martes, 29 de noviembre de 2016

El séptimo año

Cd. Victoria.- Con ligeras variantes al paso de las administraciones, exgobernadores y expresidentes suelen coincidir en un diagnóstico.
El ejercicio más difícil de un mandato no es el primero (aterrizaje), ni el tercero (consolidación) ni siquiera el sexto (recapitulación).
El año negro de un sexenio es el séptimo, cuando el acceso a potestades y la capacidad de hacer favores han concluido y se ponen a prueba toda suerte de lealtades.
Afectos y simpatías que una semana antes parecían de acero indeformable, se desmoronan sin remedio, demostrando así que las muestras de cariño iban dirigidas al cargo, la silla, (“¡La investidura!”, gritaba RUIZ CORTINES) y nunca a la persona.
En el caso concreto de los presidentes, los años del retiro suelen ser ingratos. Se les culpa de todos los males habidos en el país, un ánimo persecutorio incita a la población y hierve en los medios.
La peor pesadilla para quien duerma en Los Pinos es la clase de vida que le espera cuando toque la otra orilla y la cortesanía de la clase gobernante cambie de destinatario.
De aquí la necesidad real (y, al paso del tiempo, más apremiante) de impulsar un sucesor benevolente que le permita migrar hacia la vida privada sin sobresaltos. Sin investigarle haberes y teneres, no solo al mandatario, a los amigos y familia.

PRECAUCIONES
Al respecto, parecería que desde su llegada al cargo ENRIQUE PEÑA NIETO hizo todo lo posible por evitar cualquier confrontación con el pasado inmediato.
Cierta determinación de no dejar conflictos sembrados que le pudieran repercutir después, en etapas posteriores, como les ocurrió (entre otros) a JOSÉ LÓPEZ PORTILLO y CARLOS SALINAS.
Contra lo que la opinión pública demandaba, PEÑA NIETO jamás investigó ni a su predecesor FELIPE CALDERÓN ni a miembros destacados del gabinete anterior a quienes la prensa había señalado irregularidades graves.
No lo hizo con el extitular de Seguridad Pública GENARO GARCÍA LUNA y tampoco con la exprocuradora MARISELA MORALES, nombrada cónsul en Milán, Italia, en mayo del 2013.
Quien haya observado de cerca el proceso de ruptura con la sindicalista ELBA ESTHER GORDILLO sabe que su arresto fue el último recurso luego de agotar en ella todas las estrategias de convencimiento para que se sumara a la reforma educativa.
Con los exgobernadores pasa lo mismo. La protección decidida a hombres como HUMBERTO MOREIRA, RODRIGO MEDINA y sus equivalentes en cada región, ha sido la norma.
La caída en desgracia del veracruzano JAVIER DUARTE ocurrió hasta que el escándalo resultó insostenible.
Incluso, si observamos los casos de los tamaulipecos TOMÁS YARRINGTON y EUGENIO HERNÁNDEZ, queda claro que sus expedientes vienen del sexenio calderonista y se ventilaron desde la justicia norteamericana.

DESTIEMPO
Valga subrayar el contraste entre PEÑA NIETO y los mandatarios del mismo partido que conocimos en la segunda mitad del siglo 20.
Acaso el mejor ejemplo sea CARLOS SALINAS, el verdugo implacable de la vieja clase política quien, al concluir su gestión, se convertiría en perseguido político.
El demonio favorito de la inquina mediática, con un hermano en la cárcel, propiedades y cuentas intervenidas, su familia apestada y en perpetua mudanza, entre Cuba, Irlanda y Estados Unidos.
La reflexión viene a cuento ahora que PEÑA, en su calidad de primer priísta, subraya ante el Consejo Político tricolor, la necesidad de reforzar el combate a la corrupción. Delicado asunto, sin lugar a dudas tardío.
Estupenda divisa para el primer día de un mandato, el discurso inicial y las acciones de un nuevo gobierno.
Escuchada ahora no levanta entusiasmo alguno. Se diría que llega con retraso tal proclama, cuando faltan 24 meses (y dos días) para concluir su régimen.