Cd.
Victoria, Tam. – En todos los ámbitos
y al más diverso nivel se observa un repunte de los viejos modelos autocráticos.
No es la excepción el caso mexicano, donde ha sido regla la centralización del mando.
Lo significativo ahora es que la
imposición se manifieste de manera tan cruda en todo el espectro partidista. Los
tres principales candidatos a la presidencia fueron abanderados mediante decisiones
de carácter unipersonal, absolutistas.
Sin competidor visible, ni margen de
apelación, sus respectivos procesos internos derivan de precandidaturas únicas.
Al señor MEADE lo designó PEÑA, mientras
que las nominaciones de ANAYA y AMLO son hijas del autodedazo. Las bases de
siete partidos fueron burladas, reducidas al triste papel de aplaudidoras, sin voz,
ni voto.
Está proscrita la diversidad de criterios,
impera la consigna de obedecer y apoyar. Prohibida la diferencia, priva la
uniformidad, la homologación incondicional de voluntades.
Para miembros y simpatizantes de la
coalición PRI, PVEM y PANAL no hubo mayor alternativa que vitorear a quien
jamás eligieron, TOÑO MEADE.
Militancias y clientelas de la alianza PAN,
PRD y MC tampoco tuvieron oportunidad de intervenir en la consagración autoimpuesta
de RICARDO ANAYA.
Por igual, afiliados y seguidores de
MORENA, PT y PES desfilan enganchados tras la figura de AMLO, cuyo
procedimiento fue también vertical, sin contienda interna.
Se antoja escalofriante, pero en los
nueve partidos arriba citados, sus asambleístas fueron reducidos al papel de
autómatas. Una sola sopa en cada mesa, sin ventilar opciones distintas a la fórmula
acordada por las dirigencias.
Rituales todos de mero trámite. El menú
del día se redujo a convalidar una decisión previa donde el margen colectivo de
maniobra fue menos que nulo.
El mundo no parece haber cambiado mucho
en este aspecto. Por citar tres ejemplos recientes, las noticias hablan de
votaciones nacionales en la República Popular China, la Federación Rusa y Cuba.
En fechas contiguas, los días 17 y 18 de
marzo, el chino XI JINPING y el ruso VLADIMIR PUTIN fueron reelectos de manera
aplastante para un nuevo mandato.
El primero aseguró su segundo periodo (2018-2023)
con el sufragio de 2 mil 970 asambleístas convocados al gran palacio del pueblo,
en Beijing. Disciplina absoluta, la totalidad del voto a su favor, ninguno en
contra, cero abstenciones.
El sonriente JINPING gobierna desde 2013
y acaba de reformar la ley para eliminar el límite de dos quinquenios y perpetuarse
en el cargo.
Más lejos ha llegado el hierático señor PUTIN
quien (un día después del colega chino) se impuso con el 76% del conteo, para
un cuarto mandato (2018-2024). Su ascenso data de 1999, como interino. Desde
entonces no suelta el control.
En Cuba, el pasado 11 de marzo fueron
votados los 605 asientos de la asamblea unicameral llamada “Poder Popular”, bajo
un modelo de candidaturas (otra vez) únicas. Proceso que, a falta de competencia,
jamás podríamos llamar elección. Muy apenas fue votación.
La entrante bancada sancionará el 19 de
abril el arribo de un nuevo presidente, en reemplazo de RAÚL CASTRO, de 86
años, quien ha gobernado una década, desde 2008.
Como eventual sucesor se menciona a su
delfín, el vicepresidente MIGUEL DIAZ-CANEL, un ingeniero electrónico formado
en el ejército y con trayectoria partidista.
En cualquier caso, RAUL será el gran
elector y su decisión tendrá un carácter inapelable que la asamblea tan solo
habrá de convalidar.
El hombre de la calle, pues, sigue sin
decidir. O bien participando a medias, sobre opciones previamente masticadas,
predigeridas, que pasan por filtros maquinados desde la cumbre.
Hay un voto de desconfianza hacia la
decisión franca y diáfana de la gente. Aún quienes dicen representar al pueblo le
apuestan a una democracia tripulada, teledirigida, acaso entrecomillada.