Cd.
Victoria.- En años venideros, cuando se recuerden
los trágicos sucesos acontecidos en Iguala, tendrá importancia el observar su
efecto progresivo en la opinión pública.
La asimilación gradual del problema entre lectores, radioescuchas, televidentes.
Una realidad cuyo progresivo descubrimiento nos mostró, paso a paso, las
veredas del infierno.
Ese pasmo mediático que fue cambiando paulatinamente
de las tonalidades tenues al rojo chillante, una vez que apreciamos la tragedia
en su dimensión amplia.
Sin demeritar la gravedad de los hechos
ocurridos entre el 26 y 27 de septiembre (heridos, muertos, desaparecidos) algo
todavía más tenebroso está aflorando ahora, algo que apenas empezamos a ver,
asimilar, comprender.
El descubrimiento de un cementerio
clandestino con al menos una veintena de fosas y cuyo número de víctimas podría
elevarse a varios centenares si consideramos que tan solo en las primeras dos han
contado 28 cuerpos.
SECRETO
A VOCES
La milicia es hermética, los boletines
escuetos, los policías federales impiden el paso a la prensa, pero el trabajo
reporteril tiene oídos para recoger testimonios de gente sencilla que vive en
caseríos cercanos.
Y son voces contundentes. Durante años se fue
volviendo costumbre ver pasar noche tras noche vehículos sospechosos, a menudo
camionetas de vidrios polarizados subiendo la cuesta.
Tiempo después llegaban las detonaciones y luego
el humo de las quemas clandestinas que (hoy sabemos) servían para que los restos
humanos, destazados y enterrados, fueran poco apetecibles a los zopilotes.
Hablamos de un cerro a orillas de la ciudad,
cuya falda se toca con las colonias periféricas de Iguala. Estremecedor el
dato, las fosas se encuentran a 25 minutos del casco urbano.
La geografía tiene mucho que decir a este
respecto. La cabecera municipal se ubica en un valle amplio de fácil acceso, bien
comunicada, entre otras vías, por la Autopista del Sol que va de Cuernavaca al
puerto de Acapulco.
No es, desde luego, la rústica aldea que la
prensa norteamericana (tan dada a las descripciones exóticas) imaginó en sus
primeros reportes.
Se trata de la tercera localidad más
importante entre los 81 municipios de Guerrero, solamente superada en
habitantes por Acapulco y la capital Chilpancingo.
Y, bueno, considerando todas estas
variables (relevancia, ubicación, facilidad de acceso) la pregunta natural que tarde
o temprano nos haremos todos…
¿En dónde han estado todo este tiempo
(meses y años) las corporaciones guerrerenses (Preventiva y Ministerial), la
propia Policía Federal y hasta el Ejército mientras ocurrían los levantones
sistemáticos, las ejecuciones periódicas y los entierros ilegales en la montaña
más próxima de Iguala?
EL
MISTERIO MAYOR
Perdón si exagero, pero esto es bastante
más grave y con repercusiones de más largo plazo que la balacera al equipo de
los “Avispones”, la tragedia de los 43 normalistas desaparecidos, el
enriquecimiento ilícito del presidente municipal y las pillerías de su cónyuge.
Aún si fuera factible rescatar todavía a
los muchachos, castigar a los uniformados, encarcelar al exalcalde ladrón y
correr al gobernador ANGEL AGUIRRE, de cualquier manera el misterio de las
fosas seguirá ahí, inspirando un rosario infame de preguntas sin respuesta.
Y es la cuestión que más circula hoy en
redes y se autorreplica en charlas de sobremesa: “¿Si no son los normalistas, entonces
quienes son?”
Aunque no sepamos nombres, cabe especular
con cierta posibilidad de acierto en cuanto al perfil de los ahí enterrados.
Miembros de bandas rivales, acaso gente
pacífica que no pudo pagar un rescate o incluso crímenes políticos dispuestos
por autoridades contra grupos disidentes, en su mayoría de organizaciones
campesinas.
Razón le sobra, pues, al senador perredista
ALEJANDRO ENCINAS, como presidente de la comisión bicameral de seguridad
nacional, para citar a los titulares de SEGOB, PGR y SEDENA.
Bienvenidos, pues, a la parte más oscura de
esta historia.