Cd.
Victoria.- La derrota del PRI en junio pasado
observa algunos elementos en común con la que sufrió PANCHO LABASTIDA ante
VICENTE FOX en 2000 y ofrece además una graciosa analogía futbolística. Voy por
partes.
Entonces como hoy, la cobertura
posterior, reflexión y análisis, pareció (y parece) centrada en encontrar las
causas primarias del resultado, pero bajo la visión única del contendiente
vencido: el PRI.
Antes con LABASTIDA y ahora con BALTAZAR
HINOJOSA, es poco común que alguien dedique el espacio necesario a plantearse y
responder por qué ganó el Partido Acción Nacional.
Ello en el entendido de que toda derrota
en la urna (o en el estadio) implica por lógica la victoria del adversario.
Saber, por ejemplo, qué tareas emprendió
para allegarse la confianza ciudadana, dónde estuvieron sus méritos, desde la elección
de candidatos hasta los aciertos del marketing electoral y las tareas generales
de campaña.
Es una historia que (periodísticamente) falta
todavía por contar, la ruta del triunfo panista y no únicamente el camino al
despeñadero que siguió el Partido Revolucionario Institucional, su viacrucis y
calvario. Esa oscura vorágine sobre la cuál nos hemos vuelto expertos todos.
FIJACIÓN
MALSANA
Lo cuál de alguna manera me recuerda las
interminables discusiones de las peñas deportivas cada vez que sufre una
derrota grave el seleccionado mexicano de futbol.
Esos diálogos bizantinos en torno al lado
oscuro del encuentro, excesos y carencias. En dónde falló, cuáles fueron sus errores
de estrategia, táctica, planteamiento, a quién debió alinear y no llamó el
entrenador y (la contraparte lógica de este argumento) qué jugadores estaban de
más en la cancha.
Quienes tendrían que haber sido excluidos
desde un principio por ineptos, por obsoletos, por no reunir las
características que reclama un “team” triunfador.
Y, desde luego, la consabida búsqueda de
culpables, responsables directos e indirectos, a veces con el ánimo carnicero de
no saber quién la hizo sino quién la deberá pagar.
De ahí la crucifixión mediática de
entrenadores, directivos, funcionarios y hasta patrocinadores (televisoras
incluidas).
Ocurre en el equipo tricolor (el “tri”) pero
también en el PRI, aunque importa deslindar que el primero representa a todo el
país y el segundo solamente a los seguidores de una entre varias organizaciones
partidistas.
LA
OTRA MITAD
El prejuicio metodológico es el mismo.
Ciertamente podemos señalar (lo hemos hecho) muchos errores al candidato
BALTAZAR HINOJOSA y al equipo de campaña comandado por RAFA GONZÁLEZ y TOÑO
MARTÍNEZ.
Aunque obsesionarse en esto parece
olvidar que del lado contrario también había un equipo haciendo su juego,
distribuyendo su esfuerzo en aras de un propósito.
El éxito del PAN resulta impensable si
solo lo queremos entender desde los descuidos y pifias del contrincante
tricolor. Más todavía si fue por goliza. El balón no se metió solo en la
portería de BALTAZAR.
Se impuso, por fuerza, un programa y un esfuerzo
grupal cuyo candidato era FRANCISCO GARCÍA CABEZA DE VACA, pero donde también
cuentan los operadores y candidatos locales.
Nomás imagine usted que en alguna
victoria del seleccionado nacional le dedicáramos el 99% del espacio radial,
televisivo, impreso y electrónico a elucubrar por qué demonios perdió nuestro
adversario, olvidando al ganador.
Resulta absurdo (surrealista acaso)
reducir el recuento a los pormenores de una derrota sin considerar a la otra
mitad de la contienda, es decir, la manera en que fue construida la victoria.
Al igual que en 2000, dicha visión
parcial y fragmentaria del resultado viene de una fijación ideológica que
durante muchas décadas daba por sentada la inmovilidad institucional. No había
competencia.