Cd.
Victoria.- Difícil precisar intención o propósitos.
El caso es que ante una emergencia repentina como la que se vivió en el penal
de Tamatán, abundan las imágenes sanguinarias (fijas y en movimiento)
presuntamente captadas desde el lugar de los hechos.
A la herida abierta, acuden prestos los virus
oportunistas. Luego resulta que videos y fotografías presentados como recientes
(y supuestamente locales) en realidad son archivos muy viejos y reproducen
sucesos acaecidos (asómbrese usted) al otro lado del país.
Efectivamente, la confusión es terreno
fértil para la falsificación y el río revuelto un conveniente nicho de
prevaricadores. Aunque los motivos pueden variar de un episodio a otro,
incluyendo en esto los electorales.
Tras el estallido violento de 2010 y sus
secuelas posteriores, son recordables aquellas escenas cuyos promotores
anónimos aseguraban relatar episodios virulentos en Reynosa o Nuevo Laredo.
Aunque una revisión más cuidadosa revelaba
que las patrullas lucían placas de Guerrero y las ambulancias de Baja
California.
ACCIÓN
DELIBERADA
En política ocurre igual. Conozco una
colección de imágenes que a principios de siglo se distribuyó por mail en
archivo PowerPoint y años después en redes, reconvertida en fotovideo.
Mostraba un avión tapizado con lujo grosero.
Jacuzzi, gran pantalla de plasma, acabado en maderas finas, mullidas poltronas en
lugar de asientos, generosa cava, despilfarro ofensivo en cada detalle. Oro y
diamantes.
Conocí la denuncia en diversas versiones. Como
la aeronave del expresidente brasileño LULA DA SILVA, el transporte aéreo de FELIPE
CALDERÓN y hasta de LÓPEZ OBRADOR.
¡Su propietario real era un jeque árabe!
Para los analistas de medios, en particular
quienes cumplen dicha encomienda en algún sector de la vida institucional, el
tema es de interés capital y yo lo formularía a manera de pregunta:
¿Por qué la misma gente que hace gala de
cultivar una distancia crítica hacia cualquier noticia benigna (constructiva,
creativa), concede en cambio el generoso beneficio de la duda a reportes
espeluznantes, delaciones infaustas, chismes de alcantarilla y toda suerte de conspiraciones
malignas, jaladas de los cabellos?
Acaso este sea uno de los desafíos más
interesantes de quienes han asumido la difícil tarea de informar en nombre de
las dependencias gubernamentales.
CONTRAVENENO
¿Cómo encarar la desconfianza, esa
susceptibilidad general que parece inspirada en el viejo dicho español de
“piensa mal y acertarás”?
La espontaneidad ciudadana diría que, por
principio, teniendo buenos gobiernos, aunque la cosa va bastante más allá.
En pocas palabras, si dudan de lo bueno, lo
más congruente es que también apliquen el mismo ejercicio crítico a las notas
alarmistas, desconfíen de las entelequias siniestras.
Que pasen por dicho filtro esa parafernalia
de interpretaciones maniacas donde sólo falta añadir al mismísimo diablo.
La libertad tiene ese doble filo. Oportunidad
y exceso. Sin freno, la narrativa pesimista puede extenderse al abismo. Tejer
escenarios apocalípticos con un cinismo asombroso.
La democracia británica ofrece al respecto
una conseja muy útil. Si has de elegir un extremo, escoge el extremo centro, a
prudente distancia de las epifanías ideológicas, inclinadas por definición,
canteadas, unilaterales.
Nada malo hay en desconfiar de un gobierno
si aplicamos la misma dosis de escepticismo hacia sus detractores feroces, a
quienes despotrican con más ruido que sustancia, guiados por motivaciones inconfesables.
Difícil reto del columnismo actual. La
incesante búsqueda de un punto medio que (para colmo) siempre está en
movimiento, como la realidad misma. Jamás se queda fijo, exige actualización
permanente, día con día. Estimulante tarea.