Cd.
Victoria, Tam. – En un país donde el
consumo neurótico es mandato divino, la religión del éxito alcanza extremos teocráticos
y la competitividad se vive como una renovada ley de la selva, a nadie debe
extrañar que, de tiempo en tiempo, algún cerebro estalle.
Y, desde luego, al estallar dispare
contra lo que tenga a su alcance. Aquello que más le agravie. Si es un escolar
frustrado será contra sus maestros y condiscípulos.
Si se trata de un desempleado, jubilado,
insatisfecho con la vida, su blanco será el bullicio humano. Ahí donde la gente
se reúna a concelebrar sus rituales masivos, conciertos, salones de baile,
bares, restaurantes o la calle misma.
Máxime si hay millones de armas para uso
doméstico disponibles, nuevas y usadas, fabricadas este año y las décadas
anteriores.
En un estado eminentemente mafioso como
Nevada, donde los fusiles de asalto se ofertan en “outlets” y se anuncian en grandes
espectaculares, a borde de carretera.
Desde el freeway pueden verse, destacados
con toda la seducción del marketing, propia de quien publicita ropa,
electrónicos, perfumes o automóviles.
Los han convencido que el poseer armas,
con la pasión febril de un coleccionista, otorga estatus y aceptación social.
Mera fábula en la que descansa su noción
de seguridad personal, familiar. La paz de sus negocios. Esa sensación de poder
alimentada como fantasía adictiva.
Les fue vendido el poder destructivo
como una expresión de libertad. Mandato incuestionable que deriva de los
derechos fundamentales conquistados por los padres fundadores.
Discutirlo, cuestionarlo, es atentar
contra los valores sagrados de su cultura. La colección de mitos ligados a sus raíces.
Por eso, cuando alguien se sale de
control y genera acciones destructivas, el poder y los medios tienen disponible,
lista y prevista, la interpretación más cómoda y adecuada.
Aquella que buscará encapsular cualquier
episodio sangriento como si fuera un accidente lamentable. Letal pero
inevitable, como la caída de un rayo, las inundaciones o los accidentes aéreos.
Queda prohibido, pues, contextualizar,
hurgar más allá de lo obvio. Que nadie le busque un origen distinto al de la patología
o la maldad aisladas.
Por sistema, la información es mutilada
de cualquier explicación amplia. Esas peligrosas relaciones causa-efecto que la
industria armamentista y sus cabilderos gubernamentales se aprontan a
desactivar.
Nada más útil que la tesis del asesino
solitario, la típica locura americana que vemos reflejada en la prisa de la
autoridad para descartar (a priori) la existencia de complicidades,
concatenaciones más allá del hecho inmediato y visible generado por la noticia.
Finalmente, todo se reduce (como en la
Matrix) a una simple anomalía.
De ahí la fría condolencia del
presidente DONALD TRUMP a las víctimas de la reciente matanza en Las Vegas. Su calculado
desapego al tratar el caso.
Y ese cliché que es casi una burla, cuando
dice estar orando, junto a su familia, por las víctimas.
Momento de elevar plegarias, colocar ofrendas
votivas, flores, veladoras, globos metálicos en forma de corazón, ahí donde repiquetearon
las balas y corrió la sangre.
Pero que nadie aproveche el momento para
pedir la revisión pública de aquella segunda enmienda y su sacrosanto derecho a
la carnicería doméstica.
Y bueno, se habló en un principio de 10
armas de asalto. Hoy se maneja que fueron 17, otros dicen que 19. Se entrecruza
la duda macabra con la curiosidad jocosa.
¿Cómo hizo STEPHEN PADDOCK para meter ese
arsenal en un hotel de lujo, cruzar sin sospecha la cobertura de videocámaras y
estaciones de monitoreo?, ¿En fundas de golf?, ¿Las metió por piezas sueltas
para ensamblarlas luego en su espiadero?
Un loco, es la explicación oficial.