Cd. Victoria, Tam.- Mal empezó abril para el abogado colimense MIGUEL DE LA MADRID. El día primero murió.
Con 77 años cumplidos, padecía de enfisema pulmonar. Había nacido en 1934, el mismo año que CUAUHTEMOC CÁRDENAS.
Fue DE LA MADRID el último abogado priísta que gobernó el país, la profesión más común entre los presidentes del México postrevolucionario como los señores LOPEZ PORTILLO, ECHEVERRÍA, DIAZ ORDAZ, LÓPEZ MATEOS, ALEMÁN y PORTES GIL.
Hombre correcto pero de notoria tibieza, MIGUEL heredó una economía nacional en estado catatónico, tras el naufragio del sexenio lopezportillista que culminó inmerso en una perversa espiral inflacionaria, entre devaluaciones en cadena, fuga de capitales y una caída brutal del poder adquisitivo.
Contemporáneo de MMH en la UNAM, PORFIRIO MUÑOZ LEDO solía interpretar el ascenso del lamadridismo como un “golpe de timón” orquestado por las élites financieras para desviar el curso de la Revolución Mexicana.
Diagnóstico rimbombante pero de escaso sustento, pues cualquiera que hurgue en las entretelas de la puja sucesoria de 1981 sabrá que DE LA MADRID había llegado por descarte a la nominación, como amigo cercano de la familia LOPEZ PORTILLO y tras un desempeño perruno en la estratégica cartera de SPP.
Su sexenio estuvo marcado por augurios fatales desde los meses previos a su asunción, cuando LOPEZ PORTILLO nacionaliza la banca, heredándole con ello una deuda interna brutal, no menos gravosa que el endeudamiento externo.
Sus dos consignas de campaña que luego fueron de gobierno se quedaron en el mero enunciado, en el discurso.
El “nacionalismo revolucionario” pareció desde un principio carente de contenido o acciones prácticas, más allá del desplante oratorio.
Y la “renovación moral” tampoco avanzó más allá de meter a la cárcel a enemigos políticos como el exdirector de Pemex JORGE DÍAZ SERRANO y el exjefe de la policía capitalina ARTURO DURAZO.
Católico confeso de quien se presumían vínculos jamás probados con el Opus Dei, bajo su administración ocurre el devastador terremoto de 1985, ante el cuál permaneció impávido (asustado, según la versión popular) las primeras horas y los primeros días, mientras la gente se organizaba con medios propios, con la ausencia flagrante del gobierno.
De MIGUEL viene la frase temerosa que urgía a realizar el mayor esfuerzo posible para que el país no se le deshiciera entre las manos. Profecía, acaso, autocumplida.
Durante su régimen ocurrió el crimen artero del periodista MANUEL BUENDÍA (30 de mayo de 1984) del que no supo responder y ni siquiera aclarar.
Le tocó lidiar con el reaganismo y con un embajador metiche y virulento como fue el exactor de origen mexicano JOHN GAVIN, macartista de pura cepa que supo poner en aprietos a la cancillería mexicana con su enfoque tremendista de los asuntos bilaterales.
Se diría que el régimen lamadridista fue de transición, entre el priísmo clásico y el gerencial, tecnocrático y postmoderno.
DE LA MADRID fue de muchas maneras un presidente “sándwich”, el último de los abogados en la silla tricolor y el primero de los tecnócratas que encaminaron al país rumbo a un modelo neoliberal.
Sus dos sucesores inmediatos fueron economistas, CARLOS SALINAS y ERNESTO ZEDILLO. Estos se encargarían de llevar hasta las últimas consecuencias el sueño privatizador de MMH.
El mal fario que acompañó siempre a DE LA MADRID me recuerda un poco al de CALDERÓN.
Infortunios no siempre bajo control parecen haber sacudido a ambos regimenes sin encontrar en los mandatarios la respuesta adecuada.
Por ello resulta significativo ese homenaje francamente atípico que CALDERÓN le rindió a DE LA MADRID en Palacio Nacional, con la presencia inusual de CARLOS SALINAS.
Esos discretos vasos comunicantes que unen al calderonismo con el lamadridismo ofrecen señales de convergencias ocultas que van más allá de los esquemas partidistas, para situarse en el terreno de los intereses reales.
Sirva esto para explicar lo que viene.