viernes, 13 de abril de 2012

Seducción falaz


Cd. Victoria, Tam.- Los políticos hacen campaña en poesía y gobiernan en prosa. No me consta que haya sido el exgobernador de Nueva York MARIO CUOMO el autor de esta máxima, pero sí quien la hizo famosa.
Acaso para los estudiantes de comunicación política resulte interesante este ejercicio.
Reunir los tres últimos discursos previos a la elección de un candidato a gobernador, alcalde o presidente (caben también sus declaraciones) y los tres posteriores a la misma, en especial cuando ya han recibido su constancia de mayoría y son declarados mandatarios electos.
La diferencia es sustantiva, a ratos abismal. Antes de la votación todo es lirismo y ensoñación poética, convocatorias sin límite a la esperanza donde prácticamente nada es imposible.
Después de la elección, en cambio, dejan caer sin piedad el pesado telón de la cautela y sus parientas ñoñas: la moderación y la reserva. Aparecen los canijos “asegunes” y las promesas encuentran sus condicionantes.
La transformación ocurre en cosa de días, incluso de horas. La poesía deviene en prosa aburrida y envuelta en tecnicismos.
Ya con el triunfo en la bolsa se invoca a una suerte de realismo que por momentos raya en la incompetencia. Los kilos de promesas empiezan a pesar 800, 600 y hasta 400 gramos.
El “no se puede”, el “vamos a ver”, el “tenemos que estudiarlo a fondo” y especies similares toman el control del discurso. 
Y tal contraste podría compararse con el que observaría un seductor falaz.
En etapa de conquista, antes de lograr su cometido, el cielo es el límite, la luna un objetivo alcanzable y las estrellas regalo cotidiano.
Ello, aunque una vez alcanzado el propósito ocurra que el cielo, la luna y las estrellas se convierten en meras abstracciones sin valor en el mercado.
Entonces solemos escuchar reclamos lastimeros como…
-“Oye, pero me dijiste que…”
-“¿No habíamos quedado en…?”
-¿Y que pasó con…?
-¿Y cómo le vamos a hacer para…?”
No hay, ciertamente, una PROFECO amorosa ni una PROFECO electoral que hagan valer las promesas del seductor en ambos terrenos: el mercadotecnista político o el engatusador privado. 
Las ofertas de amor y dulzura eterna son como las de desarrollo económico, paz social, pleno empleo y mejor salario.
Ello, a menos que la parte engañada se pertreche de antemano (es decir: “antes de”) haciendo suya la más sana de las desconfianzas para elegir y decidir con los ojos abiertos, asumiendo riesgos y en conciencia plena de que toda oferta es humana y está sujeta a modificaciones posteriores.
Los defensores del consumidor suelen aconsejar al comprador de un bien o servicio que se tome la molestia de leer las letras menudas.
No les falta razón porque es en las letras menudas (y no en las frases publicitarias) donde el producto se muestra tal cuál es y donde aparecen sus límites, los términos de uso y las restricciones de la garantía.
Desde luego, los anuncios dicen otra cosa. Y las sugerentes imágenes que los acompañan suelen ir más lejos, igual que las promesas de campaña.
Pero la publicidad es como la propaganda, idilio temporal, fascinación al servicio de un propósito no siempre noble.
Entre el candidato inmerso en la ronda de la seducción y el señor que ya carga en sus bolsillos la constancia del triunfo el cambio es colosal.
Por ello el elector haría bien en exigir la máxima concreción posible a quien le pide el voto.
¿Me ofreces mayor seguridad?... Exprésamelo en índices y dime a cuanto piensas bajar la estadística de criminalidad durante tu mandato, año por año.
¿Trabajo para todos?... Dime cuántos empleos nuevos por año y de qué manera piensas lograrlo.
Y así, en cada rubro, campo o renglón de eso que llaman políticas públicas.
Piénsese a cualquier nivel, en los señores OBAMA, CALDERÓN o HERNANDEZ. ¿Recuerdan ustedes sus promesas de campaña?
Utopías hermosas, empalagosas, plagadas de metáforas que hablaban (como dijera LUIS EDUARDO AUTE) “de futuros fraternales, solidarios.”
Y obsérvese entonces que ocurrió después…