Cd.
Victoria, Tam. – Razón les sobra a simpatizantes,
miembros y dirigentes de MORENA cuando se quejan de que los medios sobrerreaccionan
a los casos de corrupción que involucran a este partido.
Ello, mientras dejan pasar o atienden
con ligereza atrocidades mayores descubiertas en gobiernos y personeros de otras
trincheras políticas.
Esa ingrata predisposición de los
informadores para escandalizar por la entrega de dinero turbio a operadoras de
MORENA en Veracruz y las tropelías cometidas por jefes delegacionales en la capital
mexicana.
La prisa en redes sociales para denostar
al obradorismo, mientras desatienden saqueos gubernamentales del PRI, el PAN, el
PVEM o el PRD.
Es cierto todo, aunque la culpa ¿recae
en los comunicadores?
Acaso la raíz del fenómeno se encuentre
en cierta particularidad que distingue al discurso de AMLO. Sus reiterados
baños de pureza.
Esa redundante, machacona, sistemática
argumentación que divide al mundo entre honestos y corruptos. Tajante maniqueísmo
con que cataloga a partidos, gobernantes, empresarios, editores y (por
supuesto) periodistas.
Por ello sobresale de inmediato
cualquier “manchita” que la prensa descubra en el blanquísimo ropaje de quien se
pasea por el mundo como depositario único de la honestidad absoluta.
Religioso el deslinde, o conmigo o
contra mí. Dicho en sus propias palabras: “o están con MORENA o con la mafia
del poder.”
Esa “mafia del poder” cuyo nacimiento sitúa
con el ascenso de CARLOS SALINAS DE GORTARI (1988) su respectivo programa de
privatizaciones y la camada de multimillonarios que se formó en aquel sexenio.
Razonamiento impecable, innegable, justo.
Salvo que tan severo moralista olvida a todos los regímenes previos, donde se
cometieron tropelías similares. La única diferencia es que entonces AMLO era
priísta, tenía trabajo, mando y tribuna.
Cabría preguntar, entonces, ¿Cuándo se
echó a perder el sistema, según la ferviente prédica de ANDRES MANUEL?
Muy sencillo, cuando quedó cesante. Al terminar
el régimen de su padrino ENRIQUE GONZÁLEZ PEDRERO, en Tabasco, a finales del
lamadridato (1987).
Por eso las corruptelas y claudicaciones
de MMH no están en la lista de reclamos que enarbola AMLO contra el sistema. Porque
era su jefe político.
Para LÓPEZ OBRADOR, el infierno empieza
con SALINAS. De la misma manera como CÁRDENAS y MUÑOZ LEDO dicen que la
revolución mexicana extravió el rumbo cuando se fue LÓPEZ PORTILLO.
Y en ninguno de los casos miran más allá.
Por citar algunos nombres: ¿no había mafia del poder en la época dorada del charrismo
sindical, con JONGUITUD, BARRAGÁN, la QUINA?
¿O no fueron traidores a la revolución
aquellos caciques de horca y cuchillo como GONZALO N. SANTOS y MAXIMINO ÁVILA
CAMACHO?, ¿presidentes represivos como el mismo ECHEVERRÍA, sanguinarios como
DÍAZ ORDAZ y saqueadores como ALEMÁN VALDEZ?
Bajo esa lógica, también serían santitos
caídos del cielo aquellos sátrapas regionales como RUBEN FIGUEROA en Guerrero,
PÁRMANES ESCOBEDO en Oaxaca y OSCAR FLORES TAPIA en Coahuila.
Otro detalle curioso en su catálogo de
ángeles y demonios, es la ubicación mutante de dichos personajes, según
convenga a los tiempos electorales. Siempre a su capricho.
Los empresarios televisivos a quienes deturpaba
en 2006 como el “duopolio” al servicio de la multicitada mafia (RICARDO SALINAS,
EMILIO AZCÁRRAGA) hoy son “empresarios honestos”, según el dicho del mismo AMLO
durante la entrevista concedida a RENE DELGADO de diario REFORMA, en julio
pasado.
Y la novedad más reciente. El perdón al feroz
cacique minero NAPOLEÓN GÓMEZ URRUTIA, a quien concede rango de perseguido
político, prometiendo repatriarlo impune, si triunfa MORENA en 2018.
Desmemoria artera la suya, desvergonzada
acaso, encima exige obediencia, sometimiento, aplauso.