Cd.
Victoria, Tam. - La reciente visita de
LÓPEZ OBRADOR a la capital tamaulipeca ocurre cuando el partido que gobernó 87
años consecutivos no solamente perdió, se desmoronó.
El tricolor pasa por un momento de
inacción que (1) además de cederle toda la iniciativa política al empoderado
PAN (2) deja un vacío considerable para que opciones distintas incrementen su
capital político.
Ello, a diferencia de la derrota en 2000
donde el PRI nacional se reorganizó de inmediato para ejercer con eficacia el
papel de principal fuerza opositora.
En Tamaulipas, en cambio, el comité estatal
(dirigencia, militancia, organizaciones y sectores) se encuentra en el
desamparo total.
A un año de la derrota, a nadie parece
importarle su hundimiento. Ni de Los Pinos lanzan un salvavidas ni en los
grupos locales se observa iniciativa alguna de reorganización.
Cabe añadir que, en la víspera del 2018,
AMLO es la única opción que se presenta distinta a quienes se han alternado la
Presidencia (PRI, PAN y de nuevo PRI).
Las otras oposiciones se debilitaron
(PRD) o nunca crecieron más allá del nivel modesto que los ubica como socios
menores (PT, MC, PANAL, PVEM).
En regiones donde el PRI (como opositor
o gobernante) conserva su operatividad y continúa realizando tareas de
estructura, el peso de AMLO es distinto.
Igual ocurre en estados donde el PAN y el
PRD son oposición real y le compiten a MORENA en la captación del voto
inconforme.
En Tamaulipas AMLO avanza como cuchillo
en mantequilla porque no encuentra resistencia. Nadie le disputa ese nicho de
mercado que podríamos identificar como antigobiernista.
HOMBRES
DE TEFLÓN
Arrastre y presencia mediática son fortalezas
innegables de ANDRÉS MANUEL. Aunque también un poderoso vínculo emocional con
sus seguidores que lo blinda contra sus propios errores, por aparatosos que
sean.
Fenómeno que antes vimos en VICENTE FOX
y, en fecha reciente, con DONALD TRUMP. Entre sus respectivas feligresías,
todos los argumentos de orden racional que puedan esgrimirse contra estos
personajes, resultan vanos. Se les resbalan.
Lo vimos con FOX cuando sus niveles de
aceptación se conservaban altos, pese a las monumentales equivocaciones
discursivas, pifias verbales, lavadoras de dos patas, pleitos con el Congreso y
ausencia de resultados.
En cuanto a TRUMP, representa todavía un
misterio para los académicos norteamericanos por qué tantas mujeres votaron por
él pese a la misoginia brutal omnipresente en sus mensajes.
O por qué un sector importante de latinos
y afroamericanos le dieron el sufragio, a pesar de su comprobada xenofobia, su
racismo.
Algo parecido ocurre con AMLO. Existe un
núcleo duro de adeptos que no parece dispuesto a modificar su postura pese a todas
las campañas difamatorias y los videoescándalos (estos sí bastante reales) que lo
han perseguido.
Desde el caso AHUMADA y su emblemático
“señor de las ligas” (RENÉ BEJARANO) hasta su cercanía con JOSE LUIS ABARCA en
Iguala y los recientes episodios de las recaudadoras veracruzanas EVA CADENA y ROCÍO
NAHLE.
Existe un “clic”, un vínculo muy profundo
(oscuro, acaso) pero efectivo entre perfiles así y el alma colectiva.
Llámenlo carisma, identificación vicaria,
fijación atávica, resortes anímicos o pulsiones arcaicas ligadas al pensamiento
mágico. El caso es que funciona.
Desde luego, también hay gente que en su
momento se arrepintió de haber votado por TRUMP, FOX y AMLO, pero representan
una minoría.
La diferencia estriba en los motivos del
voto. Cuando es razonado, el elector deja abierto el camino de regreso. La
crítica y la autocrítica, la reflexión, el cambio de opinión, de rumbo.
Cuando obedece, en cambio, a un impulso
emocional puro, ya no hablamos de partidarios sino de creyentes. La devoción y
el fervor desplazan al discernimiento.