martes, 10 de abril de 2012

Cuando los brujos fallan


Cd. Victoria, Tam.- Algo trillada resulta la conseja de que un buen mercadotecnista debe ser capaz de vendernos hasta lotes en la luna. 
Cada cuál podrá entender este punto a su manera, como un excitante desafío profesional o una diabólica apología de la mentira.
En su defensa, los magos del marketing insisten en citar proezas no se si encomiables o lamentables como el haber logrado venderle al electorado norteamericano a un actorcete ignorante y ramplón como RONALD REAGAN, quien pese a yerros imperdonables conservó hasta el último día un alto índice de popularidad.
Es la misma ciencia de la ilusión que en el año 2000 fue capaz de persuadir a 15 millones de mexicanos de que VICENTE FOX podría representar algo parecido a un cambio y no el desastre que padecimos después.
Contra lo que se pudiera pensar, la propaganda no es una aplicación política de la publicidad. Todo lo contrario, la publicidad nace como un uso comercial de la propaganda.
La propaganda fue anterior y esto lo saben los maestros de publicidad que aconsejan a sus alumnos hurgar en las técnicas empleadas por JOSEPH GOEBBELS para conseguir que millones de alemanes adorasen como un Dios a un psicópata genocida como HITLER.
El recurrente problema para los estudiosos de la materia es por que razón se van a pique campañas que cuentan con toda esa maquinaria infernal de trucos mediáticos.
La cuestión me remite al inolvidable film intitulado en inglés “Power” (1986), del norteamericano SIDNEY LUMET, director, entre otras propuestas cinematográficas, de “Serpico” (1973) y “Tarde de Perros” (1975).
“Power” es un sincero atisbo al mundillo de las agencias de imagen, en donde los escrúpulos no existen y todos los medios están justificados para alcanzar el propósito central que es el éxito. 
Así lo dice la película desde sus anuncios, cuando describe al poder como algo “más seductor que el sexo, más adictivo que cualquier droga, más precioso que el oro”, algo que “alguien te lo puede conseguir por un precio”.
El joven mercadólogo PETE ST. JOHN (interpretado por RICHARD GERE) opera con criterio de ilusionista en un negocio donde lo que menos importa es la verdad sino el manejo eficaz de las apariencias.
Por ello hace lucir como un experto jinete a un candidato que odia a los caballos o bien finge un falso atentado contra un aspirante de bajo perfil para que su nueva imagen de víctima le permita repuntar en las encuestas.
Sin embargo, la historia finalmente recala en la duda expresada líneas arriba: ¿Qué ocurre cuando pese a todo este aparato manipulador, inescrupuloso y caro las candidaturas no cuajan y las campañas no repuntan?
Aquí aparece un segundo personaje, el veterano experto en imagen WILFRED BUCKLEY (encarnado por GENE HACKMAN) quien se encargará de hacerle ver a su antiguo alumno ST. JOHN que en algunas ocasiones y bajo ciertas circunstancias la mentira falla.
Así llegamos a la moraleja de la historia, cuando la clave del triunfo no radica en los efectos visuales ni en las frases rimbombantes sino en la autenticidad de la propuesta.
Desde luego, es película. Aunque mucho de lo que dice resulta aplicable a las campañas que por estos días cobran forma en todo el país.
Y esto nos lleva al proyecto que mayormente ocupa hoy la atención de los medios por su ineficacia flagrante, el de JOSEFINA VAZQUEZ MOTA, candidata del partido en el poder.
Para nadie es un secreto que su campaña atraviesa por una severa crisis pues no logra remontar los 15 puntos que (en promedio) le lleva por delantera el priísta ENRIQUE PEÑA NIETO.
La sonrisa de JOSEFINA luce tensa, angustiosa, malograda, equívoca. De manera por demás precoz la vemos enmendando entuertos, haciendo tareas de control de daños, minimizando deslices, negando errores y emprendiendo una urgente reestructuración de su equipo.
Y, bueno, si el camino de PETE ST. JOHN parece estar fallándole a la panista, le queda aún experimentar el de WILFRED BUCKLEY. 
El problema es que no le queda mucho tiempo.