Cd. Victoria.- Es diversa, variada, carece de patrón único, la manera en que los pueblos se relacionan con aquello que sus gobiernos les enseñan y remarcan desde la más tierna niñez (y a lo largo de muchas generaciones) como símbolos patrios: bandera, escudo, himno, colores.
Nación de inmigrantes, la
juventud norteamericana usa las barras y las estrellas hasta en los calzones.
O en sus versiones
minimalistas, bikini, tanga y abstracciones de menor cuantía cuya descripción me
obligaría a incursionar en el terreno de la cordelería o la limpieza bucal.
Estadounidenses al fin, lucen
también sus colores en preservativos y en el papel arroz empleado para forjar
cigarrillos de mariguana.
Por ello no recuerdo que JIMMY
HENDRIX haya causado demasiado escándalo cuando interpretó en Woodstock (1967)
una versión del himno oficial (The star spangled banner) aderezada con rasgueos
de cuerdas que parecían evocar el sonido de las ametralladoras, alusión
probable a la guerra de Vietnam.
MILLAS AL SUR
Cultura sustantivamente
distinta, entre los mexicanos pervive una devoción religiosa al lábaro
tricolor, al águila mítica que habría señalado el destino de los nahuas (islote,
nopal y serpiente incluidos) siguiendo el instructivo de cierta deidad solar
llamada HUITZILOPOCHTLI.
Fervor que, por
añadidura, hacemos extensivo a la canción que (con letra de GONZÁLEZ BOCANEGRA
y música de NUNÓ) nos fijó SANTA ANA como ícono auditivo, para veneración patriótica
de las generaciones siguientes.
Y es que en eso de
faltarle al respeto a la simbología de los pueblos, nuestros vecinos del norte
se pintan solos.
De visita alguna vez en
la Basílica de Guadalupe, la tía HILLARY CLINTON se detuvo ante el ayate
mariano y (con esa frivolidad que descuida detalles y atropella a la más
elemental diplomacia) dejó escurrir un comentario, a manera de pregunta que
causó retortijones entre los purpurados locales.
-“Aaaaay, que bonita,
¿Quién la pintó?...”
Y mire usted, casi le da
el soponcio a NORBERTO RIVERA.
BARBARIE AMERICANA
No debe sorprendernos
entonces que un caballerito de nombre JUSTIN BIEBER emplease como trapeador la
bandera argentina.
O cierta chica lenguaraz
que se hace llamar MILEY CYRUS haya utilizado en calidad de jerga la bandera
venezolana en la tierra donde el chavismo es la religión oficial y NICOLÁS
MADURO su profeta.
El desparpajo es el sello
de esta chica DISNEY, ahora remasterizada como diva perversa con gran
despliegue de marketing que incluye fórmulas de reposicionamiento aplicadas
como recetarios.
Escándalos sexuales,
droga, pleitos con la policía, algún video indiscreto, lenguaje soez y una
excesiva propensión a sacar la lengua que haría palidecer al mismísimo GENE
SIMMONS, bajista de KISS.
El caso es que hoy, esa
niña deslenguada es tema en redes y medios por cierto desplante de insolencia que
alteró nuestro ardor patrio.
De alguna parte salió una
bandera, difícil saber si la traían los mastodontes de la coreografía o la
lanzó alguien del público.
Estamos en septiembre, no
olvidar, ahorita hay lábaros de todos los tamaños y formatos, incluso como
decoración de restaurantes y bares, junto al cenicero y la botella de tequila.
Y ello ocurrió mientras
la diva entonaba una canción que (previa consulta a mis hijas adolescentes) hoy
estoy en condiciones de identificar con el nombre de “23” (Twenty-three).
Pieza musical incluida en
el tour intitulado “Bangerz” que recorre ciudades de Latinoamérica, incluyendo
Monterrey (martes 16 y miércoles 17 de septiembre) y la Ciudad de México (este
viernes 19 de septiembre).
Puesta a cuatro patas, la
niña ejecuta algo parecido a unas lagartijas, mientras un bailarín
afroamericano le azota el trasero con la bandera.
La diva (dicen los
jurisconsultos) habría violado el artículo 32 de la ley
sobre el escudo, la bandera y los himnos nacionales, haciéndose acreedora a una
multa de hasta mil 200 dólares o un arresto de 36 horas.
Se cruzan apuestas, ¿Qué cree usted que
decida Gobernación?...