lunes, 11 de junio de 2012

La dictadura del rating


Cd. Victoria, Tam.- “A ti se te ocurren puras cosas que no dejan dinero”, le dijo un día EMILIO, el Tigre, AZCARRAGA a JACOBO ZABLUDOVSKY cuando este le proponía al entonces dueño de Televisa programas ideados en función del interés periodístico, sin considerar la utilidad inmediata.
Ciertamente, la televisión como negocio tiene costos altos que exigen un acentuado interés por la ganancia, valor primerísimo cuyo fundamento descansa en la medición de su audiencia conocida en inglés como “rating”.
Concepto que el diccionario Merriam-Webster define como la estimación o porcentaje de los televidentes o radioescuchas que tiene un programa (“An estimate of the percentage of the public listening to or viewing a particular radio or television program”).
Herramienta indispensable para la lógica de los negocios, el rating sin embargo ha ido convirtiéndose en un requisito cruel en cuyo altar se sacrifican contenidos de más lenta maduración, en aras de la ganancia inmediata.
De ser un referente útil, el rating se convirtió en un dictador ciego sin cuyo visto bueno nada resulta viable.
Necesario y siempre vigente para la creatividad y el empuje de los medios comerciales, acaso el rating no sea vital para los medios con distinto propósito.
Asumo esto hoy que el gobierno calderonista está licitando dos frecuencias de TV abierta.
Decisión y anuncio que resulta difícil divorciar de los tiempos electorales, hoy que los universitarios agrupados en el movimiento #132 piden lo mismo.
Mi pregunta de la semana pasada sigue vigente:
¿Abrir el abanico de competidores democratiza al medio televisivo?
Suponiendo que un tercero (y hasta un cuarto) jugadores aparezcan en el horizonte de los inversionistas privados, caray...
¿Ello democratiza los medios como candorosamente lo piden los chicos del #132?
Perdón, pero núncamente.
Acaso mayor competencia, mejores precios, más empleo para los egresados en carreras como Comunicación y Periodismo.
Pero democratización, nones, por la sencilla razón de que esos nuevos concesionarios solamente llegarán a repetir la fórmula de TELEVISA y TVAZTECA. Es decir: más de lo mismo.
Por eso desde la semana anterior propuse (aquí en Victoria donde se genera esta columna y también en redes sociales de todo el país) que al menos una de las cadenas en litigio debiera ser concedida a la televisión universitaria nacional.
Sin demeritar la aportación valedera de los medios privados, se hace indispensable una cadena de comunicaciones que no se rija por la dictadura del rating.
Que pueda arriesgar más, para que sus contenidos no recaigan necesariamente en la programación chatarra, superficial e insulsa a la que nos tienen acostumbrados los señores AZCARRAGA y SALINAS.
Dicho por CARLOS MONSIVAIS se escucha con mayor autoridad:
“La programación, aún sujeta a inercias de los años cincuenta, a la noción de un público inmovilizado eternamente en sus gustos, a la ley del menor esfuerzo.” 
Pongo dos ejemplos que pudieran inspirar una vía alternativa:
El de XHUNAM-TV, la televisión de la Universidad Nacional Autónoma de México, que empezó transmisiones desde el año 2005 y hoy se difunde por el canal 411 de Cablevisión en el Valle de México y el 255 de SKY. 
El otro, más antiguo y meritorio, el de XEIPN-TV, la cadena del Instituto Politécnico Nacional (IPN) que transmite desde 1959 a la fecha y ha sabido superar infinitud de obstáculos. 
Su cobertura es cercana al 28% del territorio nacional por televisión abierta, aunque por disposición oficial en marzo del 2012, será ampliada al 70% del territorio nacional. 
Que las universidades nacionales, fuentes naturales del conocimiento y las artes, sean proveedoras naturales de contenido, sería mucho más interesante que los nuevos proveedores se apelliden VAZQUEZ RAÑA, GONZALEZ o VARGAS.
Si, al final de cuentas, lo que se quiere y busca es el equilibrio entre el estado rector y la iniciativa privada, nada debe impedir un reparto equitativo de esas dos nuevas concesiones.