Cd.
Victoria, Tam. – Tanto que decir.
Ayer BULMARO CASTELLANOS, el profético MAGÚ de La Jornada, evaluaba desde su
cartón la realidad capitalina que deja por herencia MIGUEL MANCERA.
Garabateando entre ilustraciones
bizarras, enumera el caricaturista:
- “Hizo mucho por la ciudad, la llenó de
condominios, de centros comerciales, de segundos pisos y la llenó de coches.”
Para añadir:
- “Esperamos que el próximo gobernador
haga mucho por los ciudadanos. Parques, transporte público, deportivos,
estacionamientos y seguridad."
En efecto, desde la sureña delegación
Tlalpan, me reportaban ayer sobre la anarquía urbana que caracterizó a la
administración actual.
Particularmente en el uso (abuso) de
suelo. Espacios donde ya no deberían permitir más construcciones para dejar a
esa megaurbe respirar, fluir, transitar, ver más cielo y más verdor, en lugar
de concreto, asfalto, plafones, humo.
Periférico sur es una de las zonas más
impactadas por esa fiebre de incontables edificaciones, millares de nuevos apartamentos,
oficinas, espacios comerciales.
Todo al margen de una vía rápida que (a
ese paso) ni con segundos pisos podrá albergar la sobrepoblación de
automotores.
Paradoja cruel del México mágico.
Autopistas urbanas (periférico, circuito interior, viaducto) que de rápidas
solo les queda el nombre.
Se transita a vuelta de rueda, a merced
de esa nueva plaga de asaltantes en motocicleta que parecen haber descubierto
en los embotellamientos cotidianos un jugoso nicho de mercado.
DESTINO
TELÚRICO
Ciudad que es chinampa en un lago
escondido, cantaba GUADALUPE TRIGO años atrás. Su base lodosa y blanda es una
bomba de tiempo, apocalipsis anunciado, profecía autocumplida, futuro negro que
tarde o temprano los alcanza.
Necesitarían ser muy honestos los
constructores públicos y privados para blindar sus obras contra cualquier
eructo del subsuelo, por alta que sea la graduación en la escala logarítmica de
CHARLES RICHTER.
Y también muy rigurosos en la selección
del predio donde instalan cimientos y levantan muros. En el empleo racional del
espacio urbano.
En la calidad de los materiales, ductilidad
y resistencia, ante una inestabilidad subterránea que primero se mece y luego se
estremece. Se balancea y trepida, entre el columpio y la sacudida, el bamboleo
y el brinco.
Por ello, la arquitectura capitalina finca
su destino, sucumbe o sobrevive según la inteligencia y la ética profesional de
edificadores y autoridades que otorgan permisos.
Había mucho dolor este martes en todos
los medios que seguían paso a paso el recuento de daños por el terremoto de 7.1
grados que golpeó al valle de México y media docena de entidades circunvecinas.
Mal se ven los gobiernos, cuando (por
igual) multifamiliares de consumo popular que condominios de lujo se vienen
abajo, apilando sus losas, una sobre otra, en un sándwich letal que pulveriza
paredes, patrimonios, historias familiares.
Por años, de 1985 a la fecha, los habitantes
más avezados del antiguo Distrito Federal importaron de California un viejo
fantasma.
El temor al “Big One”, el padre de todos
los terremotos presuntamente esperado, pronosticado, sin fecha precisa.
Mito paranoide o vaticinio científico,
la idea del gran cataclismo revivió entre quienes dábamos seguimiento a la
tragedia, con un ojo en las transmisiones televisivas y el otro vagando entre
redes y portales.
El mismo día, un temblor de 3.6 grados
se registró en Los Ángeles, California, reviviendo miedos muy conocidos sobre
la falla de San Andrés y sus ramificaciones que bajan por el litoral mexicano hasta
Tierra de Fuego.
No fue el “Big-One”, en efecto, si es
que en verdad existe ese demonio. Pero sin duda se le parece, al menos en la
experiencia de víctimas y testigos más cercanos.