lunes, 12 de junio de 2017

AMLO en Victoria

Cd. Victoria, Tam. - La reciente visita de LÓPEZ OBRADOR a la capital tamaulipeca ocurre cuando el partido que gobernó 87 años consecutivos no solamente perdió, se desmoronó.
El tricolor pasa por un momento de inacción que (1) además de cederle toda la iniciativa política al empoderado PAN (2) deja un vacío considerable para que opciones distintas incrementen su capital político.
Ello, a diferencia de la derrota en 2000 donde el PRI nacional se reorganizó de inmediato para ejercer con eficacia el papel de principal fuerza opositora.
En Tamaulipas, en cambio, el comité estatal (dirigencia, militancia, organizaciones y sectores) se encuentra en el desamparo total.
A un año de la derrota, a nadie parece importarle su hundimiento. Ni de Los Pinos lanzan un salvavidas ni en los grupos locales se observa iniciativa alguna de reorganización.
Cabe añadir que, en la víspera del 2018, AMLO es la única opción que se presenta distinta a quienes se han alternado la Presidencia (PRI, PAN y de nuevo PRI).
Las otras oposiciones se debilitaron (PRD) o nunca crecieron más allá del nivel modesto que los ubica como socios menores (PT, MC, PANAL, PVEM).
En regiones donde el PRI (como opositor o gobernante) conserva su operatividad y continúa realizando tareas de estructura, el peso de AMLO es distinto.
Igual ocurre en estados donde el PAN y el PRD son oposición real y le compiten a MORENA en la captación del voto inconforme.
En Tamaulipas AMLO avanza como cuchillo en mantequilla porque no encuentra resistencia. Nadie le disputa ese nicho de mercado que podríamos identificar como antigobiernista.

HOMBRES DE TEFLÓN
Arrastre y presencia mediática son fortalezas innegables de ANDRÉS MANUEL. Aunque también un poderoso vínculo emocional con sus seguidores que lo blinda contra sus propios errores, por aparatosos que sean.
Fenómeno que antes vimos en VICENTE FOX y, en fecha reciente, con DONALD TRUMP. Entre sus respectivas feligresías, todos los argumentos de orden racional que puedan esgrimirse contra estos personajes, resultan vanos. Se les resbalan.
Lo vimos con FOX cuando sus niveles de aceptación se conservaban altos, pese a las monumentales equivocaciones discursivas, pifias verbales, lavadoras de dos patas, pleitos con el Congreso y ausencia de resultados.
En cuanto a TRUMP, representa todavía un misterio para los académicos norteamericanos por qué tantas mujeres votaron por él pese a la misoginia brutal omnipresente en sus mensajes.
O por qué un sector importante de latinos y afroamericanos le dieron el sufragio, a pesar de su comprobada xenofobia, su racismo.
Algo parecido ocurre con AMLO. Existe un núcleo duro de adeptos que no parece dispuesto a modificar su postura pese a todas las campañas difamatorias y los videoescándalos (estos sí bastante reales) que lo han perseguido.
Desde el caso AHUMADA y su emblemático “señor de las ligas” (RENÉ BEJARANO) hasta su cercanía con JOSE LUIS ABARCA en Iguala y los recientes episodios de las recaudadoras veracruzanas EVA CADENA y ROCÍO NAHLE.
Existe un “clic”, un vínculo muy profundo (oscuro, acaso) pero efectivo entre perfiles así y el alma colectiva.
Llámenlo carisma, identificación vicaria, fijación atávica, resortes anímicos o pulsiones arcaicas ligadas al pensamiento mágico. El caso es que funciona.
Desde luego, también hay gente que en su momento se arrepintió de haber votado por TRUMP, FOX y AMLO, pero representan una minoría.
La diferencia estriba en los motivos del voto. Cuando es razonado, el elector deja abierto el camino de regreso. La crítica y la autocrítica, la reflexión, el cambio de opinión, de rumbo.
Cuando obedece, en cambio, a un impulso emocional puro, ya no hablamos de partidarios sino de creyentes. La devoción y el fervor desplazan al discernimiento.