lunes, 29 de agosto de 2016

Cambio de óptica

Cd. Victoria.- Tiendo a pensar que una abrumadora mayoría de nuestros soldados y marinos ejerce su responsabilidad con rectitud, valentía, patriotismo y un alto sentido del deber.
Sin embargo, cuando las excepciones ocurren y la tropa se desentiende de un episodio criminal, las consecuencias son devastadoras.
La razón es muy clara. Las fuerzas armadas son la última defensa que le queda a la gente pacífica frente al terror delictivo.
En San Fernando (2011) como en Ayotzinapa (2014) se observan dos casos algo semejantes de este mutismo castrense.
Esa rara inacción de quienes solo testifican sin intervenir, alegando ausencia de indicaciones y plantándose en la espera de órdenes que (por cierto) nunca llegan.
Observe usted que el 27 batallón de infantería en Iguala es tan numeroso, profesional y bien pertrechado como el 77 de Ciudad Victoria.
Los jenízaros de JOSE LUIS ABARCA difícilmente habrían podido secuestrar a medio centenar de normalistas sin la pasividad federal.
Con tiempo suficiente, desde el monitor del C4 guerrerense, los verdes supieron del movimiento y la llegada de autobuses a Iguala. Al igual que la Marina, la Policía Federal, doña PGR y el mismísimo CISEN.
Imposible no enterarse del ataque. Ante sus ojos se desplegó el operativo municipal, la agresión artera, las ráfagas, la detención temporal de los estudiantes en la cárcel preventiva y el posterior acarreo en camionetas de redilas hacia su destino final, en Cocula. Nada hicieron.

RARA INACCION
De San Fernando se cuentan tantas cosas. Algunas ya han sido referidas aquí, se han desgranado en otros espacios. Otras saldrán con el tiempo.
Disculpe usted si soy repetitivo. La gente que lograba sobrevivir al retén delictivo de Las Norias encontraba kilómetros adelante una revisión militar por completo desentendida del asunto.
Y cuando los aterrorizados viajeros urgían a los soldados para que acudieran al punto cercano donde se suscitaban los asaltos, la respuesta era tajante: “no podemos intervenir, presente su denuncia.”
Faltaba más, ¡desde luego que podían intervenir!... Habiendo flagrancia, ante hechos que ocurrían frente a sus ojos (Ayotzinapa) o en un paraje cercano (San Fernando) su deber era actuar de inmediato.
La prensa chilanga, como es costumbre, se contentó con linchar a los gobernadores de ambas entidades. Aunque nada dijo de la actitud contemplativa observada no sólo por la milicia, también por la Policía Federal acantonada en la zona.
No pasa nada, en efecto, fue la frase oprobiosa de aquellos años que la opinión pública puso en boca de autoridades locales. Aunque se antoja más cercana a la actitud de las corporaciones nacionales.
Dejar hacer, dejar pasar. Esa extraña mansedumbre forma parte de las historias oscuras, inéditas, aún pendientes de contar, en Guerrero y Tamaulipas.

LUZ AL PROBLEMA
Tiene importancia el deslinde, porque PACO CABEZA y su equipo van a cruzar la línea que transforma a los opositores en gobernantes.
El umbral que los consagra como figuras principales del nuevo partido oficial en Tamaulipas, el PAN.
Cabe el refrán campirano. No es lo mismo ser borracho que cantinero. Estar en uno o en otro lado del mostrador modifica de manera sustantiva la interpretación de cualquier problema.
Las broncas que surjan ahora en el difícil ámbito de la seguridad dejarán de ser argumentos de crítica para convertirse en responsabilidades de gobierno.
De ahí la necesidad del diagnóstico riguroso. Deslindar bien las tareas que corresponden a los niveles federal, estatal y municipal, ante una delincuencia fuerte, próspera, suficientemente armada y entrenada.
Si bien la meta de alcanzar el poder significó para el PAN un esfuerzo magno, el desafío que viene ahora es todavía mayor. El tigre de la rifa.