lunes, 26 de marzo de 2018

Autocracia boyante


Cd. Victoria, Tam. – En todos los ámbitos y al más diverso nivel se observa un repunte de los viejos modelos autocráticos. No es la excepción el caso mexicano, donde ha sido regla la centralización del mando.
Lo significativo ahora es que la imposición se manifieste de manera tan cruda en todo el espectro partidista. Los tres principales candidatos a la presidencia fueron abanderados mediante decisiones de carácter unipersonal, absolutistas.
Sin competidor visible, ni margen de apelación, sus respectivos procesos internos derivan de precandidaturas únicas.
Al señor MEADE lo designó PEÑA, mientras que las nominaciones de ANAYA y AMLO son hijas del autodedazo. Las bases de siete partidos fueron burladas, reducidas al triste papel de aplaudidoras, sin voz, ni voto.
Está proscrita la diversidad de criterios, impera la consigna de obedecer y apoyar. Prohibida la diferencia, priva la uniformidad, la homologación incondicional de voluntades.
Para miembros y simpatizantes de la coalición PRI, PVEM y PANAL no hubo mayor alternativa que vitorear a quien jamás eligieron, TOÑO MEADE.
Militancias y clientelas de la alianza PAN, PRD y MC tampoco tuvieron oportunidad de intervenir en la consagración autoimpuesta de RICARDO ANAYA.
Por igual, afiliados y seguidores de MORENA, PT y PES desfilan enganchados tras la figura de AMLO, cuyo procedimiento fue también vertical, sin contienda interna.
Se antoja escalofriante, pero en los nueve partidos arriba citados, sus asambleístas fueron reducidos al papel de autómatas. Una sola sopa en cada mesa, sin ventilar opciones distintas a la fórmula acordada por las dirigencias.
Rituales todos de mero trámite. El menú del día se redujo a convalidar una decisión previa donde el margen colectivo de maniobra fue menos que nulo.
El mundo no parece haber cambiado mucho en este aspecto. Por citar tres ejemplos recientes, las noticias hablan de votaciones nacionales en la República Popular China, la Federación Rusa y Cuba.
En fechas contiguas, los días 17 y 18 de marzo, el chino XI JINPING y el ruso VLADIMIR PUTIN fueron reelectos de manera aplastante para un nuevo mandato.
El primero aseguró su segundo periodo (2018-2023) con el sufragio de 2 mil 970 asambleístas convocados al gran palacio del pueblo, en Beijing. Disciplina absoluta, la totalidad del voto a su favor, ninguno en contra, cero abstenciones.
El sonriente JINPING gobierna desde 2013 y acaba de reformar la ley para eliminar el límite de dos quinquenios y perpetuarse en el cargo.
Más lejos ha llegado el hierático señor PUTIN quien (un día después del colega chino) se impuso con el 76% del conteo, para un cuarto mandato (2018-2024). Su ascenso data de 1999, como interino. Desde entonces no suelta el control.
En Cuba, el pasado 11 de marzo fueron votados los 605 asientos de la asamblea unicameral llamada “Poder Popular”, bajo un modelo de candidaturas (otra vez) únicas. Proceso que, a falta de competencia, jamás podríamos llamar elección. Muy apenas fue votación.
La entrante bancada sancionará el 19 de abril el arribo de un nuevo presidente, en reemplazo de RAÚL CASTRO, de 86 años, quien ha gobernado una década, desde 2008.
Como eventual sucesor se menciona a su delfín, el vicepresidente MIGUEL DIAZ-CANEL, un ingeniero electrónico formado en el ejército y con trayectoria partidista.
En cualquier caso, RAUL será el gran elector y su decisión tendrá un carácter inapelable que la asamblea tan solo habrá de convalidar.
El hombre de la calle, pues, sigue sin decidir. O bien participando a medias, sobre opciones previamente masticadas, predigeridas, que pasan por filtros maquinados desde la cumbre.
Hay un voto de desconfianza hacia la decisión franca y diáfana de la gente. Aún quienes dicen representar al pueblo le apuestan a una democracia tripulada, teledirigida, acaso entrecomillada.