Cd.
Victoria, Tam. – Sin mediar comprobación,
de tiempo en tiempo se ponen de moda argumentos dominantes sobre coyunturas
específicas de la actualidad nacional.
Interpretaciones que, para multiplicarse
en redes y medios informales, tampoco necesitan de veracidad. Les basta la
verosimilitud.
Palabras que, a menudo, confundimos. La
primera postula hechos ciertos, la segunda solo exige que parezcan ciertos. La
primera es compromiso profesional, la segunda distracción.
Ejemplo de ello, un argumento poco consistente,
pero de fácil venta.
Si TOÑO MEADE no repunta y se mantiene rezagado
en la tercera posición, el presidente PEÑA NIETO preferiría perder con LÓPEZ
OBRADOR (por su proclividad al perdón) que con RICARDO ANAYA porque ha
prometido investigar al actual gobierno.
En efecto, ANDRÉS MANUEL se ha
manifestado partidario del “borrón y cuenta nueva”, anunciando el advenimiento
de una nueva era de honestidad, cuando él llegue a Palacio.
Para ello, insiste, no es necesario
emprender castigos ni política de nota roja, pues bastará con que “el presidente
sea honesto”, para que todos los servidores públicos “sean honestos.”
Y persiste en la idea como caballito de
batalla. La pirámide completa de funcionarios se mimetizaría con su ejemplo, en
automático.
Conversión súbita, purificación masiva, de
la cúpula a la base, en escalerita, pasando por secretarios, gobernadores,
alcaldes y hasta el más modesto gendarme.
Al respecto, habría que distinguir dos aristas
fundamentales de este discurso.
En principio (1) el que un candidato ofrezca
el paraíso a cambio del voto, por chocante que parezca, resulta comprensible. Nunca
justificable (claro) aunque lo podemos entender, no es el primero ni será el último,
en todos los partidos y los tres niveles de gobierno.
Lo grave ocurre cuando (2) una
sorprendente pluralidad de trincheras (seguidores y adversarios, por igual) considera
en serio dicha postura.
Peor aún, creyendo a pie juntillas que
no habrá revancha, ni cacería de brujas, ni represalia, desquite o venganza.
Y sorprende que hasta sus detractores
más enconados utilicen dicho razonamiento al señalar que AMLO absolvería a la
clase política si le permiten llegar.
De aquí hay quienes concluyen que la
guerra mediática contra ANAYA obedece a la peligrosidad de sus promesas, pues pretende
castigar la corrupción desde la más alta cúpula gubernamental.
La duda (y tema central de este
comentario) es si el candidato de MORENA (1) está realmente dispuesto a cumplir
su oferta de impunidad, o acaso (2) se trata de una deliberada y bien
orquestada estratagema electoral.
Si algo caracteriza al discurso de LÓPEZ
OBRADOR en 2018, es la oferta de negociación que dirige a todos los grupos
sociales susceptibles de obstaculizar o vetar su candidatura.
La consigna es romper candados, desbloquear
caminos, sacudirse el estigma de 2006 que lo encasilló como un “peligro para
México”.
A los hombres de negocios, temerosos del
gasto inflacionario, les dice que respetará la autonomía del Banco de México y habrá
“déficit cero” en las cuentas nacionales.
A las fuerzas armadas manifiesta su apoyo
a la Ley de Seguridad Interior, pues jamás permitirá que se utilice “contra el
pueblo”.
A los expanistas incorporados a su
campaña les habla de honestidad.
A los jefes narcos, su mensaje de
amnistía y la oferta de incorporar a los sicarios como becarios.
La carnada para los católicos empieza con
el nombre de MORENA y la fecha simbólica que eligió para registrar su
candidatura, el 12 de diciembre.
A los protestantes, su coalición con el
PES. A los maestros, echar abajo la reforma educativa y al gobierno de Washington
la sentencia de respetar a TRUMP, “para que él respete a México.”
Por ello, porque todas son tácticas de
campaña, hay motivos suficientes para dudar sobre su oferta de impunidad.