrario.
Lo vemos en la jactancia de sus espots televisivos por los arrestos de grandes jefes mafiosos. 
El recuento de dichas detenciones y su empleo como ardid publicitario revela bien hacia donde enfocó sus baterías el equipo calderonista y cuales fueron sus prioridades desde su arribo en diciembre del 2006.
Cuando se haga un recuento de este sexenio en materia de seguridad se dirá que durante la mayor parte de su desempeño, la cacería de “nombres ilustres” dentro del bajo mundo fue su preocupación central. Su obsesión personal.
Se consignará también que la suerte del hombre común le vino importando a CALDERÓN hasta que el problema tocó fondo y cuando ya era demasiado tarde.