viernes, 9 de octubre de 2015

¿Poder, para qué?

Cd. Victoria.- Es historia bien conocida, un día 22 de noviembre de 2011 (numerología habemus, 22/11/11) desde su liderazgo senatorial, el economista sonorense MANLIO FABIO BELTRONES envió al país un video de siete minutos dando lectura a lo que sería su renuncia formal a la aspiración de convertirse en candidato presidencial para la contienda de 2012.
Mensaje de oficina, saco café oscuro, pistache la corbata, pulcro librero de fondo, escritorio desierto, lo único que sobresale es una versión portátil del lábaro patrio y la agenda de piel donde reposan sus brazos.
El corazón del corto “speech” gira en torno a la pregunta que él mismo había planteado en la víspera: “¿El poder para qué?”, argumentando que de poco servía el retorno del PRI a Palacio sin un propósito claro.
Al respecto, en su denominado “Programa para México” BELTRONES había propuesto una reforma en tres vertientes: régimen político, modelo de desarrollo y pacto social.

LOS FUTUROS
Empleaba, además, como caballito de batalla la vieja expresión de JESÚS REYES HEROLES: “Primero el programa y luego el candidato.”
Desde luego, para entonces PEÑA NIETO tenía dos meses de haber dejado el Estado de México en manos de ERUVIEL, mientras el aparato priísta se perfilaba en dirección franca hacia el gallo de Atlacomulco.
Aún así, la declinación de MANLIO FABIO cuidó muy bien las formas para que en ningún momento se entendiera como capitulación.
Sería un aliado, no un subordinado, que además remataba su mensaje con una frase de cariz futurista: “Mañana empiezo otra vez”.
Habría de otorgar entonces todo su apoyo al mandatario mexiquense en cuyo proyecto de reformas trabajaría sin vacilación desde la Cámara Baja durante el trienio que recién terminó, 2012-2015.
Concluida la chamba en San Lázaro, desde el 20 de agosto pasado BELTRONES despacha en la oficina principal de Insurgentes norte, el CEN del PRI.

EL 2012, HOY
Acelerada como está la puja sucesoria en Tamaulipas, no deja de llamar la atención que el marketing opaque a las ideas y el culto a la personalidad impida saber de intenciones.
Es decir, de propósitos englobados en el cuestionamiento primario que (ayer, hoy y siempre) debe dirigirse a cualquiera que quiera gobernar: ¿El poder para qué?
Detalle que, por cierto, se ventila poco (o, de plano, se desconoce) en las interminables mesas de compadritos comiendo y brindando por ese futuro dichoso en el que imaginan abiertas, de par en par, las puertas del presupuesto.
Utopía donde la catarata de dicha se derrama generosa sobre quienes han juramentado devoción eterna al aspirante en turno.
Tal ausencia de planteamientos hace pensar en que predomina la visión del poder como simple botín, meta concreta y jugosa que se alcanza en grupo, en palomilla, aunque no como oportunidad para el ejercicio de alguna suerte de vocación política.

LA VENDIMIA
Paralelamente, uno de los recovecos más oscuros de la mercadotecnia política es su tendencia a reciclar como su fueran nuevos, un puñado de recetarios armados con frases hechas.
Clichés que (si le escarbamos tantito) los vamos a encontrar en todas las campañas donde el gurú en cuestión haya participado, dentro y fuera del país, a todos los niveles, local, regional, global.
Del Gobernador del Empleo al Presidente del Empleo, del Vamos Tamaulipas al Vamos México, los vendedores de ilusiones no se tientan el corazón al facturar (con ceros suficientes) por ideas que hace mucho dejaron de serlo para convertirse en anuncios de neón, resplandores destinados al embotamiento colectivo.
De aquí la necesidad (muy actual) de preguntar por aquello que cada aspirante porte en su respectiva alforja. Si cargan poco, mucho o de plano no traen nada. Para todo hay casos y más vale saberlo.