martes, 18 de septiembre de 2012

Un vigilante per cápita


Cd. Victoria, Tam.- Fue el sueño incumplido de EDGAR HOOVER, el mítico fundador del FBI: un policía por cabeza, no para garantizar la seguridad de cada ciudadano sino (lo contrario) por recelar de todos como potenciales enemigos de su gobierno.
Y habrá que interpretar la palabra “todos” de la manera más literal posible pues HOOVER incluía en su lista de sospechosos a los presidentes de la república (ocho en total, desde CALVIN COOLIDGE hasta RICHARD NIXON) a quienes sirvió durante 48 años como jefe supremo del espionaje norteamericano, entre 1924 y 1972.
Recuerdo esto mientras leo la tragedia que sacude a tres familias de legisladores mexicanos asesinados en las últimas dos semanas.
El viernes 7 de septiembre fue secuestrado el panista ANTONIO BELDEN, quien hasta el último día de agosto ocupase la diputación local por el distrito XVIII de San Pedro Garza García, Nuevo León.
A los cuatro días, el martes 11, apareció muerto en el cercano municipio de Santa Catarina.
Otros cuatro días después, la noche del sábado 15 de septiembre, el sonorense ENRIQUE CASTRO, diputado electo del PRI por el Distrito local XVII de Cajeme, murió tras recibir cuatro impactos de bala mientras se encontraba afuera de su domicilio.
Y en la tarde del domingo 16, el diputado tricolor por el Distrito XXV de Nezahualcóyotl JAIME SERRANO fue apuñalado por dos desconocidos cerca de su casa.
Valga retomar el encabezado de este comentario: ¿Haría falta un policía por cabeza en este país de espanto en cuyo espejo oscuro hoy cuesta tanto reconocernos?
Crisis de seguridad, hambre de justicia. Necesario será el preguntarnos cuál de los dos campos requiere atención más urgente.
En ambos casos suele invocarse en tono sacramental la palabra “inteligencia”, entendida esta como una suerte de panacea en cuya instrumentación abundan los émulos de SHERLOCK HOLMES provistos de supercomputadoras capaces de escanear la realidad, detectar los quistes de maldad social y erradicarlos como lo harían los programas NORTON, KASPERSKY o McCAFEE en un disco duro.
Decirlo es, desde luego, más fácil que concretarlo.
A ras de tierra, si nos preguntamos (por ejemplo) qué ocurrió en Tamaulipas aquel año negro del 2010 cuyas secuelas todavía sufrimos hoy, difícilmente diríamos que fueron fallas de inteligencia.
El error fue bastante más rudimentario y se llama omisión, pero en un grado extremo rayano con la deserción.
De poco sirve la inteligencia si no hay la voluntad política de ejercerla, sin cualidades tan elementales como la valentía o el pundonor.
Las instituciones del Estado prácticamente abandonaron el terreno y renunciaron a la cobertura básica de vigilancia, cediendo de manera por demás explícita vastos territorios a las fuerzas irregulares.
Se diría que la gran derrota de aquel régimen ocurrió por default, por abandono culposo de las obligaciones más elementales, porque desde el primer nivel se renunció al ejercicio del mando, se ordenó tocar el clarín de retirada.
Frente al vacío de poder, el enemigo se apoderó de las brechas y al no encontrar resistencia avanzó sobre caminos vecinales para después posicionarse de carreteras federales, asentar sus reales en libramientos y entrar partiendo plaza por las calles principales.
Ofensiva audaz, sin duda, que avanzó como cuchillo en mantequilla ante un gobernante aterrado por su propia incompetencia, un procurador displicente al que parecía no inmutarle nada y un gabinete de seguridad prácticamente inexistente.
Bajo esas condiciones ocurrió el magnicidio que hoy todavía consterna a los tamaulipecos, aquel lunes negro, camino al aeropuerto.
Renovado el gobierno, el patrullaje efectivo de todas las corporaciones, la recuperación de territorios, resultaban las metas más urgentes antes que cualquier tarea de inteligencia, por necesaria que fuera.
En esta etapa nos encontramos hoy, en ese largo interludio que va de la elección al ascenso del nuevo régimen federal, de julio a diciembre.
Umbral y compás de espera.