Cd.
Victoria.- De aspecto saludable, con algunos kilos
menos, el exjefe de gobierno capitalino MARCELO EBRARD está de regreso y en
campaña, aunque no (todavía) por la presidencia de México sino por el sillón
principal de la Casa Blanca.
Hace activismo entre la población hispana
promoviendo el apoyo a la candidata demócrata HILLARY CLINTON.
El hombre había desaparecido de los
medios en los dos primeros tercios de la administración peñista.
Poco se sabía de él salvo que se dedicaba
a restañar heridas tras el escándalo de corrupción (o, más que nada, de
ineficiencia brutal) que representó la línea 12 del metro.
Recordará el lector que en 2011 MARCELO
tuvo un gesto de rara nobleza al declinar la candidatura a favor de su antiguo
jefe LÓPEZ OBRADOR. Hombre agradecido, EBRARD demostró además su voluntad de no
dividir a la izquierda.
Ambos habían acordado desde 2006 que
quien tuviera los mejores números sería el candidato de la coalición PRD-PT-MC.
Hoy sabemos que las cifras finales de
dicha encuesta fueron prudentemente guardadas para no debilitar la candidatura de
AMLO y hasta los seguidores del tabasqueño se atrevieron a decir que había ganado
la interna.
La historia real fue, sin embargo, muy distinta.
Las palabras cuentan y a veces dicen mucho. Al momento definitorio, quedó claro
que EBRARD no fue derrotado sino que declinó.
Y si lo hizo (oiga usted) es porque le
había sacado ventaja sustantiva a LÓPEZ OBRADOR. De haberse cumplido el trato,
MARCELO habría sido el abanderado.
No ocurrió así porque en la reunión
privada que ambos sostuvieron antes de anunciar el resultado, AMLO hizo uso de
toda su capacidad persuasiva y prácticamente le rogó a EBRARD que lo dejara
pasar y (como es historia conocida) así ocurrió.
CRUZANDO
LA LÍNEA
No es EBRARD el primer mexicano que cruza
la línea para involucrarse en la elección norteamericana. Sus afanes coinciden con
las intervenciones de personajes de bigote y caballo como VICENTE FOX y VICENTE
FERNÁNDEZ.
No deja (por cierto) de encerrar un
contrasentido interesante esa naturalidad con que los mexicanos recorren la Unión
Americana, asisten a mítines del ala demócrata, hacen posicionamientos abiertos
y sin tapujos.
Cabe preguntar qué ocurriría si el próximo
2018, figuras de la vida política norteamericana (o estrellas de Hollywood) manifestaran
abiertamente su simpatías por algún candidato del PRI, PAN, PRD o MORENA.
Desde luego, la opinión pública nacional y
buena parte de nuestros líderes pegarían un respingo formidable. Rasgarían sus
vestiduras.
Lo tomaríamos como un gesto
intervencionista, una injerencia odiosa del tío SAM y un abuso del imperialismo
yanqui contra la soberanía electoral mexicana.
Aún así, cabe entender la actitud
mexicana en esta elección del 2016 si consideramos que la campaña del magnate
republicano DONALD TRUMP ha girado en torno a propuestas que amenazan con
afectar la economía de nuestro país.
Aunque una cosa es opinar desde México
para defendernos de esos ataques y otra muy distinta el tomar parte activa en
las campañas dentro del propio territorio norteamericano.
Cabe insistir: ¿Permitiríamos una
participación equivalente pero en dirección inversa para la contienda
presidencial del 2018?, ¿Qué haríamos si TRUMP cruza el rió Bravo y viene a
ofrecer su apoyo a MARGARITA (o al PEJE, ya no sabe uno)?
Son dos culturas políticas,
definitivamente. A ellos no parece molestarles mucho que mexicanos hagan
campaña en esa tierra, acaso porque históricamente ha sido definida como “nación
de emigrantes”.
Aún así, menester es recordar aquella frase
evangélica, por igual atribuida 500 años atrás al maestro CONFUCIO: “no hagas a
otro lo que no quieras que te hagan a ti.”