lunes, 16 de abril de 2012

Mal de todos


Cd. Victoria, Tam.- Conviene leer al detalle lo dicho y acordado en la estratégica Cumbre de las Américas que reunió a jefes de estado del continente americano y concluyó este domingo 15 de abril en Cartagena, Colombia.
Que hoy los mandatarios hablen de un sistema interamericano contra el crimen es ya un avance en una tarea fundamental: la identificación correcta del problema.
Es decir, en qué consiste y de donde vino esta escalada de avasallamiento contra la población civil que hasta hace una década no estaba en la agenda del narcotráfico.
Desde luego, los factores que apuntan hacia el entorno internacional no restan culpa a las autoridades aldeanas pero sí aportan elementos fundamentales que ayudan a la comprensión de un mal compartido por las naciones convocadas, incluyendo Estados Unidos.
FELIPE CALDERÓN había comentado algo a la TV mexicana cuando señaló la existencia de una sobreoferta de armamento bélico que habría quedado ocioso tras la resolución de guerras intestinas en la península balcánica y en África.
Pero hay otro elemento que compartimos, lo mismo en Cali que en Tamaulipas o, incluso, en la Unión Americana.
La deserción y reconversión criminal de las llamadas fuerzas especiales de ejércitos y corporaciones civiles, cuando no se tiene una visión clara de qué hacer con ellas y a qué campo de desarrollo profesional deben ser asignadas.
Ello, para que no emprendan esa mudanza catastrófica a la trinchera contraria, donde su alto grado de preparación les otorga una capacidad destructiva que supera con mucho a la gendarmería común.
La polémica es más vieja de lo que imaginamos y de alguna manera me remite a la novelita aquella del canadiense DAVID MORRELL intitulada “First blood” (1972).
Misma que luego sería torpemente llevada a la pantalla desfigurándola por completo y convirtiéndola en una arcaica prédica anticomunista conocida en México como “Rambo” (1982) con SYLVESTER STALLONE como figura principal.
Parecería que el cine es el beso del diablo para trabajos que en tinta y papel poseen intenciones más amplias, extraviadas luego en el celuloide, como pasó con “Los perros de la guerra” (1974) de FREDERICK FORSYTH, cuya posterior versión cinematográfica (1980) se antoja una adulteración conciente del contenido original.
La pregunta de fondo es: ¿Qué deben hacer los gobiernos con los individuos hiperviolentos capacitados en toda suerte de armamento sofisticado, diestros en técnicas de contrainsurgencia y entrenados en rutinas de trabajo lo suficientemente duras para sobrevivir en los ambientes más adversos, una vez que cumplen la misión especial para la que fueron creados?
A menos que haya respuestas inteligentes (incluyendo buen desempeño profesional y sueldos a la altura de sus capacidades) lo que tarde o temprano ocurre es que cambien de trinchera y se dediquen a ejercer la violencia por cuenta propia.
Esto que en los años setentas y ochentas significaba enrolarse como mercenarios al servicio de corporaciones colonialistas en África o Asia, hoy tendría un destino mucho peor: la delincuencia organizada.
Y van a emplear toda su capacidad mortífera de la cuál son unos verdaderos artistas no precisamente para el trasiego de drogas sino para empresas más ambiciosas y virulentas.
Como, por ejemplo, el asalto directo sobre la renta nacional, entendida esta como el conjunto de ingresos que reciben todos los factores productivos de un país.
El comercio, la industria, la agricultura y toda suerte de negocios lícitos e ilícitos sufren de esta acometida tan implacable como inesperada.
De ahí el comentario que hizo FELIPE CALDERÓN a su homólogo peruano OLLANTA HUMALA en el sentido de que el crimen organizado ha comenzado a suplantar las funciones del Estado, entre ellas la recaudación fiscal.
Bienvenido, pues, ese diagnóstico que por fin empieza a encaminarse hacia la más correcta interpretación regional del problema. 
Es un balbuceo, sin embargo. El diseño de las acciones correspondientes tendrá que venir después.