Cd.
Victoria.- El gobernador FRANCISCO GARCÍA CABEZA DE
VACA acudió el viernes pasado al festejo por el 50 aniversario del protocolo militar
de auxilio civil conocido como Plan DN-III-E, en el Zócalo de la capital
mexicana.
Estrategia castrense, su nombre completo
es “Plan Director de Defensa Nacional No. III”, donde el anexo “E” lleva por
título: “Plan de Auxilio a la Población Civil en Casos de Desastre”, de aquí el
acrónimo DN-III-E.
En el contexto de estas siglas, el plan
DN-I dispone la defensa del país contra un enemigo externo y el plan DN-II contra
el agresor interno.
Acordes ambos con el espíritu del himno
que cantamos desde niños. Sin embargo, necesario es decir que ese extraño
enemigo, capaz de profanar con su planta nuestro suelo, puede ser también un
desastre natural.
Por ello son entonces asuntos de
seguridad nacional fenómenos como los huracanes, terremotos, erupciones volcánicas
y condiciones climatológicas extremas.
En todos estos casos se aplican las cinco
tareas básicas. Búsqueda y rescate de personas, evacuación de comunidades en
riesgo, administración de albergues, orientación a los pobladores, seguridad y
vigilancia en áreas afectadas.
Su equivalente en SEMAR es el “Plan
Marina”, nacido como auxilio de embarcaciones pesqueras y hoy multiplicado en
sus funciones como parte integral del Sistema Nacional de Protección Civil
(SINAPROC).
PRIMERA
EXPERIENCIA
El Plan DN-III-E data de 1965 pero se
habría de estrenar en octubre de 1966 para atender el desastre producido por el
huracán INÉS en Yucatán, Veracruz y Tamaulipas.
El meteoro involucraría al extremo norte
de la península maya (Puerto Progreso) para luego tocar tierra en los límites
entre Veracruz y Tamaulipas, sobre la desembocadura del Pánuco, en el puerto de
Tampico.
Fue un megahuracán, en efecto, que vino
de muy lejos. Nació como perturbación atmosférica frente a las costas de África
(igual que GILBERTO, 22 años después).
Acaso importe el dato si consideramos que
la mayor parte de los meteoros surge en aguas más cercanas del Caribe y el
Golfo.
Fuentes norteamericanas lo siguen recordando
como un suceso de gran envergadura. Fue el primero (del que se tenga registro) en
extender su área de afectación desde Florida y las Bahamas hasta el litoral
mexicano.
ITINERARIO
ATÍPICO
Viendo mapas de la época y el “time-line”
de su larga trayectoria por el Atlántico, podemos entender por qué dejó huella
en la memoria colectiva de tantos países, incluyendo las Antillas menores y
mayores, Estados Unidos y México.
La trayectoria inicial, sureste-noroeste,
que había mantenido estable cuando devastó en línea recta las naciones
caribeñas (Barbados, Trinidad, Martinica, Puerto Rico,
Dominicana, Haití) emprendería luego dos giros inesperados al cruzar por Cuba.
El primero fue un viraje drástico hacia
el norte que lo llevaría a golpear de frente la península de Florida y sacudir
a sus vecinas Islas Bahamas.
El segundo vuelco fue acaso más
espectacular y será en sentido contrario, al regresar en dirección noreste-suroeste
para afectar Yucatán y luego internarse en el Golfo de México.
Fue un fenómeno en extremo caprichoso, marcado
por la imprevisibilidad, de ahí la cantidad de equívocos que suscito en los
pronósticos.
Mientras mantuvo un trayecto estable por
el Caribe, se pensaba que cruzaría las Antillas para entrar por Matamoros,
Tamaulipas.
Luego de torcer hacia el norte y raspar
la punta de Florida, puso en alerta a estados vecinos como Alabama, Missisipi y
Louisiana.
Aunque después, de manera inesperada,
regresaría sobre sus pasos para abalanzarse sobre el territorio mexicano.
Su destino final sería Tamaulipas, pero
no Matamoros sino Tampico, donde ya el plan DN-III lo estaba esperando.