lunes, 13 de febrero de 2012

Espíritu de la época: Cárdenas en 88


Cd. Victoria, Tam.- En retrospectiva, la elección del próximo julio será la quinta contienda presidencial verdaderamente competitiva del México contemporáneo desde que las sucesivas reformas electorales y la maduración de los partidos permitieron la disputa real del poder.
El monopartidismo tricolor había alcanzado en 1976 su punto más bajo cuando JOSE LÓPEZ PORTILLO compite sin oponente visible, ante un PAN que no lanzó candidato y un Partido Comunista que hacía campaña marginal en favor de VALENTIN CAMPA: ¡Sin registro ni lugar en la boleta!...
Tampoco fue competida la elección del 82, pues al no existir todavía autoridad imparcial (el IFE se crea hasta 1990) el proceso seguía en manos de una primitiva comisión electoral, sin el profesionalismo ni la autonomía necesaria y una vida partidista atorada en su etapa larvaria de proyecto.
Fue así que el priísta MIGUEL DE LA MADRID no tuvo problema para lograr un cómodo 68% del voto, derrotando de calle a media docena de oponentes menores.
Por todo ello, la historia reciente de las disputas competidas arranca en 88, cuando el abanderado oficial CARLOS SALINAS DE GORTARI deba enfrentar a dos aspirantes fuertes como CUAUHTEMOC CÁRDENAS del Frente Democrático Nacional y MANUEL CLOUTHIER del PAN.
A duras penas SALINAS se alzaría con el 50% de los sufragios, contra el 31% de CÁRDENAS y el 16% de CLOUTHIER, entre acusaciones sonoras de fraude.
Y aunque el aspirante priísta finalmente se sentaría a gobernar, ya nada sería igual. En los años posteriores se creará un organismo electoral autónomo (el IFE), imponiéndose controles efectivos al registro electoral, avanzando en la credencial y padrón con fotografía, las urnas transparentes y los tribunales electorales.
Pero eso vendría después. En el referido año de 1988 la conciencia colectiva revestía matices muy especiales que marcaron rumbo inédito al voto.
Con una inflación de tres dígitos -superior al 100%- el temor común en esos años era que México se deslizara por una espiral devaluatoria similar a las del cono sur.
El terminajo de moda era la temida “argentinización” cuyas tazas con picos cercanos al 700% anual ponían los pelos de punta a los analistas mexicanos.
El presidente DE LA MADRID parecía desbordado por la abrupta herencia de una banca estatizada, un sector público gigantesco y caro, inflación y deuda fuera de control.
Peor aún, el terremoto de 1985 lo había exhibido como un mandatario medroso, incapaz de hacer frente a la tragedia mientras la gente se organizaba por cuenta propia rescatando heridos y enterrando muertos.
Así llega el 88, con el país vestido de luto y la economía familiar acorralada por el desplome del poder adquisitivo y el alza constante en precios y tarifas de bienes y servicios.
Si hubiera que definir al sentimiento colectivo se diría que estaba puntualmente representado en esa genuina indignación testificada en el rostro de CUAUHTEMOC CÁRDENAS, un ingeniero civil de entonces 54 años que exigía retomar el camino original de la Revolución Mexicana.
Y esto lo sabían los respectivos “cuartos de guerra” de cada partido. 
Los especialistas en marketing de aquel año encontraron en ese gesto sombrío y ese perfil de piedra una calca fiel del enfado observable en el hombre de la calle, el empleado, la maestra, el trabajador urbano y el productor rural.
El discurso de CUAUHTEMOC obraba en consecuencia: los gobiernos posteriores a su padre habían desviado el camino y lo que él proponía era volver a los principios originales.
Tal coincidencia entre el entrecejo severo de CÁRDENAS y el momento anímico del país le otorgaría una votación inédita que superó los cinco millones de votos, pese a todas las inequidades de la ley electoral y el innegable carisma de CLOUTHIER.
Se diría que CÁRDENAS tenía de su lado el ánimo nacional, el rictus de la gente, la nostalgia por los tiempos idos que embargaba por entonces al espíritu de la época.