Cd. Victoria, Tam.- No será la primera vez que comente en este espacio la
desconfianza inmediata que me inspiran todas aquellas explicaciones fundadas en
tesis conspirativas, a menudo tan abominables como las mentes que las prohíjan.
Por
esta razón, aquella mañana del 11 de septiembre (hace 11 años) cuando el Boeing
767 de American Airlines se estrelló sobre la Torre Norte del World Trade
Center, antes que elucubrar sobre confabulaciones macabras pensé en dos cosas:
(1)
La dimensión de esta tragedia para las víctimas y sus familias.
(2)
El valor simbólico del daño en un país que en sus dos siglos de historia, jamás
había sufrido un ataque en su territorio.
Me
enteré por Internet. Recuerdo una nota cortita (“Avión se estrella en el WTC”)
y la imagen lejana de una torre despidiendo humo.
Miré
el reloj, eran las 08:59, el impacto había ocurrido a las 08.46.
Pasado
el pasmo, mi respuesta instintiva fue accionar el control remoto del televisor.
Los
noticieros nacionales se sucedían entre comentarios a cuadro y reportes desde el
lugar de los hechos.
Gente
corriendo por las calles, pidiendo auxilio desde los pisos superiores, carros
de bomberos, repeticiones del incidente desde los más diversos ángulos…
Y
de repente… el otro avión…
Este
sí me tocó en vivo, al momento justo en que ocurría. Eran las 09:02 cuando el
vuelo 175 de United Airlines, como un pájaro oscuro golpea contra la Torre Sur.
La
historia posterior es de sobra conocida. El aparato bélico americano respondió
con dos guerras en Afganistán e Irak.
Ello,
sin que al respecto quede clara la participación de BIN LADEN, AL QAEDA y sus
socios talibanes.
Un
río incontenible de rumores abrió las compuertas de nuestra credibilidad, a
saber…
Que
si BUSH lo había ordenado para justificar sus afanes bélicos.
Que
la familia BIN LADEN estaba asociada con BUSH.
O
que el avión que golpeó sobre el Pentágono era en realidad un misil, por el
tipo de oquedad dejada en el punto de impacto (esta última, del francés THIERRY
MEYSSAN y su RED VOLTAIRE).
O
(ya en un plano onírico) complots vinculados a un presunto gobierno mundial de
linajes ancestrales y élites invisibles, sectas “iluminatis”, luciferinas,
extramundi…
Y
bueno, a todas las teorías conspiranoides de ahora y de entonces, les encuentro
al menos dos defectos:
(1)
Exigen la participación activa y pasiva (colaboración, aquiescencia, silencio
cómplice) de muchos actores, desde mandos militares, hasta la propia clase gobernante
(dirigentes, funcionarios, senadores, representantes) y también los medios (comunicadores
y editores) amen de compinches internacionales, diplomacia incluida.
(2)
Recurren a explicaciones de orden tan especializado (la tenebra geopolítica de
las trasnacionales y las altas finanzas) ante las cuáles el ciudadano promedio
no tiene elementos de referencia, ni para aprobar ni para desechar.
El
lector debe tragar completas dichas hipótesis, creer en ellas sin razonarlas
pues sus elementos de apoyo están fuera de su alcance.
Que
sean verosímiles no garantiza que sean veraces.
Acaso
por ello, la única observación crítica que me hoy me llama la atención es aquella
que presentó un grupo de profesionales de la construcción (ingenieros civiles,
arquitectos) tras observar la forma tan rara como caen las torres horas después
del impacto aéreo, lo cuál incluye un tercer edificio (la torre 7).
Su
opinión es que no debieron sucumbir tan rápido y que su caída a plomo recuerda
el aspecto de una demolición controlada.
En
esta explicación que me parece la más cuerda, desde luego, no hay árabes
emboscados ni sectas masónicas conspirando desde el plano astral.
Son,
simplemente, los argumentos visuales (contundentes aún para el ciudadano inculto)
que formula un grupo de profesionistas.
El
lector puede hacer una búsqueda entrecomillada en YouTube con la siguiente
leyenda: “Arquitectos e Ingenieros por el 9/11”.
A
lo mejor no saca mucho en conclusión, pero si algo le puedo asegurar es que se
va a divertir un buen rato.
¡Provecho!