miércoles, 25 de octubre de 2017

La acequia de la discordia

Cd. Victoria, Tam. – Tiene muchas aristas la proyectada modernización de la avenida 17, su tramo central que abarca 13 cuadras entre Rosales y Carrera Torres.
La Alameda, por desgracia escrita con mayúscula, como tercer nombre de una arteria con camellón denominada oficialmente “Francisco I. Madero”.
Sería estupendo escribir la palabra alameda con minúscula si todavía fuera un bosque de álamos. Ha dejado de serlo por el envejecimiento natural de esos árboles y la devastación de origen humano.
En lo cual debemos incluir la ausencia de un plan rector en su reforestación, que ha permitido la siembra anárquica de especies, perpetrada al capricho por sucesivas generaciones de vecinos.
Del naranjo al laurel y la palma, pasando por una variopinta colección de plantas ornamentales, sin un criterio inteligente ni idea integral que piense más allá del plazo inmediato.
Antigua acequia de abundante fronda, la Alameda (hoy con mayúscula) luce atrapada por el implacable avance del pavimento, el congestionamiento vehicular, la falta de planificación medida en años, trienios, sexenios.
Pero todo el primer cuadro de la capital está así. Entre otras razones porque nadie se ha dignado modernizar un casco urbano envejecido, con una vialidad asfixiante, obsoleta.
Por ende, cualquier planteamiento de fondo debiera abarcar el centro antiguo de la ciudad en su conjunto y no solo esas 13 cuadras de la avenida Madero.
Nadie regula la proliferación de estacionamientos que se multiplican sin control, avanzando de manera anárquica sobre la demolición parcial de antiguas casonas.
La gente estaciona sus autos sobre el piso donde antes hubo una sala, una recámara, un baño. Las llantas pasan sobre el hoyanco mal rellenado de un viejo inodoro y en cuyas paredes descascaradas todavía sobresalen los manerales de una regadera. A menudo entre restos de escombro, basura, matorrales, olores infectos.
También los estacionamientos pudieran regirse con criterios de calidad. Acabados básicos, normas de higiene, suelo de gravilla y requerimientos de orden ambientalista como la obligación de plantar árboles, al menos en el perímetro.
La capital de Tamaulipas todavía no cuenta con un fideicomiso (necesariamente estatal, el municipio no tiene recursos) que permita la adquisición de inmuebles abandonados en el primer cuadro.
La demolición planificada con el propósito franco de reutilizar esos predios en proyectos nuevos que incentiven la inversión privada y abran espacios con mejores servicios.
Más luz, más aire, más andadores, más árboles, más respeto al peatón, mejor flujo vehicular.
¿Qué se propone el ayuntamiento ahora?
Difícil precisarlo porque el plan completo ha sido reservado. Impera la secrecía, no se sabe si lo están concursando (o se asignó en forma directa) tampoco se informa al cabildo, menos a la prensa.
Y digo al principio que el asunto abunda en aristas porque las críticas observan una variedad de aspectos, en paralelo.
Por ejemplo, que la ciudad tiene otras necesidades más apremiantes en materia de gasto público. Colonias sin agua, carencias en drenaje, pavimentación, alumbrado, semaforización.
Cabe preguntar si al convertir ese paseo en corredor turístico se tiene contemplado el incremento en la demanda de estacionamientos que ello implicaría.
O con qué criterio van a orientar la tala y resiembra de árboles, inquietud que ha despertado zozobra entre un grupo de activistas ciudadanos.
Y bueno, si no es indiscreción, también importa saber qué empresas particulares participan, cómo fueron seleccionadas y cuánto va a costar todo el numerito.
Porque si se trata de hacer una obra de relumbrón con fines meramente electorales, el ánimo social se vislumbra muy hostil a esta suerte de veleidades. No está el horno para bollos.