miércoles, 19 de octubre de 2016

Seres de ultratumba

Cd. Victoria.- Les dicen los aparecidos. Sus rostros resultan familiares para el trabajador regular que checa tarjeta, se soba el lomo todos los días, cumple sus horas, llega temprano, desquita el salario.
Se les recuerda vagamente en el cumpleaños del jefe anterior, en alguna cena navideña del sexenio antepasado, en la fila de préstamos alguna vez y, desde luego, como carne de campañas.
A veces deambulan por los elevadores cobrando el dinero de una tanda, los boletos de la rifa o la coperacha para el regalo del jefe. Luego se ausentan por meses, años, administraciones enteras.
¿Pero quiénes son?... Se trata de antiguos compañeros de nómina (que no de trabajo) que por estas fechas salen a la luz ante el peligro de perder su cheque, luego de largas temporadas hibernando.
Y llegan con apremio, a menudo dando órdenes.
Tienen prisa por encontrar un escritorio, calentar una silla, ocupar una máquina, darse a ver, por lo menos a conocer, que los nuevos jefes sepan que existen.
Prisa por hacer como que trabajan, caminar como si tuvieran alguna encomienda que cumplir, invadiendo los espacios habituales del trabajador que sí desquita la chamba.
Y si no encuentran que hacer al menos los verán moverse por pasillos y escaleras con la celeridad de algún pendiente imaginario, libreta en mano, con el rostro tenso de quien porta en sus alforjas cierta encomienda inexistente.

PESADA HERENCIA
Aparecidos y aparecidas constituyen una fauna muy especial. En muchos casos son los renglones torcidos de las viejas familias locales que nunca aprendieron a trabajar y algún padrino les enseño (al menos) el camino a la ventanilla de cobros.
Apellidos pomposos y pantalones parchados, pelos desaliñados El frenesí de la vida fácil marcado en el rostro por décadas de flacidez, cinismo.
En otros casos son ayudantes de los ayudantes, parientes de las comadres de viejas glorias priístas cuyo fulgor se apago hace tres o cuatro lustros.
A manera de indemnización les consiguieron una plaza (o dos, o más) como bote salvavidas, medida de supervivencia.
Es el drama que hoy se vive en muchas oficinas de gobierno, estatales y municipales, donde la alternancia llegó como barredora, haciendo recortes, marcando el deslinde entre trabajadores reales y virtuales.
-“¿A ver, descríbame usted que labor hacía?”, es la pregunta que una flamante secretaria está haciendo por estos días a sus subordinados, del mayor al menor.
-“¿Qué hizo este día, que hizo ayer, la semana pasada, platíqueme de su quincena, su mes, cuál fue su carga de trabajo?”
Por respuesta encuentra muchas caritas de “¡Gulp!”, acaso algunas frases semielaboradas como “pues yo, mire usted” o de plano el “es que antes no venía pero ahora sí.”

LOS MOTIVOS
Habrá quien piense que la purga de aviadores en estado y municipios tiene (1) un propósito oficial, que nadie cobre sin trabajar, como manda la ética pública.
Ello, aunque otros hablan de (2) una meta más cercana y realista, abaratar la nómina en tiempos de astringencia económica.
Y no falta quien sospeche en un motivo ulterior, acaso inconfesable (3) renovar a mediano plazo la fuerza aérea pero con gente del nuevo equipo.
De cualquier manera el recorte llega, por la razón que fuere y duele igual sin importar cuáles sean las intenciones reales, de corto y mediano plazos.
En algunos sectores, la cuchilla habría llegado tarde (dicen) para quienes lograron jubilarse sin haber ejercido jamás la plaza (las plazas, a veces dos, tres) en diferentes niveles de la administración.
Lo triste (comenta una empleada de planta) es que los aparecidos y aparecidas buscarán quitarle su chamba a la gente que si trabaja. Querrán apalancarse en sus apellidos de postín. Habrá muchas historias que contar a este respecto.