De
aquellas madrugadas tibias de 1972 queda el asombro de los reporteros mexicanos
cuando, al cruzar por parques y plazas, se topaban con multitudes de adultos,
niños y ancianos practicando un deporte por entonces exótico, especie de danza
ritual llamado Tai-Chi.
A
la mirada occidental debió costarle entender el sentido de dicho arte marcial donde
nadie compite para derrotar a un contrincante por la sencilla razón de que el contrincante
no existe. Se trata de una disciplina “no adversarial”.
O,
en todo caso, la lucha es consigo mismo, contra el músculo flácido que debe
volverse firme y la articulación rígida que busca tornarse suave. La batalla transcurre
al interior de cada cuál, por la salud y la vida.
No
hay copa o diploma que pelear, ni mano que deba ser alzada por réferi alguno
mientras el prójimo se retuerce en el suelo. Nada de eso, por fortuna.
Hoy
me viene el recuerdo a la mente al ver el medallero de la olimpiada en curso
donde China encabeza la lista de triunfos con 31 preseas de oro, 19 de plata y
14 de bronce, con un total de 64.
Decisivo
el esfuerzo de las instituciones chinas en los cuatro años previos para llegar
en buena forma. Ayuda el ser la nación más poblada del globo.
Aunque
el verdadero secreto de esta gran cosecha radica en su base social que antes de
ser espectadora es practicante cotidiana de un abanico amplio de disciplinas.
En
contraste, a la media tarde de este lunes México llevaba 3 de plata, 2 de
bronce y ninguna de oro. En total 5 premios.
Resultado
magro para esa delegación de 102 atletas que abanderó FELIPE CALDERON el 29 de
Junio pasado con un discurso que pecó de triunfal.
En
particular cuando dijo que dicho grupo representa: “un México ganador que se
crece ante la adversidad y supera uno a uno todos sus desafíos.”
Disculpe
usted, pero ese país no existe. La idiosincrasia nacional es de espectadores
pasivos que reducen su afición a poblar los estadios, entripados con cerveza y
comida chatarra.
País
líder en obesidad (en esto sí, oro y plata) destacamos también en los males
asociados: diabetes, osteoartritis, hipertensión y algunas formas de cáncer.
Y
ocurre en el deporte como en la industria del entretenimiento. Abismo brutal entre
la nación que aplaude y el pequeño grupo que decide por los demás.
De
ahí la pregunta para los diseñadores de la política deportiva, sus burocracias
y mandos: ¿Que es más importante, la gloria efímera o la salud pública?
El
comodino culto al oropel ha desplazado por años al fomento de la práctica
social del deporte, esa que no necesita uniformes, ni tenis de marca, ni banderas,
ni himnos.
Poblar
el salón regional de la fama con trofeos que “ponen el alto” el dignísimo nombre
de la ciudad, el estado o el país no disminuye un ápice nuestra condición de
pueblo subalimentado, pasivo, sedentario y enfermo.
De
ahí mi observación hace unos días en la red del pajarito donde dije que me
sentiré orgulloso del deporte mexicano cuando vea a millones participando y no
aplaudiendo desde sus butacas.
Y,
bueno, la semana pasada en la capital tamaulipeca fue puesto en marcha un
parque de barrio de los 10 que están planeados para entregarse este año con dinero
estatal.
Son
espacios de reunión para la práctica horizontal del deporte y también la recreación
familiar, entre árboles y vigilancia.
Leo
y opino. No hay mejor uso del presupuesto deportivo que este, por su efecto
multiplicador en la salud pública que a su vez robustece al tejido social.
Si en los años
venideros, acciones así fuesen prioridad y regla general en toda la República,
en verdad me importaría muy poco (nada, acaso) que algún paisano se traiga un
cuarto lugar en esgrima, un “casi-casi” en jabalina, un “por poquito” en box o
un “ya merito” en futbol.