Cd.
Victoria, Tam. – Cambiar para no
cambiar. Reencauzar el dinero de los partidos a la reconstrucción de las zonas
afectadas por los sismos es propuesta que ha observado una evolución peculiar.
Nacida como exigencia social, la idea figura
hoy como bandera que disputan todos los membretes, en distintas cantidades y
porcentajes, de manera temporal o definitiva, como en subasta. ¿Quién da más?
Razones les sobran para estar
preocupados. En 2018 viviremos “la madre de todas las elecciones”, con el mayor
número de cargos en disputa que se haya vivido jamás.
Desde alcaldes, síndicos y regidores,
hasta diputados locales y (en algunos casos) gobernadores. La totalidad del
poder legislativo federal y la Presidencia.
Contienda que se avizora aguerrida pues ningún
partido se encuentra en condiciones de cantar victoria en la víspera.
Que lo diga AMLO carece de novedad.
Igual lo proclamó en dos ocasiones anteriores, sin éxito.
Y que el PAN busque ahora abrigo en una
coalición con el PRD y el MC significa, lisa y llanamente que, de manera
separada, ninguno de los hoy confederados se siente en condiciones de ganar. Los
CALDERÓN andan perdidos.
Tampoco el PRI genera entusiasmos, si
observamos los números de PEÑA NIETO y su dificultad para ubicarse a la altura
del clamor nacional, ante el ascenso de la inconformidad social.
El México que emerge entre los escombros
parece haber rebasado al sistema de partidos y no encuentra en su menú quien
los represente.
Ni siquiera AMLO ha podido encabezar este
oleaje popular cuyo carácter solidario se mueve con una autonomía total,
respecto a las instituciones y partidos.
Esos millares de manos anónimas que día
y noche, sin descanso, escarban, limpian, salvan, reconstruyen, parecen haber
achaparrado a gobernantes, organizaciones, dirigentes.
Ante la contundencia de los hechos, el
discurso tradicional envejece. Se percibe oportunista, genera desconfianza,
incredulidad.
Frente a las montañas de escombros y el
ejército de voluntarios trabajando, las apariciones en pantalla de hombres como
MANCERA, PEÑA o la tercia frentista (RICARDO, ALEJANDRA, DANTE) parecen espectros
de tiempos idos.
Etapas previas al despertar colectivo.
Anteriores a la certeza de que edificios nuevos jamás se habrían caído sin el
permiso cómplice otorgado a constructores fraudulentos.
Y no hay partido que sirva de ejemplo.
¿El PRI cuya autopista del sol observó fallas estructurales desde el día de su
inauguración y jamás han terminado de repararlas?
¿El PAN de la Estela de Luz, que costó
el triple de lo programado para ser inaugurada año y medio después del
bicentenario patrio?, ¿El PAN de la carretera Mazatlán-Durango que se
desquebrajó en tramos completos con la siguiente tempestad del Pacífico?
¿Los prófugos del PRD hoy personeros de
MORENA, cuyos segundos pisos en el periférico se derrumbaban antes de concluir
la obra?, ¿El otro PRD, el de MARCELO y su polémica línea 12 del metro?
¿El PRI de RUIZ ESPARZA y el PRD de
GRACO que hoy se avientan la pelotita por el brutal socavón de Cuernavaca, en
una obra apenas inaugurada?
La percepción colectiva es que la
ineptitud, la ausencia de escrúpulos y su consecuente compulsión por la
ganancia rápida impregnan a toda la clase política, sin distingo de colores
partidistas.
Y no asoma (al menos, todavía) quien
encabece un reclamo genuino, creíble, por una renovada administración pública, capaz
de recuperar su funcionalidad básica.
Las movilizaciones populares de 1985
tuvieron efecto tres años después, en la elección presidencial de 1988. Ahora
los calendarios se acortan.
Entre el actual septiembre y el primero
de julio hay menos de diez meses. La respuesta política y su consecuente efecto
electoral vendrán más pronto.