Cd.
Victoria.- Coincidencia en los observadores, durante
el debate final por la presidencia de Estados Unidos, DONALD cuidó mejor su tarea
expositiva y HILLARY se sostuvo en la madurez y el equilibrio que bien le
conocemos.
Muy cerca estaríamos de haber declarado
un empate (o una ventaja ligera de la señora CLINTON) si no fuera por el
despropósito garrafal cometido por TRUMP en la recta final.
El gozo se fue al pozo cuando cuestionó
la validez del sistema electoral norteamericano y dejó pendiente su aceptación
de los resultados.
No se recuerda en la época contemporánea
un caso así, que alguien cuestione la elección en su conjunto (¡Antes de que
suceda!) y menos todavía un candidato republicano.
Con defectos y limitaciones, el modelo
democrático (vigente de WASHINGTON a OBAMA) es uno de los orgullos del
ciudadano promedio en ese país.
Desde luego hay críticas válidas cuando
se cuestiona que el voto sea indirecto (por delegados) y no universal o que el
severo bipartidismo impida un mayor abanico de opciones.
Pero invalidar sus resultados, calificar
una elección como amañada es algo que solamente vemos entre las minorías
radicales y sus teóricos de la conspiración, de izquierda o derecha, en la
Unión Americana.
¿SUENA
FAMILIAR?
Para los mexicanos esto tiene un
referente obvio en la persona de ANDRES MANUEL LÓPEZ OBRADOR.
Aunque justo sea decir que nuestro modelo
de partidos es algo más inmaduro, la compra de votos subsiste con disfraces
diversos y las encuestas (bueno, las encuestas) suelen dar tumbos
extraordinarios.
Aún así, se antoja excesiva la terquedad
monotemática de AMLO, su machacona insistencia en la “mafia del poder”, esa
urdimbre de conspiradores (“camajanes”, en dialecto tabasqueño) donde
participan expresidentes, empresarios, televisoras, partidos y la propia
Iglesia.
En Estados Unidos se tiene una valoración
distinta de sus instituciones democráticas. Por ello el cuestionamiento de
TRUMP a la elección culpando de antemano a todos los participantes de estar
confabulados en su contra, dio al traste con su desempeño en este tercer
debate.
En la víspera, un ramillete amplio de
mujeres había ofrecido testimonio de alguna suerte de abuso, insinuación,
manoseo, acoso, por parte del susodicho.
Lo cuál había asomado días atrás con
aquella grabación donde, de viva voz, el hombre hacía gala de cierta facilidad
que la fama y la fortuna le permiten para abordar abusivamente a las mujeres.
VULGARIDAD
ACEPTADA
Amén del plano anecdótico, el elemento
más preocupante que deja por legado esta elección, es la existencia de una masa
considerable que sueña, siente y razona como TRUMP.
Resulta tema de discusión académica en el
ramo de la psicología política, ese amplio nicho electoral al que no parecen
importarle las mentiras del personaje y tampoco se molesta (o, incluso celebra)
sus majaderías.
Antes de buscar la presidencia, DONALD era
visto como un millonario excéntrico, irreverente, barbaján y desenfadado, que
alternaba con estrellas de la lucha libre, apostaba su cabellera, hacia
ostentación cínica de poder, fortuna, lujo estridente y la omnipresencia de
mujeres hermosas.
Se diría que un público educado por el
cómic, moldeado por el cine barato de Hollywood y deformado por la televisión
basura, está más que acostumbrado a enaltecer antihéroes. Les aplaude a rabiar.
TRUMP es gandalla como LEX LUTHOR, inescrupuloso
como DIRTY HARRY, RAMBO y CHUCK NORRIS, soberbio como el PINGÜINO y bocón como
CASSIUS CLAY.
Por eso, oiga usted, tan familiarizada
está la gente con dichos patrones de comportamiento, que ha perdido (de plano)
la capacidad de asombro.
La facultad de indignarse cuando tales conductas afloran en ese subsector del showbiz llamado contienda electoral.
La facultad de indignarse cuando tales conductas afloran en ese subsector del showbiz llamado contienda electoral.