martes, 13 de marzo de 2012
Tres discursos
Cd. Victoria, Tam.- Teniendo a la vista y en un tiempo muy cercano mensajes análogos de los tres principales candidatos a la Presidencia, ya es posible marcar distingos: activos y debilidades.
ANDRES MANUEL y JOSEFINA hicieron lo propio el domingo en la capital mexicana, ENRIQUE el lunes en Dolores Hidalgo.
En orden cronológico, el abanderado de las izquierdas fue quien lució este fin de semana una alocución más viva, espontánea, natural, aunque limitado por ese esquema ideológico que insiste en dividir a la humanidad entre ángeles y demonios.
Salteando veredas entre la “república amorosa” y la “mafia que se apoderó de México”, le siguen faltando matices a este hombre cuyo enfoque del mundo parecería reeditar el dicho bíblico de “o conmigo o contra mí”
Pero su discurso (equivocado o no) parece mejor conectado al corazón y se antoja mayormente marcado por los afectos. Es hasta ahora el más cálido de los tres, lo cuál no significa estar de acuerdo con sus planteamientos.
AMLO es también el candidato de mayor edad (58 años) y quien ha participado en más campañas, desde aquella lucha fallida por la gubernatura de Tabasco (1988) hasta su triunfal batalla en el Distrito Federal (2000), pasando por dos candidaturas a la Presidencia, en 2006 y esta que arranca.
Seis años más de vida le representan menores ímpetus, cierto aire de sosiego, aunque no nos equivoquemos: bajo la delgada capa del mensaje conciliador, subyace el viejo maniqueísmo costeño.
La abanderada panista JOSEFINA VAZQUEZ MOTA revela en su arranque problemas de forma y fondo, algunos de ellos inesperados.
Dificultades formales, porque JOSEFINA no acaba de cuajar como oradora creíble. Se comentó ayer en redes sociales: no es lo mismo hablar suave, en cortito y en un ambiente de intimidad, que arengar multitudes con un discurso largo.
Cabría suponer que siendo la candidata oficial, VAZQUEZ MOTA tuviese asesores trinchones en todo lo que concierna al manejo de la palabra, la expresión verbal.
Y esto va desde la dosificación de contenidos y su estructura temática, hasta detalles técnicos como dicción o modulación de voz.
Acaso fuera cosa de estilo esa manera tan peculiar de rematar los párrafos comiéndose las vocales y empalmando consonantes con un golpe seco de voz. Yo la escucho como mala administración del aire.
Pero esto es forma. En el fondo, lo más relevante es que JOSEFINA no acaba de mostrar una identidad propia que marque distancias hacia CALDERÓN y FOX, más allá de las muletillas recurrentes ya conocidas, como su orgullo de género (“voy a ser la primera mujer presidenta”) y su promesa matriarcal frente a la inseguridad (“voy a cuidar a sus familias como cuido a la mía”) entre otras.
Por su parte ENRIQUE PEÑA NIETO mostró en Dolores Hidalgo que encabeza el equipo con mayor colmillo en manejo de tramoya, protocolo, sentido del ritual y la liturgia política.
Operó en espacio cerrado y en un escenario 100% bajo control, donde luces, porras, matracas, tambores y mantas funcionaron en tiempo y forma, como corresponde a una cultura del poder con ocho décadas de experiencia.
Bien dispuesta y aceitada la maquinaria, acaso la gran cruz que hoy cargue PEÑA NIETO sea su ortodoxia extrema, ese férreo apego a los modales correctos que de pronto me trae a la memoria aquella canción de SILVIO RODRIGUEZ: “la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta”.
Y es que la emoción no asoma ni siquiera en las frases duras que lanza contra el calderonismo (“El pueblo de México ya no quiere más de lo mismo”, “Basta del mal gobierno”).
Su voz sigue siendo mecánica, su mirada inexpresiva. La crítica al poder no le apasiona mucho. La ejerce como un mal necesario, pero no se solaza en ella como lo haría LOPEZ OBRADOR.
PEÑA NIETO sigue siendo, pues, el hombre que no acaba de mostrarse, el candidato que no parece tener mucha prisa en abrir su corazón y prefiere guardar lo mejor de sí mismo para los días de campaña.