Cd.
Victoria.- Se dijo mucho en los medios (esta
columna, incluida) que el eventual triunfo de la candidata demócrata HILLARY
CLINTON tendría un efecto propagandístico sustantivo en favor de la aspirante
panista MARGARITA ZAVALA.
Entre otras razones por la doble coincidencia
de ser esposa de expresidente y el deseo de pasar a la historia como la primera
mujer en gobernar su país.
Detalle curioso, la gente estaba tan confiada
en la victoria de HILLARY que se pensó en ella únicamente como un refuerzo
positivo al posicionamiento de MARGARITA.
Jamás se previó lo que pudiera ocurrir
ante una (impensable) derrota de la señora CLINTON. La inimaginable victoria de
DONALD TRUMP.
El error de perspectiva fue generalizado.
Lo admiten, en cascada, plumas de todos los colores.
La columna de LEO ZUCKERMAN, “Juegos de
Poder”, en EXCELSIOR, se titula este jueves “Me equivoqué”.
Ello, mientras CARLOS PUIG cabecea su
“Duda Razonable” de MILENIO con la frase “Una triste fe de erratas” y PEPE
CÁRDENAS en su “Ventana” del UNIVERSAL empieza escribiendo: “Rechina la
pesadilla de habernos equivocado.”
Más lejos llega JOAQUÍN LÓPEZ DÓRIGA en
su espacio de MILENIO (“En Privado”) cuando confiesa: “una sensación de
desolación, no solo derivada de mi doble equivocación pública e interna, que no
sería candidato y de serlo, que no ganaría las elecciones. Y fue candidato y
ganó.”
Desde luego, la afectada más visible es
MARGARITA porque pierde no solo a una aliada y amiga personal (HILLARY) sino,
sobre todo, se queda sin el modelo a seguir.
Ese patrón de conducta que (con clara
intención mimética) impulsaría en México el voto de género a su favor. El
efecto HILLARY, pues, se convirtió en defecto.
O, mas concretamente, en pérdida de un
poderoso activo.
Los resultados de este martes le dejan un
vacío considerable y además desatan sentimientos patrios muy antiguos que en
los meses por venir estarán respondiendo al perfil agresivo del candidato ganador.
EFECTO
TRUMP
Por todo esto, hoy que la realidad ha
puesto a cada quien en su lugar y al señor TRUMP marcha en camino a la Casa
Blanca, la opinión pública mexicana está obligada a reformular sus escenarios
para la contienda presidencial del 2018.
En este sentido, el ascenso de un
conservador recalcitrante y antimexicano despierta en la colectividad el
sentimiento nacionalista más arcaico y apasionado cuyo mejor exponente es
ANDRES MANUEL LÓPEZ OBRADOR.
Aquí comenté hace unas semanas el
significativo silencio que guardaba AMLO ante las agresiones de TRUMP y temas
como el muro fronterizo.
Y no es que le faltaran ganas (o valor)
al tabasqueño para ponerle una repasada al candidato republicano.
Más bien entendía lo ventajoso que
pudiera ser para la izquierda (y, en concreto, para MORENA) el triunfo de la
derecha norteamericana y el consiguiente avivamiento de nuestro histórico
resquemor antiyanqui.
Las heridas aún no cerradas por la guerra
que arrebató a México la mitad de su territorio y cuyo paradigma heroico (en
grado de martirologio) son los Niños Héroes de Chapultepec.
La política también es de símbolos y todo
esto emerge ahora desde las capas más profundas del ser nacional.
Se diría que representa una inyección de
proteína a las trincheras electorales que se ubiquen en dicha conexión mental.
Pero eso no es todo. Anote usted que
hacia el interior del Partido Revolucionario Institucional ha ido permeando en
los meses recientes un diagnóstico que parece apuntar en la misma dirección.
Concientes acaso de su propio
desprestigio, los priístas (por increíble que parezca) están viendo en AMLO el
único antídoto capaz de evitar el retorno del PAN a Los Pinos. Y parecen
dispuestos a operar en consecuencia