Cd.
Victoria, Tam. – Pasan los años, se consolida
la nueva regla en los informes, deja de ser excepción. El México de los
rituales cívicos, los grandes acarreos, el derroche festivo en la esfera oficial
va quedando atrás.
Siempre lo supimos. Ni el presidente ni los
gobernadores tenían obligación de desfilar bajo una lluvia de papel picado,
entre un mar vociferante de aplaudidores, ubicados en banquetas, edificios, entrecalles.
Tampoco era necesario el incienso al
poder expresado en festones, matracas, mantas, porristas, cohetones, edecanes, mariachis,
bandas de guerra.
Pero se hizo por mucho tiempo. Era parte
de un ritual o bien (MONSIVAIS, dixit) “la liturgia cívica del poder” y su infaltable
culto a la personalidad.
Aquellas largas filas de agradecidos
colaboradores, sindicalistas, empresarios, dignatarios extranjeros, ordenados
en su impaciencia por felicitar al gobernante.
Protocolo al que la mordacidad de los
reporteros bautizó como “besamanos”. En recuerdo, claro, a hileras humanas de inocultable
similitud montadas antaño en torno a reyes y jerarcas religiosos.
Pero el cambio era inevitable. Quizás
fue el hartazgo popular, la paulatina pero irreversible secularización de la vida
pública, el desgaste del mito, el republicano rechazo a formalidades de tufo principesco.
Aunado ello a imperativos de seguridad y
ahorro de recursos. El caso es que la gente hoy día se siente más cómoda con
ceremoniales compactos y de corta duración, que se atengan a lo que marca la
ley.
Es obligación del ejecutivo presentar un
informe anual de actividades ante el poder legislativo, federal o local, según
sea el caso. Nada los obliga a leer, pueden hacerlo llegar hasta con un propio.
Lo verdaderamente sustantivo es (o
debiera ser) el contenido del informe, así como la glosa posterior. Esa
revisión que (al menos teóricamente) las legislaturas harán del documento.
En tiempos anteriores a la era digital, se
entregaban cajas y cajas con el informe ampliado, incluyendo apéndices
estadísticos pesados como un ladrillo, en el sentido literal y también en su
lectura.
Luego vinieron los discos digitales, CD,
DVD (ignoro si BluRay). Quizás una memoria USB o su pariente mayor, la Unidad de
Estado Sólido, SSD, por sus siglas en inglés, Solid State Drive. Acaso estos
procesos de entrega y recepción informativa, terminen transitando vía Web.
Ello y quizás un mensaje televisivo
(pregrabado o en vivo) desde la Casa de Gobierno, avenida Tamaulipas en Ciudad
Victoria y Molino del Rey en la capital mexicana.
Y si el lector piensa que esta reflexión
peca de anticlimática, permítame decirle que los dos aspectos sustantivos del
evento (el acto de informar y su posterior tarea de glosa) estuvieron perdidos
durante muchos años.
Quedaban ocultos bajo la lluvia de
confeti. Mudos ante la sonoridad de los trompeteros reales, invisibles ante el
glamour de la alfombra roja. Inaudibles bajo el fragor de los aplausos,
marginados por la cortesanía y los fuegos de artificio.
En los años y décadas del partido único
preocupaba más la envoltura que el regalo. El betún que el pastel.
Y en ocasiones se sospechó que acaso ni
regalo ni pastel hubiera, solamente celofán multicolor y una densa capa de
crema azucarada.
Cuando acabamos con dichas prácticas
queda entonces lo que realmente importa. Un escrito que de manera formal resume
la aplicación de los recursos públicos, así como el respectivo análisis de los
representantes populares.
Pues bien, este viernes 29 de
septiembre, a las 12 horas en palacio legislativo, el gobernador de Tamaulipas FRANCISCO
JAVIER GARCÍA CABEZA DE VACA entregará el informe referente a su primer
ejercicio anual y dará lectura a un mensaje político. Punto.
Minimalista el evento, como marcan los
tiempos.