jueves, 16 de febrero de 2012

AMLO en 2006


Cd. Victoria, Tam.- Pueblo atávico el nuestro, la eterna búsqueda del líder providencial que nos conduzca a la tierra prometida de la democracia y el desarrollo, parece condenarnos a frustraciones y desencantos cíclicos que hasta hoy no parecen tener fin.
Repetimos, pues, el mito griego de Sísifo, el rey de Corinto cuyo castigo a sus mezquindades fue la perpetua tarea de rodar cuesta arriba una pesada roca que invariablemente habrá de precipitarse al barranco, obligándolo a comenzar de nuevo.
Tras la derrota del PRI en 2000 y el ascenso de VICENTE FOX, la opinión pública no hubo de esperar demasiado para descubrir que el “héroe de la alternancia” era mejor candidato que Presidente.
Peor aún, que ya sentado en la silla seguiría a perpetuidad comportándose como aspirante sin ejercer el cargo de Presidente, invocando el sueño de un cambio que en términos formales ya había ocurrido y ante el cuál se mostraba incapaz de pasar a la acción directa.
La prensa mexicana de los años 2001 y 2002 puede citarse como testigo de esa interminable espera por resultados que cansinamente se habrán de postergar mes con mes.
Ello mientras VICENTE FOX no para de hablar y de viajar, dentro y fuera del país, exactamente como lo haría un candidato, un prospecto, alguien que sólo tuviera el deseo pero no el poder.
En su primer informe del 2001, la entonces presidenta de la mesa legislativa BEATRIZ PAREDES se ve obligada a parar en seco el discurso de FOX para reconvenirlo.
Le recordará entonces con un gesto de severidad que su principal interlocutor era el Congreso ante el cuál comparecía y no el televidente al que compulsivamente buscaba dirigirse con las frases dulces del marketing, como si fuera todavía candidato.
La tragedia de VICENTE fue, en efecto, la de un puñado de ideales que jamás aterrizaron, oportunidades perdidas que sacrificaron de nuevo la esperanza ciudadana y nos fueron llevando, paso a pasito, al espejo negro de nuestra frustración ancestral.
La tan mexicana sensación de naufragio rondaba de nuevo por campos y ciudades, ante un cambio de dientes para afuera, carente de contenido, pródigo en pronunciamientos felices pero sin propósitos generales ni metas específicas.
Y ello ocurría mientras en el terreno de la izquierda tomaba forma un relevo generacional de primer orden.
Desde la elección del 2000 donde CUAUHTEMOC CÁRDENAS había alcanzado su mínimo histórico, se pensaba que difícilmente habría una cuarta oportunidad, considerando la caída a plomo de sus resultados de 1988 a 1994 y 2000.
Y también porque el entrante jefe de gobierno capitalino, ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR, no ocultó desde un principio sus intenciones de convertirse en el nuevo sol para el 2006.
Recuerdo una imagen de ANDRES MANUEL saludando con sincera calidez a MARTHA SAHAGUN el día que FOX toma posesión. La amabilidad duraría muy poco para convertirse en rivalidad encarnizada.
El sueño presidencial de MARTHA será la pesadilla de muchos, incluyendo aspirantes del mismo PAN y adversarios como AMLO.
Peor que sueño, de dicha elucubración sombría nacen las órdenes terminantes fraguadas en horas de alcoba para crucificar a LOPEZ OBRADOR, empleando como pretexto cierto error técnico en la adquisición de un inmueble para una ampliación vial.
El carácter injusto de la artimaña y su proverbial torpeza táctica provocarán el efecto contrario.
La solidaridad de la gente con ANDRES MANUEL frena los planes de FOX (o, para ser exactos, de MARTHA) y catapulta al aspirante perredista a niveles que se llegaron a interpretar como inalcanzables.
La posterior derrota del tabasqueño en 2006 sólo fue posible mediante la implementación de un aparato brutal de linchamiento mediático cuyo costo aún nos falta por conocer.
Pero el 2006 fue de AMLO absolutamente, porque en sus manos estuvo el ánimo colectivo de su tiempo, el del rechazo enérgico al fiasco foxista, al cambio verboso sin hechos tangibles y la exigencia de transformaciones verdaderas.