Cd. Victoria, Tam.- Sobre la esquina del 17 Allende aún se mantiene en pié el
viejo cine Avenida donde una voz cortante me preguntó en 1972 si en verdad era yo
mayor de edad, requisito inapelable para darme paso al estreno local de “El Padrino”,
película de FRANCIS FORD COPPOLA basada en la novela de MARIO PUZO.
Obviamente
mentí y creo recordar que el mismo gesto circunspecto me sirvió al día
siguiente para cruzar otra vez la aduana y contemplar de nuevo a SIMONETTA
STEFANELLI. Leer la novela demoró un par de años más.
Este
jueves 15 de marzo los medios de todo el mundo rindieron honor al aniversario
40 de la película, por la huella que dejó esa fascinante apología del delito
que luego se extendería a dos películas más (1974 y 1990).
Hubiera
querido escribir esto en 2009, en el cumpleaños 40 de la novela donde aún habita
la verdadera familia CORLEONE.
Sin
duda COPPOLA le hizo un gran servicio a la saga: la proyectó mundialmente
convirtiéndola en un ícono cultural del siglo 20.
Pero
hubo algunos costos para la trama original imputables al conservadurismo de
COPPOLA y que, a la postre, se van a imponer aunque PUZO haya colaborado en el guión.
La
devastación total de la familia CORLEONE al final de la trilogía fílmica no
pertenece al planteamiento novelesco.
Más que una historia de gángsters, el libro es una alegoría
del capitalismo norteamericano y la raíz criminal de muchas fortunas.
Línea de pensamiento que nos remite al anarquista PROUDHON
(“la propiedad es un robo”) y a la célebre máxima citada por PUZO acreditándosela a BALZAC, aunque también se atribuye a CESAR BORGIA: “Detrás de
cada fortuna, hay un crimen”.
El concepto adquiere resonancia especial en palabras de
MICHAEL CORLEONE:
-“En
Dartmouth, en el curso de Historia, al estudiar los antecedentes familiares de
los presidentes de Estados Unidos vimos que los padres o los abuelos de algunos
de ellos no terminaron en la horca por pura suerte.”
Un
antecedente ineludible de la novela es el ensayo publicado en 1934 por el
periodista neoyorquino MATTHEW JOSEPHSON y que lleva por nombre “The
robber barons: the great american capitalists” (“Los barones ladrones: los
grandes capitalistas americanos”).
El
trabajo hace un recuento de los linajes empresariales del siglo 19 y el pasado
turbio de muchos apellidos ilustres como ROCKEFELLER, VANDERBILT,
HARRIMAN o MORGAN.
Igual
resulta recomendable el punto de vista del propio PUZO sobre la manera como su
historia llegó al cine, compilación de artículos periodísticos que publicó
GRIJALBO bajo el título: “Los documentos del padrino”, donde hay claves fundamentales
para entender al autor.
Algunos
rasgos de VITO parecen inspirados en JOSEPH KENNEDY, quien empezó como
contrabandista de licor y delincuente bursátil, para luego convertirse en
traficante de influencias y contratos gubernamentales.
Tres
de sus hijos fueron senadores, uno de ellos llegó a Presidente.
En
la versión original de PUZO, tanto MICHAEL con su padre don VITO son malhechores
circunstanciales, obligados a delinquir para sobrevivir en un mundo sin ley.
Para
COPPOLA son seres malignos que merecen castigo.
En
su conocido final la familia emigra de Nueva York al cálido sur donde lavarán su
dinero para consolidarse en el mundo de los negocios legales. Consumada la
transformación, dice la novela:
-“MICHAEL llevaba una vida más normal. Era dueño de una
empresa de construcción, socio de una serie de clubs de hombres de negocios y
formaba parte de diversos comités cívicos.”
Ahí termina la historia que después COPPOLA llevará a la pantalla.
Gran realizador, autor de escenas deslumbrantes, la cultura católica de
COPPOLA, su fijación por la culpa y el castigo, convertirán a MICHAEL en
personaje trágico, lo que nunca fue en el proyecto primario.
En pantalla los personajes pierden la amoralidad de la novela y son
continuamente castigados hasta enfrentar un desenlace fatal.
Admirable por su belleza, la versión cinematográfica que ahora se celebra.
Me quedo, sin embargo, con la letra escrita donde el mal triunfa sin
escarmiento a la vista.