Cd. Victoria, Tam.- Resulta del todo factible que un hombre inteligente sea un verdadero
desastre como político y el mejor ejemplo que se me ocurre es el escritor
peruano MARIO VARGAS LLOSA.
Aparatoso
y cruel, su fallido intento por convertirse en presidente de su país data de
1987, cuando sale a las calles para defender los privilegios de una minoría de
connacionales, los banqueros estatizados por el gobierno aprista (socialdemócrata)
de ALAN GARCÍA.
Virulento
en sus desplantes y con un lamentable dejo de histeria, MARIO jamás se detuvo a
contemplar que la estatización de ALAN estaba muy lejos de ser una medida
socializante.
Y
no lo fue porque desde del primer momento el gobierno de GARCÍA aclaró que
sería una determinación temporal destinada a depurar la mala administración del
sector financiero para devolverlo luego (como efectivamente ocurrió) a la
iniciativa privada.
Hoy
se sabe que incluso un sector importante del empresariado peruano lo entendió así,
aunque no dejaba de parecerles curioso que un hombre por completo ajeno a los
asuntos de Estado tomase plazas y banquetas para convertir en estridente
cruzada personal la impugnación de una medida que ni siquiera conocía bien.
A
la postre, VARGAS LLOSA terminaría por posicionarse como aspirante puntero para
la elección presidencial de 1990.
Había
en MARIO una inmensa prisa por subirse al tren de la nueva derecha mundial que
despuntaba desde los años ochenta con los liderazgos de REAGAN, THATCHER, KOHL
y WOJTYLA, entre otros.
Estaba
de moda en el mundillo intelectual impugnar al estado de bienestar social en
nombre de la libertad económica. Un clásico de ese género, “El Estado
megalómano” de JEAN-FRANCOIS REVEL, data de 1982.
La
vida le deparaba a VARGAS LLOSA una hermosa lección. Pocos meses antes de una
elección aparentemente ganada de calle, apareció en su horizonte su
contraveneno letal.
Un
contrincante de apariencia modesta, ingeniero agrónomo de origen asiático, sin
patrocinadores visibles ni partido, que desde improvisados púlpitos de
banqueta, trepado en un cajón de madera, empezó a predicar lo mismo que VARGAS
LLOSA (el liberalismo económico) pero con palabras que por su sencillez y
sentido didáctico, resultaban más creíbles: ALBERTO FUJIMORI.
En
pocas semanas FUJIMORI le daría una voltereta espectacular a las encuestas,
superando a VARGAS LLOSA en la recta final.
Conturbado
profundamente en su soberbia, el escritor optará en 1993 por la nacionalidad
española y emprenderá un camino de regreso al más fértil campo de la literatura.
Me
viene todo esto a la mente cuando veo a VARGAS LLOSA declarar su apoyo a la
candidata panista JOSEFINA VAZQUEZ MOTA, tras coincidir ambos en el seminario "América
Latina: oportunidades y desafíos", organizado en Lima por la Universidad
de Perú.
El
señor VARGAS no paró en elogios. Dijo que
para continuar la lucha contra la violencia, la corrupción y el
narcotráfico dada “con tanto coraje” por FELIPE CALDERÓN, “necesitamos que
JOSEFINA VÁZQUEZ llegue a la Presidencia”.
Describió
a la abanderada panista como “una mujer inteligente, demócrata profunda y
liberal” que en SEDESOL y la SEP dejó una “huella de eficacia y transparencia”.
Tiempo
tendrá el escritor de informarse mejor y conocer a fondo el verdadero perfil de
VAZQUEZ MOTA.
Por
lo pronto, el equipo de prensa de la candidata ya le mandó un adelanto sobre la
proverbial ignorancia de la clase política mexicana, cuando se refirió a MARIO
como “Premio Nobel de la paz” y no de la literatura.
La
propia JOSEFINA tiene antecedentes en dislates así que datan del 2008 cuando pretendió
felicitar a CARLOS FUENTES por su cumpleaños 80 trocando su nombre por el de
OCTAVIO PAZ.
La
derecha ilustrada, pues, en la que VARGAS LLOSA sueña desde su fallida campaña
peruana, tampoco aparece en México.
Invocarla
o imaginarla no ayuda de mucho a una realidad que, hoy como ayer, se empeña en herir
su orgullo.