Cd.
Victoria, Tam. – Aunque la izquierda
partidista se desintegró en Tamaulipas con el cambio de siglo, un factor a
considerar en las proyecciones del 2018 es la influencia comprobada del voto
presidencial en los procesos paralelos de legisladores federales y cargos locales.
El contagio hacia las urnas contiguas,
en efecto, que esta vez serán muchas y muy variadas.
Factor inédito, la cantidad de
alcaldías, curules locales y (en algunos casos) gubernaturas que se han añadido
a la (de por sí) magna renovación de los poderes federales, el ejecutivo y las
dos cámaras.
La experiencia previa nos indicaría que
aún en regiones donde partidos como MORENA observen una formación incipiente,
el imán comprobado de LÓPEZ OBRADOR tendrá un efecto multiplicador.
Y es que la intención del voto
presidencial genera inercias. Tiende a impregnar la decisión ciudadana al
cruzar boletas para otros cargos, como pasó con VICENTE FOX en dos mil.
Más allá de simpatías o animadversiones,
guste o no la personalidad de AMLO, su voto duro en la base de la pirámide
social sigue ahí.
Si son viables o no sus propuestas de
cambio es otro cantar. Necesario es decirlo, la inmensa mayoría de la gente no
vota por programas o proyectos de gobierno.
La oferta es la persona. Máxime con un pueblo
atávico como sin duda lo es el mexicano, donde la subjetividad del voto es tan (pero
tan) poderosa.
Decía un experto norteamericano en
imagen pública que la irrupción de CUAUHTÉMOC CÁRDENAS en 1988 descansaba en un
“branding” muy afortunado.
El nombre del jefe azteca martirizado
por los españoles, al que la leyenda atribuye una estoica y callada resistencia
ante la ambición colonial.
Y el apellido del padre, el general que
nacionalizó el petróleo, acaso el último presidente del que se guarden buenos
recuerdos.
Algo similar ocurre con LÓPEZ OBRADOR
ahora, por más que señalemos contradicciones formidables en su discurso,
incongruencias fatales, desplantes que parecen un monumento al absurdo.
Ante la fidelidad popular al
obradorismo, el mito del voto razonado se sostiene escasamente con los
alfileres de minorías ilustradas.
Tras 17 años en campaña (inició en 2
mil, con su ascenso a la jefatura capitalina), ANDRÉS MANUEL es sin duda, el
enemigo a vencer.
Tanto que personalidades como MARGARITA
ZAVALA, RICARDO ANAYA, RAFAEL MORENO VALLE, JAIME RODRÍGUEZ y hasta PEDRO
FERRIZ se adjudican por adelantado el raro privilegio de ser “el único capaz” (“la
única”) dicen, “de vencer a LÓPEZ OBRADOR.”
Parecería, incluso, que el PRI y el PAN se
han tenido que turnar para ganarle. El PAN en 2006 con el manifiesto apoyo de
los gobernadores priístas.
El PRI en 2012, con una candidata
albiazul débil y errática (JOSEFINA VÁZQUEZ MOTA) que parecía seleccionada para
cumplir una misión de sacrificio.
La misma prensa ubicada en un presunto
espectro progresista, no se pone de acuerdo sobre el origen de ese temor que
despierta el hoy aspirante de MORENA.
La pregunta es qué inquieta más, el
candidato o el partido. La posibilidad de que ascienda un gobierno de
izquierdas o el perfil explosivo, arcaico, irreflexivo, del personaje.
Pudiera ser la condición polémica de
LÓPEZ OBRADOR donde resida su fuerza y también su debilidad más pronunciada.
Un perfil que jamás han tenido (por
citar dos ejemplos cercanos) el propio CUAUHTÉMOC CÁRDENAS o MARCELO EBRARD.
Acaso por ello, el sufragio obradorista
puede fácilmente impactar en las urnas vecinas y producir efectos inesperados,
aún en las entidades y municipalidades del país donde MORENA carezca de
estructura.
Nunca se habrán votado tantos cargos de
manera simultánea como en 2018. Esto subraya el carácter impredecible de un
proceso venidero que el país enfrentará con ánimo definitivamente telúrico.