lunes, 23 de abril de 2012

El voto fantasma


Cd. Victoria, Tam.- Los llamados al inejercicio deliberado del sufragio retornan por sus fueros, acaso con mayor virulencia que en la pasada elección federal del 2009.
Le llaman “voto nulo”, aunque el término de nulidad también se aplique en casos de invalidez donde la gente efectivamente desea sufragar pero, por equivocación o ignorancia, lo hace mal, tachando (por ejemplo) dos opciones o bien introduciendo la boleta en la urna equivocada.
En el voto nulo surgido como propuesta, su acción es voluntaria y tiene la intención de protestar contra lo que sus promotores califican como la “ausencia de opciones reales”.
Sería una forma activa de decir “ninguno me gusta”, en rechazo a candidatos, a partidos y al proceso electoral mismo.
Actitud que tradicionalmente se detectaba en el abstencionismo y hoy pretendería alcanzar una resonancia mayor en el reproche visible y contabilizable que subraya la ausencia de opciones reales.
Así lo han promovido desde el año 2009 personalidades de los medios y la academia como DENISE DRESSER y JOSE ANTONIO CRESPO.
En el caso de DRESSER ella proponía tachar toda la boleta con  una cruz grande, esquina a esquina del papel, como un desprecio al actual sistema de partidos y al trabajo mismo de los representantes populares.
En el proceso actual, la principal figura involucrada en dicha propuesta es el poeta y periodista JAVIER SICILIA, cuya figura cobró notoriedad a partir de su movilización contra la violencia en México, tras al asesinato de su hijo, en marzo del 2011. 
Se diría que estamos tratando con cierta modalidad de abstencionismo activo, cuya insatisfacción busca ocupar un lugar en la estadística del voto.
Dicha actitud ya estaba en la gente que desde medio siglo atrás venía anotando el nombre de algún amigo, compadre, deportista famoso, cantante o actor cómico (CANTINFLAS, el más socorrido) en lugar de las opciones disponibles.
Decisión jocosa no exenta de significado y que en el fondo estaría manifestando la misma inconformidad sustentada con palabras más elegantes por DRESSER, SICILIA o CRESPO, entre tantos más.
Mi duda giraría en torno al efecto que una decisión de esta naturaleza tendría en el terreno de la práctica. A riesgo de parecer pesimista, estoy muy cerca de pensar en la palabra ninguno.
Emplazada así, como una opción solitaria, en nada cambia las cosas, a menos que dicha campaña estuviese ligada a una movilización más amplia y una propuesta alternativa de reformas a la legislación electoral que diera atención a la inapetencia ciudadana.
Desde luego, el voto nulo es un llamado de atención hacia la clase política y el sistema de partidos, aunque ninguna obligación de carácter institucional se desprende de dicho inejercicio.
¿Se acordarán de tal protesta silenciosa las instancias partidistas o gubernamentales que tres años después despachen la siguiente remesa de candidaturas?
¿Pesará ese rechazo en la agenda de quienes tengan a bien conducir una nueva reforma política en los años venideros?
En el mejor de los casos, tal vez haya referencias escasas o veladas a dicho reclamo en los foros donde se debatan nuevas leyes, aunque difícilmente podríamos encontrar que tal o cuál enmienda respondan en forma directa a la necesidad planteada por los amigos del voto nulo.
En la elección presidencial de 1976, el alto abstencionismo y la ausencia de opciones (ningún otro partido presento candidato más que el PRI) representó un severo llamado de atención para que el gobierno entrante se decidiera a emprender a fondo una reforma política que daría vida en 1977 a la Ley de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales (LOPPE).
Han pasado 35 años desde aquella reforma auspiciada por el entonces secretario de Gobernación JESUS REYES HEROLES y ya no estamos en un régimen de partido único.
Lo paradójico es que si bien hoy abundan las opciones, hay exuberancia de platillos a cual más diversos en la boleta electoral y en las cámaras, la hambruna de representatividad permanezca.