lunes, 2 de julio de 2012

De amores y votos



Cd. Victoria, Tam.- Parafraseando al KAMASUTRA, el panista regiomontano JOSÉ ÁNGEL CONCHELLO contabilizó alguna vez las “64 técnicas” del fraude electoral, maravillado por la variedad de trafiques que la vieja legislación hacía factibles.
Abogado por la UNAM, tres veces diputado federal, alguna vez presidente de su partido, CONCHELLO fue un heterodoxo dentro de la organización albiceleste, recordado por su agudeza crítica y un notable sentido del humor.
Dio cátedra en la escuela de periodismo “CARLOS SEPTIEN” y en la Universidad Iberoamericana.
En forma póstuma, su viuda recibió la medalla “BELISARIO DOMÍNGUEZ” que otorga el Senado por servicios a la patria.
Su cita burlesca al recetario amoroso del poeta VATSAYANA sería útil hoy para calibrar hasta donde ha avanzado, en teoría y práctica, nuestra vida democrática.
Desde la primera reforma (la multicitada apertura de REYES HEROLES en 1978) y los avances posteriores, se diría que ante cada posibilidad de fraude fuimos desarrollando un anticuerpo específico.
Sin embargo, eran tantas las mañas que la tarea de inmunización completa sobrepasa hoy las tres décadas y aún le restan muchos vicios por extirpar.
O, peor aún, los partidos opuestos al PRI se infectaron del mal y abrazaron gustosamente esas perversidades una vez que llegaron al poder.
Fallecido en 1998, CONCHELLO no alcanzó a ver los triunfos de FOX en 2000 y CALDERÓN en 2006, aunque acaso le hubiera causado una sonrisa burlona observar a sus correligionarios practicando la compra de votos desde las oficinas de asistencia social creadas originalmente por el PRI.
No obstante, al paso de los sexenios el muestrario de trapacerías (64 o más) fue decreciendo, reforma tras reforma, con una perseverancia digna de encomio.
Todavía hay mexicanos que recuerdan las primeras credenciales de elector hechas de cartoncillo vil, sin fotografía ni elementos que impidiesen su falsificación masiva.
Muy distintas, desde luego, al documento que empleamos ayer para identificarnos ante la casilla. La credencial actual posee atributos impensados en la época de CONCHELLO.
Amén de la fotografía, detalles como el código de barras, holograma, huella y firma. El complemento natural fue la incorporación de la foto en el padrón.
Gracias a ello ha ido quedando atrás la falsificación a gran escala de credenciales que permitía el llamado “voto en carrusel”, cuando grupos de campiranos eran llevados de casilla en casilla a votar con identidades distintas.
Tal vez los votantes menores de 40 años no recuerden cuando los muertos sufragaban, el asalto a las casillas y el robo de ánforas.
La informática ayudó a que la detección y purga de homonimias se hicieran frente a la pantalla de una computadora y no en aquellos grandes pliegos con letra minúscula que la autoridad electoral colgaba de sus muros, siempre al cuarto para las doce.
Las viejas urnas de madera, de cuyo embarazo previo daban cuenta los caricaturistas, se volvieron traslúcidas en la época de MIGUEL DE LA MADRID.
Lo cuál dio origen al “taqueo”, trampa emergente que consistía en enrollar las papeletas fraudulentas y pegarlas con masking en la base de la urna, para ocultarlas de la mirada externa. Finalmente, la transparencia llegó y el “taqueo” se fue volviendo historia.
El control estricto de papeletas y actas de escrutinio, así como la mayor seguridad en el destino de los paquetes electorales hicieron otro tanto.
Al tiempo se avanzó también en la sustitución de los anquilosados “colegios electorales” por organismos autónomos y ciudadanizados, la creación de tribunales avocados a resolver impugnaciones y una fiscalía especializada en la atención de delitos electorales.
Sin importar, pues, quien haya ganado este domingo, para México será urgente el contrastar lo mucho que se ha avanzado con el largo trecho que aún resta por recorrer.
Y ello, sin duda, será necesario antes de que podamos realmente ufanarnos de un sistema de partidos maduro, equitativo, vigoroso y justo.