martes, 21 de octubre de 2014

Todavía falta lo peor



Cd. Victoria.- En años venideros, cuando se recuerden los trágicos sucesos acontecidos en Iguala, tendrá importancia el observar su efecto progresivo en la opinión pública.
La asimilación gradual del problema entre lectores, radioescuchas, televidentes. Una realidad cuyo progresivo descubrimiento nos mostró, paso a paso, las veredas del infierno.
Ese pasmo mediático que fue cambiando paulatinamente de las tonalidades tenues al rojo chillante, una vez que apreciamos la tragedia en su dimensión amplia.
Sin demeritar la gravedad de los hechos ocurridos entre el 26 y 27 de septiembre (heridos, muertos, desaparecidos) algo todavía más tenebroso está aflorando ahora, algo que apenas empezamos a ver, asimilar, comprender.
El descubrimiento de un cementerio clandestino con al menos una veintena de fosas y cuyo número de víctimas podría elevarse a varios centenares si consideramos que tan solo en las primeras dos han contado 28 cuerpos.

SECRETO A VOCES
La milicia es hermética, los boletines escuetos, los policías federales impiden el paso a la prensa, pero el trabajo reporteril tiene oídos para recoger testimonios de gente sencilla que vive en caseríos cercanos.
Y son voces contundentes. Durante años se fue volviendo costumbre ver pasar noche tras noche vehículos sospechosos, a menudo camionetas de vidrios polarizados subiendo la cuesta.
Tiempo después llegaban las detonaciones y luego el humo de las quemas clandestinas que (hoy sabemos) servían para que los restos humanos, destazados y enterrados, fueran poco apetecibles a los zopilotes.
Hablamos de un cerro a orillas de la ciudad, cuya falda se toca con las colonias periféricas de Iguala. Estremecedor el dato, las fosas se encuentran a 25 minutos del casco urbano.
La geografía tiene mucho que decir a este respecto. La cabecera municipal se ubica en un valle amplio de fácil acceso, bien comunicada, entre otras vías, por la Autopista del Sol que va de Cuernavaca al puerto de Acapulco.
No es, desde luego, la rústica aldea que la prensa norteamericana (tan dada a las descripciones exóticas) imaginó en sus primeros reportes.
Se trata de la tercera localidad más importante entre los 81 municipios de Guerrero, solamente superada en habitantes por Acapulco y la capital Chilpancingo.
Y, bueno, considerando todas estas variables (relevancia, ubicación, facilidad de acceso) la pregunta natural que tarde o temprano nos haremos todos…
¿En dónde han estado todo este tiempo (meses y años) las corporaciones guerrerenses (Preventiva y Ministerial), la propia Policía Federal y hasta el Ejército mientras ocurrían los levantones sistemáticos, las ejecuciones periódicas y los entierros ilegales en la montaña más próxima de Iguala?

EL MISTERIO MAYOR
Perdón si exagero, pero esto es bastante más grave y con repercusiones de más largo plazo que la balacera al equipo de los “Avispones”, la tragedia de los 43 normalistas desaparecidos, el enriquecimiento ilícito del presidente municipal y las pillerías de su cónyuge.
Aún si fuera factible rescatar todavía a los muchachos, castigar a los uniformados, encarcelar al exalcalde ladrón y correr al gobernador ANGEL AGUIRRE, de cualquier manera el misterio de las fosas seguirá ahí, inspirando un rosario infame de preguntas sin respuesta.
Y es la cuestión que más circula hoy en redes y se autorreplica en charlas de sobremesa: “¿Si no son los normalistas, entonces quienes son?”
Aunque no sepamos nombres, cabe especular con cierta posibilidad de acierto en cuanto al perfil de los ahí enterrados.
Miembros de bandas rivales, acaso gente pacífica que no pudo pagar un rescate o incluso crímenes políticos dispuestos por autoridades contra grupos disidentes, en su mayoría de organizaciones campesinas.
Razón le sobra, pues, al senador perredista ALEJANDRO ENCINAS, como presidente de la comisión bicameral de seguridad nacional, para citar a los titulares de SEGOB, PGR y SEDENA.
Bienvenidos, pues, a la parte más oscura de esta historia.