miércoles, 15 de octubre de 2014

El hábito y el monje



Cd. Victoria.- El 24 de agosto de 2012, un vehículo diplomático donde viajaban dos agentes norteamericanos y un marino mexicano fue interceptado, obligado a detenerse y rafagueado en la autopista a Cuernavaca, a la altura del poblado Tres Marías.
Los responsables: agentes de la Policía Federal por entonces al mando del ingeniero GENARO GARCÍA LUNA.
Estupor, conmoción, noticia de primera plana mundial, mayúsculo el escándalo por tratarse de funcionarios de la embajada estadounidense a los que posteriores informes identificaron primero como presuntos agentes de la DEA y luego de la CIA.
Se informó entonces que los señores JESS HOODS GARNER y STAN DOVE BOSS se dirigían a las instalaciones de SEMAR en el cerro del Capulín, municipio de Xalatlaco, Estado de México.
En puertas y vidrios, el vehículo diplomático tenía protección de la más alta resistencia. Aún así, las balas, a fuerza de repiquetear sobre la misma superficie, lograron taladrar el blindaje y causarles algunas heridas.
Pero no los mataron, en buena medida porque los ocupantes alcanzaron a pedir auxilio por radio a otras corporaciones que al poco tiempo llegaron a rescatarlos.

ESPECULACIÓN INUTIL
Una y mil preguntas se hicieron los comentaristas en medios impresos y electrónicos, subrayando la ausencia de la metodología pertinente, los procedimientos y protocolos propios de cualquier arresto.
Ocurre que la condición de agente, la posesión de un nombramiento que así lo acredite, representa muchas veces una limitante para el analista informativo.
En este, como en otros casos, los medios se quiebran la cabeza intentando descifrar la trama de un operativo que a todas luces les resulta absurdo.
Y en vano preguntan quien dio la orden, cuál fue el error o en dónde estuvo la confusión. Especulaciones todas ellas innecesarias porque cuando se actúa de esa manera no se está operando en base a reglamento alguno.
Estamos hablando de policías que, en obvia superioridad numérica, llegaron directo a vaciar sus armas contra tres personas que en ningún momento ofrecieron resistencia.
Y así como se disipa el humo de los disparos, el panorama finalmente se aclara y permite ver con nitidez lo que en realidad ocurrió.
Los agentes (para que quede claro) actuaron como sicarios, al margen de cualquier función pública.
Lo que pasó aquella mañana de agosto cerca de Tres Marías fue una emboscada y quienes la protagonizaron llegaron a matar.

IGUALA TAMBIÉN
Hoy evoco estos lamentables hechos al leer como se repiten las mismas dudas sobre la masacre en Guerrero, por parte de comunicadores televisivos, legisladores y especialistas que no alcanzan a ver más allá del uniforme.
Insisten en teorizar sobre cuál podría haber sido la estrategia adecuada para encarar a esos estudiantes revoltosos que se habían apoderado de unos autobuses.
Y son las mismas preguntas inútiles en torno al comportamiento de unos policías municipales que en lugar de actuar como tales, optaron por disparar, secuestrar y desaparecer a medio centenar de normalistas.
La respuesta, hoy que el humo de esta nueva refriega se empieza a levantar, apunta a la misma conclusión de quienes observaron sin prejuicios los hechos de Tres Marías en 2012.
Los preventivos actuaron como sicarios y, en el cumplimiento de dicha encomienda, jamás fue impedimento el portar uniforme y placa, como tampoco les estorbó su condición de servidores públicos.
En ambos casos, ante la orden de ataque, se lanzaron de frente y sin otra preocupación que no fuera el aniquilar a sus presas, a sus víctimas.
El hábito, ciertamente, no hace al monje porque en este México bárbaro, la condición de agente policiaco no está reñida con el oficio de asesino.
En la hermosa ciudad de Iguala, donde hasta hace poco mandaba el perredista JOSE LUIS ABARCA, esto fue posible porque el hoy exalcalde tiene ese perfil.
El individuo híbrido, con un pié en la vida política y otro en el crimen organizado. Y esto aclara cualquier misterio.