Cd.
Victoria.- Les dicen los aparecidos. Sus rostros resultan
familiares para el trabajador regular que checa tarjeta, se soba el lomo todos
los días, cumple sus horas, llega temprano, desquita el salario.
Se les recuerda vagamente en el cumpleaños
del jefe anterior, en alguna cena navideña del sexenio antepasado, en la fila
de préstamos alguna vez y, desde luego, como carne de campañas.
A veces deambulan por los elevadores
cobrando el dinero de una tanda, los boletos de la rifa o la coperacha para el
regalo del jefe. Luego se ausentan por meses, años, administraciones enteras.
¿Pero quiénes son?... Se trata de antiguos
compañeros de nómina (que no de trabajo) que por estas fechas salen a la luz ante
el peligro de perder su cheque, luego de largas temporadas hibernando.
Y llegan con apremio, a menudo dando
órdenes.
Tienen prisa por encontrar un escritorio,
calentar una silla, ocupar una máquina, darse a ver, por lo menos a conocer,
que los nuevos jefes sepan que existen.
Prisa por hacer como que trabajan, caminar
como si tuvieran alguna encomienda que cumplir, invadiendo los espacios
habituales del trabajador que sí desquita la chamba.
Y si no encuentran que hacer al menos los
verán moverse por pasillos y escaleras con la celeridad de algún pendiente
imaginario, libreta en mano, con el rostro tenso de quien porta en sus alforjas
cierta encomienda inexistente.
PESADA
HERENCIA
Aparecidos y aparecidas constituyen una
fauna muy especial. En muchos casos son los renglones torcidos de las viejas
familias locales que nunca aprendieron a trabajar y algún padrino les enseño (al
menos) el camino a la ventanilla de cobros.
Apellidos pomposos y pantalones
parchados, pelos desaliñados El frenesí de la vida fácil marcado en el rostro
por décadas de flacidez, cinismo.
En otros casos son ayudantes de los
ayudantes, parientes de las comadres de viejas glorias priístas cuyo fulgor se
apago hace tres o cuatro lustros.
A manera de indemnización les
consiguieron una plaza (o dos, o más) como bote salvavidas, medida de
supervivencia.
Es el drama que hoy se vive en muchas
oficinas de gobierno, estatales y municipales, donde la alternancia llegó como
barredora, haciendo recortes, marcando el deslinde entre trabajadores reales y
virtuales.
-“¿A ver, descríbame usted que labor hacía?”,
es la pregunta que una flamante secretaria está haciendo por estos días a sus
subordinados, del mayor al menor.
-“¿Qué hizo este día, que hizo ayer, la
semana pasada, platíqueme de su quincena, su mes, cuál fue su carga de
trabajo?”
Por respuesta encuentra muchas caritas de
“¡Gulp!”, acaso algunas frases semielaboradas como “pues yo, mire usted” o de
plano el “es que antes no venía pero ahora sí.”
LOS
MOTIVOS
Habrá quien piense que la purga de
aviadores en estado y municipios tiene (1) un propósito oficial, que nadie
cobre sin trabajar, como manda la ética pública.
Ello, aunque otros hablan de (2) una meta
más cercana y realista, abaratar la nómina en tiempos de astringencia económica.
Y no falta quien sospeche en un motivo
ulterior, acaso inconfesable (3) renovar a mediano plazo la fuerza aérea pero
con gente del nuevo equipo.
De cualquier manera el recorte llega, por
la razón que fuere y duele igual sin importar cuáles sean las intenciones
reales, de corto y mediano plazos.
En algunos sectores, la cuchilla habría
llegado tarde (dicen) para quienes lograron jubilarse sin haber ejercido jamás
la plaza (las plazas, a veces dos, tres) en diferentes niveles de la
administración.
Lo triste (comenta una empleada de
planta) es que los aparecidos y aparecidas buscarán quitarle su chamba a la
gente que si trabaja. Querrán apalancarse en sus apellidos de postín. Habrá
muchas historias que contar a este respecto.