Cd.
Victoria.- El 24 de agosto de 2012, un vehículo
diplomático donde viajaban dos agentes norteamericanos y un marino mexicano fue
interceptado, obligado a detenerse y rafagueado en la autopista a Cuernavaca, a
la altura del poblado Tres Marías.
Los responsables: agentes de la Policía
Federal por entonces al mando del ingeniero GENARO GARCÍA LUNA.
Estupor, conmoción, noticia de primera
plana mundial, mayúsculo el escándalo por tratarse de funcionarios de la
embajada estadounidense a los que posteriores informes identificaron primero como
presuntos agentes de la DEA y luego de la CIA.
Se informó entonces que los señores JESS
HOODS GARNER y STAN DOVE BOSS se dirigían a las instalaciones de SEMAR en el cerro
del Capulín, municipio de Xalatlaco, Estado de México.
En puertas y vidrios, el vehículo
diplomático tenía protección de la más alta resistencia. Aún así, las balas, a
fuerza de repiquetear sobre la misma superficie, lograron taladrar el blindaje
y causarles algunas heridas.
Pero no los mataron, en buena medida porque
los ocupantes alcanzaron a pedir auxilio por radio a otras corporaciones que al
poco tiempo llegaron a rescatarlos.
ESPECULACIÓN
INUTIL
Una y mil preguntas se hicieron los
comentaristas en medios impresos y electrónicos, subrayando la ausencia de la metodología
pertinente, los procedimientos y protocolos propios de cualquier arresto.
Ocurre que la condición de agente, la
posesión de un nombramiento que así lo acredite, representa muchas veces una
limitante para el analista informativo.
En este, como en otros casos, los medios se
quiebran la cabeza intentando descifrar la trama de un operativo que a todas
luces les resulta absurdo.
Y en vano preguntan quien dio la orden,
cuál fue el error o en dónde estuvo la confusión. Especulaciones todas ellas innecesarias
porque cuando se actúa de esa manera no se está operando en base a reglamento
alguno.
Estamos hablando de policías que, en obvia
superioridad numérica, llegaron directo a vaciar sus armas contra tres personas
que en ningún momento ofrecieron resistencia.
Y así como se disipa el humo de los
disparos, el panorama finalmente se aclara y permite ver con nitidez lo que en
realidad ocurrió.
Los agentes (para que quede claro) actuaron
como sicarios, al margen de cualquier función pública.
Lo que pasó aquella mañana de agosto cerca
de Tres Marías fue una emboscada y quienes la protagonizaron llegaron a matar.
IGUALA
TAMBIÉN
Hoy evoco estos lamentables hechos al leer
como se repiten las mismas dudas sobre la masacre en Guerrero, por parte de comunicadores
televisivos, legisladores y especialistas que no alcanzan a ver más allá del
uniforme.
Insisten en teorizar sobre cuál podría
haber sido la estrategia adecuada para encarar a esos estudiantes revoltosos
que se habían apoderado de unos autobuses.
Y son las mismas preguntas inútiles en
torno al comportamiento de unos policías municipales que en lugar de actuar
como tales, optaron por disparar, secuestrar y desaparecer a medio centenar de
normalistas.
La respuesta, hoy que el humo de esta nueva
refriega se empieza a levantar, apunta a la misma conclusión de quienes
observaron sin prejuicios los hechos de Tres Marías en 2012.
Los preventivos actuaron como sicarios y, en
el cumplimiento de dicha encomienda, jamás fue impedimento el portar uniforme y
placa, como tampoco les estorbó su condición de servidores públicos.
En ambos casos, ante la orden de ataque, se
lanzaron de frente y sin otra preocupación que no fuera el aniquilar a sus
presas, a sus víctimas.
El hábito, ciertamente, no hace al monje porque
en este México bárbaro, la condición de agente policiaco no está reñida con el
oficio de asesino.
En la hermosa ciudad de Iguala, donde hasta
hace poco mandaba el perredista JOSE LUIS ABARCA, esto fue posible porque el hoy
exalcalde tiene ese perfil.
El individuo híbrido, con un pié en la vida política y otro en el crimen organizado. Y esto aclara cualquier misterio.
El individuo híbrido, con un pié en la vida política y otro en el crimen organizado. Y esto aclara cualquier misterio.