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Victoria, Tam. – El cambio de
trinchera es tan viejo como la democracia. Liberales que fueron conservadores, lumbreras
que en su juventud brillaron desde algún extremo ideológico y la edad los reubicó
al centro.
A veces por reconversión doctrinal, también
por conveniencia. Aunque hoy día el principal motivo es la búsqueda de
oportunidades que el partido de origen les niega.
Ejemplo claro, el primer CANTÚ ROSAS (1940-2010)
quien pasó de ser dirigente juvenil priísta a líder nacional del PARM y primer
alcalde opositor de Nuevo Laredo (1975-77).
Y también don JORGE CÁRDENAS, dos veces presidente
de Matamoros, diputado federal, candidato luego (PAN-PRD) a la gubernatura.
Su hijo GUSTAVO buscó primero la nominación
a la alcaldía cueruda por el PRI (1992) y al no entenderse con el gobernador
saliente (AMÉRICO) ni con el relevista (CAVAZOS), tocó entonces las puertas del
PAN, derrotando al tricolor CARLOS CASTRO.
Originalmente (años setentas, ochentas) los
destinatarios naturales de disidentes en busca de cobijo eran los minipartidos de
entonces, PPS, PARM, Frente Cardenista.
En contraste, organizaciones centradas
en el perfil ideológico se mantuvieron por largo tiempo al margen de dicha práctica.
Fue el caso del PAN, donde la fidelidad a los principios funcionó como un cernidor
que separaba el grano de la paja.
Esto cambió al cerrar el siglo XX,
cuando una nueva generación de hombres de negocios y ejecutivos pragmáticos llamados
“neopanistas”, tomó las riendas del partido y desplazó a los doctrinarios.
El imperativo del triunfo volvió a sus
dirigentes menos quisquillosos a la hora de incorporar cuadros, que sin conocer
las tesis del fundador GÓMEZ MORÍN, aportaban experiencia en las lides electorales,
recursos y seguidores.
Tal mutación ocurrió también con la
izquierda histórica, desde los tiempos del Partido Comunista, hasta sus herederos,
PSUM y PMS. Con el nacimiento del PRD en 1988 se impondría la manga ancha.
Puesto que CUAUHTEMOC, IFIGENIA y PORFIRIO
venían del PRI, serían bienvenidos al Sol Azteca aquellos que tuvieran el mismo
origen. Así llegaron personajes como el tabasqueño LÓPEZ OBRADOR, la campechana
LAYDA SANSORES y el zacatecano MONREAL.
En Tamaulipas, el PRD abrió los brazos a
familiares y sobrevivientes del quinismo en Madero y también al riobravense JUAN
ANTONIO GUAJARDO, quien después iría al PT.
Proceso amplio de mudanzas que tiene por
trasfondo la crisis de las ideologías, tras el derrumbe del socialismo europeo en
los años ochenta y la quiebra del viejo conservadurismo.
En 2018, las migraciones son práctica común.
Los partidos receptores le apuestan a lo que funcione. Aunque todavía (en el
papel) subsistan diferencias filosóficas, han perdido su carácter restrictivo.
Ordeña de cuadros, fuga de operadores y pepena
de aspirantes están a la orden del día. Lo de hoy son equipos plurales con
eficacia suficiente en el terreno práctico para disputar el poder.
Y, ojo al detalle, si en los ochentas y
noventas, el PRI fue el principal proveedor de figuras opositoras, ahora comparte
dicho papel con el PAN.
Con la irrupción de MORENA, el jefe AMLO
ha llevado hasta las últimas consecuencias la línea “incluyente” de CUAUHTÉMOC.
El obradorismo tamaulipeco se encuentra al
acecho, a la caza de figuras albiazules y tricolores que no encuentren cabida
en las listas de candidatos.
En el PRI conocemos los casos de
FERNANDO AZCÁRRAGA, ROSA MUELA, AMÉRICO VILLARREAL, RAMÓN GARZA BARRIOS,
RIGOBERTO GARZA FAZ, ERNESTO ROBINSON, LALO GATTÁS, JAVIER VILLARREAL y DANIEL
SAMPAYO.
Por el PAN tienen la vista puesta en
gente como CARLOS ENRIQUE CANTUROSAS, ELVA VALLES OLVERA, ROSA URIBE, LÁZARA
NELLY GONZÁLEZ, SILVIA CACHO, ANDREA GARCÍA, HERMINIO GARZA, ÁNGEL SIERRA y hasta
la propia MAKI ORTÍZ, entre tantos más.
Vaya reto para las cúpulas partidistas.